España frente a sus fantasmas
El país ibérico se enfrenta a unas elecciones con la amenaza del ascenso de la ultraderecha
La transición a la democracia en España es estudiada como una de las más exitosas del mundo. De forma difícil de explicar, los españoles lograron construir una democracia a pesar de la pervivencia del franquismo que agonizaba, pero no estaba muerto; los militares que asaltaban el Congreso con el escalofriante golpe del 23-F de 1981; con los años de plomo de los terroristas de ETA; fuera de la Unión Europa y con un crisol de nacionalidades históricas que reclamaban un modelo territorial con autonomía. Si uno se transporta a los momentos de transición (1975, muerte de Franco, 1981, golpe de Estado), nada presagiaba optimismo. Sin embargo, España construyó una democracia, con sus deficiencias y dificultades, pero asimilable a lo que existe en su entorno europeo.
El modelo de la transición entró en crisis desde la Gran Recesión de 2008. España tuvo que enfrentar una serie de crisis superpuestas: la económica con medidas de ajuste y austeridad durísimas impuestas desde Bruselas; la política con una crisis de representatividad que derivó en los movimientos reivindicativos del 15M y una territorial, el desafío independentista en Catalunya. La yuxtaposición de estas crisis provocó la agonía del bipartidismo que vehiculó la transición (socialistas-populares) y abrió un panorama distinto a cuatro bandas. Surgió Ciudadanos, un partido nacido en Catalunya, pero que logró extenderse en toda la geografía española a través de un discurso crítico al movimiento independentista en tierras catalanas, y Podemos que emergió con fuerza en las elecciones europeas de 2014 y que enarboló la bandera del antisistema y la reivindicación de aquellas capas sociales golpeadas por la crisis económica.
España navegó con estas cuatro fuerzas políticas y una serie de partidos políticos catalanes y vascos que completan el arco parlamentario español. Por una serie de casos de corrupción, cayó en 2018 el Gobierno del conservador Mariano Rajoy. A través de una moción de censura -un mecanismo de sustitución de un Gobierno a través de la conformación de una nueva mayoría en el Parlamento-, Pedro Sánchez (secretario general del Partido Socialista) alcanzó La Moncloa. Sin embargo, no es lo mismo tomar el poder que conservarlo. Y pronto, en menos de un año, Sánchez tuvo que disolver las cortes ante la incapacidad de construir mayorías con los partidos independentistas de Catalunya que le exigían un referéndum de autodeterminación y la reducción de las penas a los presos políticos que enfrentan, actualmente, el juicio por la declaración unilateral de independencia de 2017. La Fiscalía del Estado acusa a los presos independentistas de rebelión, sedición y malversación, pidiendo sentencias hasta por 30 años de prisión. Sánchez no cedió y, ante su imposibilidad de aprobar el presupuesto, su Gobierno cayó.
Empero, en medio de todo este relato, apareció un nuevo actor protagónico: Vox. Un partido político de ultraderecha que irrumpió con fuerza en las elecciones autonómicas en Andalucía. Ante el asombro de propios y extraños, el partido político que encabeza Santiago Abascal (un ex miembro del PP) obtuvo 12 parlamentarios en la comunidad sureña y fue la llave que permitió la alternancia luego de 40 años de gobiernos socialistas. Se había roto un dique. Hasta ese momento, España era una anormalidad en el contexto europeo: no había nacido un partido de extrema derecha que tuviera relevancia en el panorama político. En Francia estaba el Frente Nacional; en Italia, la Liga Norte; en Reino Unido, UKIP; en Escandinavia, partidos xenófobos; en los Balcanes, la ultraderecha es competitiva y gobierna en múltiples naciones; en Alemania, Alternativa condicionaba las elecciones regionales e incluso la ideología de los demócrata cristianos de Merkel. Con la irrupción de Vox, España incorporaba un quinto elemento en forma de partido ultra.
Hay muchas explicaciones para tratar de entender dicha anormalidad (el franquismo, el europeísmo de la sociedad española, la despoblación de la España conservadora, etc…), empero hay una esencial: el Partido Popular era capaz de articular todo aquello que estaba a la derecha de los socialistas. Desde el voto más centrista, pragmático y moderado, hasta el sufragio nacional-católico y hasta nostálgico del franquismo. El sueño de José María Aznar, ex presidente: la derecha nacional. El desafío independentista en Catalunya y la corrupción del Partido Popular quebraron dicha hegemonía, surgió, primero, Ciudadanos como fuerza nacional y ahora Vox rivaliza en los segmentos más duros de la derecha. Todos los sondeos reconocen una fuerte entrada de Vox en las Cortes Generales.
Las últimas encuestas publicadas trazan un mapa repleto de incertidumbres con relación a las coaliciones necesarias para gobernar. Por un lado, no hay duda que el Partido Socialista será el más votado (27-32%); luego existe una pugna entre el PP y Ciudadanos por la hegemonía en la derecha (18-23%; 14-18%), un cuarto lugar para Podemos, el partido de Pablo Iglesias (12-15%) y en auténtica pelea con Vox (10-14%). Lo interesante es que gobierna quien alcance una mayoría de 176 parlamentarios. Y aunque la ventaja de los socialistas es amplia con respecto al segundo lugar, si Podemos cae demasiado, hay posibilidad de que los tres partidos de la derecha alcancen una mayoría suficiente para gobernar.
Hay dos dilemas sobre la mesa. El primero es para Pedro Sánchez, actual presidente y quien encabeza las encuestas. Para poder gobernar no sólo tendrá que pactar con Pablo Iglesias y algunos otros partidos minoritarios -Compromiso o En Marea-, sino que también tendrá que abrir diálogo, de nuevo, con los partidos independentistas de Catalunya (Esquerra Republica y Juntas Per Catalunya) y nacionalistas del País Vasco (PNV y Bildu) que pondrán condiciones férreas sobre la mesa para hacerlo Presidente. Es decir, reeditar el acuerdo de la moción de censura que duró poco porque era un equilibrio muy efímero. Si quiere una legislatura, larga y estable, tendrá que ceder mucho.
El segundo dilema es para la derecha. Vox es la mayor amenaza que se cierne en el panorama para la democracia, los derechos y las libertades de los españoles. Es un partido que relativiza la violencia contra las mujeres; que quiere desaparecer el modelo autonómico que generaría aún más tensiones territoriales; lleva militares como candidatos por doquier; propone que todos los españoles tengan derecho a portar armas, deportar migrantes en caliente, y toda una serie de locuras que son afrentas innegables a los derechos humanos y a la democracia.
España duró buena parte del siglo XX sometida a una dictadura nacional católica que significó dolor, atraso y negación de libertades. Sin embargo, hoy es una democracia próspera, con los problemas que tienen todas, pero que permite la libertad de expresión, el disenso, la creación de partidos, la protesta y que alberga uno de los movimientos feministas más importantes del orbe. Un Gobierno del PP con Ciudadanos y apoyado por Vox simbolizaría una involución indeseable para España y para la cuarta economía de la Zona Euro. Hasta hoy, España ha sido un muro frente a la extrema derecha. Esperemos que lo siga siendo.