Escritura y retrato del pasado
La ganadora del Premio de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz aborda su obra galardonada donde recuerda cómo fue la vida en España; se mete en uno de los papeles y muestra la forma en que se usaba la figura de la mujer durante el franquismo
La escritora española Clara Usón mereció el Premio de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz, entregado por la FIL, por su novela “El asesino tímido” (ed. Seix Barral). Tras recibir el galardón, la autora platicó en entrevista sobre su libro, escrito con la motivación de remitirse a una época pasada de su vida y España.
El interés surgió al conocer la vida de una actriz, protagonista de su novela: “Vi en internet una mención de la actriz Sandra Mozarowsky de los años 70, que había muerto muy joven, con circunstancias trágicas, no establecidas, con un vínculo con el rey. Soy muy curiosa, soy escritora: empecé a indagar. Me fascinó”.
El perfil de Sandra fue diferente al de otras actrices: “Era una actriz de destape, un fenómeno que ya casi no se conoce. Un cine erótico característico de los años 70 del franquismo. Ella participó en cerca de 30 películas, unas de papeles mínimos, anónimos; otras de protagonista. Fue un cine, retrospectivamente, del que comprendí que tuvo una intención política: el franquismo era tapar, tapar, tapar. La metáfora del cuerpo femenino, no se podría enseñar nada. A principios de los años setenta se permitió ver a los españoles en las películas ya no el escote: sino los senos. Parecía una promesa extraordinaria de libertad, de democracia. Retrospectivamente es una forma muy perversa de utilizar el cuerpo femenino, pero entonces éramos ingenuos, no nos parecía así: parecía algo revolucionario. Fue la forma que tenía el régimen de anunciar que iban a cambiar las cosas: primero ver los senos, luego la democracia. Fue un fenómeno extraño, particular”.
Las constante de sus actuaciones oscilaba entre dos arquetipos: “Ella hace siempre dos papeles: la puta en todas sus variantes, y el de la santa. Era parte del fenómeno: películas de terror donde se mostraba todo. Era otro papel: la virgen vejada, mancillada, secuestrada, violada y que enloquecía. Lo curioso, lo inquietante, es que se le vio morir en esas películas, muchas veces. De alguna manera eso prefiguraba la muerte que tuvo ella. Cayó supuestamente de un balcón una madrugada, una muerte muy extraña. Eso me pareció fascinante del personaje”.
Su trágica y temprana muerte impactaron a la escritora: “La muerte de alguien muy joven me parece una gran tragedia: los griegos decían que los que morían jóvenes eran los favoritos de los dioses. Yo creo que es al revés: cuando uno muere a los 18 años apenas empezaba a vivir. No se sabe qué pasó, si se suicidó, si era amante del rey. Por eso tiene sentido meterlo en una novela, no en una crónica. Por otro lado éramos casi contemporáneas, ella tenía tres años más que yo. Interesarme por Sandra Mozarowsky me hizo regresar a mi infancia, a mi adolescencia y juventud. Por más que en apariencia éramos personas distintas. Comprendí además que mi vida es la de la transición española, del periodo político”.
La novela también recurre a la propia vida de Usón, sin caer en la auto-ficción, sino para crear un cuadro de la época: “Pasé mi niñez bajo el franquismo y estrené la juventud en la democracia. Creímos de verdad que se había producido un milagro, que ya teníamos una democracia, ya no habíamos que luchar contra la dictadura. Somos una generación bastante inconsciente, muy temerarios. Si el franquismo era vivir con miedo nosotros vivíamos sin miedo. Fuimos una generación suicida, nos lanzamos a la fiesta de las drogas con un entusiasmo, es la generación del sida, de la epidemia de la heroína”.
Un homenaje tardío
En ese aspecto personal, “esta novela es también un homenaje tardío a mi madre. He comprendido que mi madre fue una víctima: las mujeres fueron las grandes víctimas del franquismo. Si fue horrible para todos a las mujeres en particular no les dio una opción de vida la dictadura. Una mujer no podía abrir una cuenta, sacar un pasaporte, salir al extranjero, trabajar sin permiso paterno o marital. Mi madre perteneció a esa generación, hubiera querido tener otra vida pero no la dejaron”.
Utilizarse como personaje fue una de las disyuntivas que tuvo al emprender este proyecto literario: “Tomé la decisión de escribir en primera persona. Siempre me había considerado narcisista, por pudor. Nunca pensé en hacerlo, pero me di cuenta de que esa novela la tenía que contar en primera persona. Porque hablaba de mi vida, soy yo quien habla de Sandra, quien mezcla a Wittgenstein, Camus. Soy un personaje más, empiezo hablando en plural, por la generación. Me utilizo como un personaje, no es una bildungsroman. Con lo que me ha pasado a mí se pueden identificar otros. Es una novela sobre mi generación, sobre el destape, el suicidio (el asesino tímido), sobre el sentido de la vida. Pienso, como Camus, que la vida es absurda: lo que hace el arte es crear una ilusión de sentido”.
Clara liga la vocación de la escritura y lectura con el valor de la palabra, un arma y una herramienta: “Un día dejaré de escribir, y nunca pasará nada: pero nunca dejaré de leer. Fui una lectora de amor a primera vista. Desde muy niña no hacía más que leer y leer. La literatura, los libros que he leído, forman parte de mi vida, tanto como las experiencias de mi vida. Decía Wittgenstein que los límites de la realidad son los límites del lenguaje, y viceversa: el lenguaje crea la realidad. De ahí viene el poder de la palabra, para bien y para mal. La forma en que Trump ha creado enemigos falsos es con la palabra. Con la palabra podemos también defendernos, que no nos silencien. Hay que defender la libertad de expresión”.