El logo olímpico que echó raíces en el mundo
A 50 años de las Olimpiadas, la identidad gráfica de los Juegos de 1968, obra del estadounidense Lance Wyman, empapó de modernidad la capital mexicana y abrió la senda de la iconografía moderna
Los Juegos Olímpicos de 1968, los primeros celebrados en Latinoamérica, dejaron en la capital mexicana una estela de modernidad que bien podría resumirse en la estética op art (arte óptico) de su logotipo, firmada por el diseñador estadounidense Lance Wyman (Nueva Jersey, 1937). Las hipnóticas líneas blancas y negras de la tipografía, fundidas en el mismo plano con los aros olímpicos, vistieron las celebraciones en calles, edificios, atuendos y sellos postales.
Fue una de las señales más visibles del esfuerzo modernizador impulsado por el comité encargado de la organización, liderado por el arquitecto mexicano Pedro Ramírez Vázquez (1919-2013), al que se sumaron profesionales de todo tipo. El objetivo prioritario fue apoyarse en los Juegos para proyectar ante el mundo una imagen renovada, libre de clichés, del país anfitrión. En noviembre de 1966, Wyman se incorporó al proyecto procedente de Estados Unidos con un mandato claro: “El logo tenía que representar un país moderno, no la imagen negativa de un mexicano con sombrero durmiendo bajo un cactus”, explica.
La otra condición que la organización expuso fue la necesidad de reunir en el mismo logo los aros olímpicos, el nombre del país y la fecha. Wyman acudió al Museo de Antropología de la capital en busca de inspiración y, según declara, se enamoró del arte precolombino mexicano, particularmente del uso recurrente de líneas paralelas en grabados y otras representaciones. La exigencia de combinar los tres elementos en un mismo espacio fue la base de una experimentación en la que la concurrencia de curvas hizo propicia la superposición de la cifra 68 y los cinco aros. La siguiente fase del proceso, describe Wyman, fue la adaptación de las seis letras que componen la palabra México al estilo de las formas numéricas. “La geometría de la imagen resultante fue muy mexicana”, concluye el diseñador.
La versión definitiva del logo requirió muchas horas de trabajo con bocetos y pruebas de color que culminaron en diciembre de 1966, casi dos años antes de la inauguración de los Juegos en el Estadio Olímpico Universitario. El equipo multidisciplinario que definió y adaptó la imagen de México 68 trabajó prácticamente hasta el mismo día del estreno para que la capital y todos los recintos deportivos lucieran adecuadamente. El mexicano Eduardo Terrazas, director de diseño urbano, fue quien desarrolló la aplicación de la gráfica al mundo tridimensional. La modernidad de esas inconfundibles líneas paralelas se aferró a los carteles, a la decoración de estadios y calles y hasta al atuendo de los voluntarios.
El salto estético que acompañó a la primera cita olímpica en suelo latinoamericano ha sido ampliamente reseñado por los estudiosos del diseño gráfico, que lo consideran una referencia en la creación de marca y en su adaptación a la señalización de espacios urbanos. Pero no solo por lo que respecta al logo: el equipo de Wyman también diseñó la iconografía que representaba los diferentes deportes olímpicos dando una nueva vida a los pictogramas como herramientas de señalización en eventos internacionales.
Este uso pionero del color y de la simbología, un estándar de comunicación en la sociedad de las pantallas inteligentes, tuvo una derivada más que aún pervive en el suburbano de la capital mexicana. Al calor de los Juegos, los gestores del Sistema de Transporte Colectivo encargaron al diseñador estadounidense un modelo de señalización que todos los usuarios, con independencia de su nivel de instrucción, pudieran entender. Al principio fueron solo tres líneas, ahora son las 12 que forman la red. Cada estación está representada en los mapas, accesos, andenes y pasillos con un nombre y un símbolo identificativo.
“Me di cuenta de lo efectivos que los iconos podían ser, no solo para comunicar en un entorno multinacional como unas Olimpiadas, sino cuando todo el mundo habla el mismo idioma”, apunta Wyman. “Al identificar las estaciones del metro de México con iconos logré crear una identidad que funcionaba de diferentes formas. Cada uno puede describirse en cualquier idioma (pato, pirámide, jaula de manzanas…), pero también en su relación simbólica con la historia, las funciones o el entorno natural de cada estación”.
A ojos del creativo, lo que entonces (en 1968) se veía como una herramienta necesaria para integrar a la población analfabeta empezó a ganar utilidad como sistema complejo de comunicación. “Ahora navegamos por nuestra vida a través de iconos”.