“Las voladoras”, un acercamiento al género gótico andino
La escritora ecuatoriana presenta un libro de cuentos donde la mitología y terror se combinan para dar al lector una sensación de realismo contemporáneo
La escritora Mónica Ojeda publicó su primer libro de cuentos, titulado “Las voladoras” y publicado por Páginas de Espuma. La autora platicó en entrevista sobre este acercamiento al género, luego de haber publicado libros de poesía y novelas: “Nunca me había propuesto escribir un libro de relatos. Lo había hecho de forma suelta, pero tampoco me había dedicado a ello. Sentí una necesidad, que viene de la curiosidad, de ponerme este reto. Tuve ganas de saber qué podía hacer en este género. Sobre todo con unos lineamientos que salieran de lo que normalmente se podría esperar de un relato. Tenía ganas de ensanchar esos bordes del género del cuento. Quise que fueran cuentos que tuvieran mucho impulso poético, mucha fuerza poética”. Un ejemplo es el cuento “Terremoto”, un cuento-poema como lo llamó la escritora ecuatoriana: “Casi no se cuenta, muy mínimamente, hay una experiencia con el lenguaje”.
Dentro de la ficción, Ojeda se ha acercado al llamado gótico andino, vertiente de la cual charló: “Quería hacer un libro de cuentos que trataran de hacer un abordaje de lo que para mí es el gótico andino. No existe material teórico sobre el tema. Hay algunos textos de Liliana Colanzi y de Giovanna Rivero que tocan temas de la mitología y simbología andina, hablando de la violencia. Para mí eso es el gótico andino, pensando en el gótico sureño, como Faulkner o Carson McCullers. No es necesariamente una literatura de miedo o de terror: Son novelas que trabajan con el miedo como una emoción, pero también con una determinada violencia, determinada por una geografía”.
Este gótico andino presenta la experiencia del miedo ligada a un lugar, y por lo tanto a su mitología y simbología, preocupaciones de Mónica en su literatura. Un aspecto constante en la literatura de Ojeda es la simbología, tanto de la región como con el cóndor, como con leitmotivs como la sangre, los dientes o la mandíbula (“Mandíbula” es el título de una de sus novelas): “Creo que soy una persona muy simbólica, estoy enamorada del mundo simbólico. Me regalaron en navidad el Diccionario de los símbolos de Cirlot. Es tremendo, todos los días lo abro y leo algo, es como una biblia. Me fascina, literariamente regreso a los símbolos porque son una obsesión. A nivel teórico lo he pensado, tengo ideas respecto a ello, pero me obsesiona desde niña”.
Símbolos como eje narrativo
El gusto por los símbolos y su inclusión en la escritura va creando una concatenación en la simbología, con un entramado de significados que van enriqueciendo la prosa: “Un símbolo llama a otro, constantemente hay una cadena que no termina. Sin duda hay símbolos fundamentales: cocodrilos, en este caso no están porque es un libro andino, pero está en ‘Mandíbula’ y ‘Nefando’. Los dientes, que están relacionados con los cocodrilos. O los símbolos que son míos, como volcanes, montañas, la altura o el cóndor”.
“El cóndor es un símbolo de la andinidad, que me parece fascinante: es un ave carroñera, se alimenta de la muerte. Sin embargo, se utiliza de emblema para los países andinos. ¿Quién escoge un ave carroñera como emblema de un país, qué nos decimos con ello? Desde la perspectiva inca, que está en estos países, la muerte no era el fin: es parte de un ciclo, hay vida después de la muerte. Se necesita que las cosas mueran para que haya más vida”.
“Los volcanes hacen eso también: matan todo el terreno alrededor, pero después de años se convierte en un terreno sumamente fértil. Primero hay que matar para ser fértil, es una cosa anclada en la mirada andina con el cóndor: ese cóndor no es un ave carroñera, es una ve que esconde el Sol, que lo trae también. Todo eso me parece ligado a la forma en que entendemos los miedos y violencias, cómo asimilamos los temas del ser humano: el amor, las enfermedades. Depende de cómo vemos los símbolos”, apunta.
Juego tipográfico para los lectores
Tipográficamente, la autora coloca guiños a la poesía, con la colocación de frases sueltas: “Soy una escritora a la que le importa muchísimo, fundamentalmente, el sonido. Para mí escribir es hacer música. Voy más allá: escribir es hacer un conjuro, como dice un cuento. Cuando uno conjura es muy importante el sonido, las palabras, el orden. Todo es importante para que sea un conjuro, las palabras ordenadas de cierta manera y no de otra”.
“El sonido despierta algo en el cuento. Para mí la sonoridad es fundamental, eso me viene de ser una lectora oral de poesía, creo que tengo un oído muy fino, obsesivo. Vuelvo sobre la escritura hasta que me suene la oración como tiene que sonar. Es casi como componer, no solo a nivel de contenido: también sonoro. No es lo mismo cuando uno lee y hay una caída de una oración, del párrafo hacia afuera. No es lo mismo cuando está esquinado a la izquierda o a la derecha. Se lee diferente, se disloca la espacialidad de la página: se hace un espacio de silencio, por lo tanto suena diferente cuando la leemos. Son matices leves”, remata.
JL