Cultura

El abrazo del tiempo

Los museos custodian los secretos del pasado para que todos podamos descifrarlos

De ojos grandes y una imaginación desbordante, Sofía hija del encargado de la vigilancia nocturna, bajo la luz tenue de la luna, se deslizó entre las sombras del museo, un lugar donde su imaginación volaba libre. Para ella, el museo no era sólo un edificio lleno de cosas antiguas; era un universo mágico donde cada objeto guarda una historia, un viaje a través del tiempo, un encuentro con el pasado y con una parte de sí misma que aún desconocía.

Su visita no sería como cualquiera, esa noche, conocería al espíritu del museo, una entidad luminosa y ancestral que le guiaría en la exploración de las salas repletas de objetos. “En cada una de tus visitas te adentras en el corazón de la historia”, le anunciaba el espíritu, con voz suave como la brisa.

En su andar Sofía llegó a la sala de arqueología, un espacio oscuro repleto de máscaras prehispánicas. Cada una con expresión única y una historia que contar. El espíritu señaló una máscara en especial, era la de un jaguar. “Esta máscara representa al jaguar, un animal sagrado para nuestros antepasados. Simboliza la fuerza, el poder y la sabiduría. Pero también representa la oscuridad y los instintos más profundos de las personas.”

Sofía intentó acariciar la máscara, pero sus ojos jade, como dos esmeraldas ancestrales, parecían perforar el velo de su alma. De repente, la realidad se disolvió y Sofía se encontró sumergida en una selva ancestral, un lugar palpitante donde la luz se filtraba a través de un tapiz de hojas gigantes. Jaguares, ágiles y poderosos, la rodeaban, sus rugidos resonaban en la profundidad de su ser.

A medida que avanzaba en su exploración, Sofía se conectaba con cada objeto, con el pasado. En la sala de artesanía, una antigua vasija de cerámica ocre, con sus suaves curvas, le contaba historias de la vida cotidiana de los antiguos pobladores. Mientras que en el área de arte prehispánico, quedó fascinada por un mural con colores vibrantes y figuras misteriosas. Era como si el mural cobrara vida, transportándole a un cosmos infinito.

Un quetzal, con su plumaje resplandeciente, la elevó a las alturas, permitiéndole contemplar el mundo con una nueva esperanza. Sofía aprendió a escuchar su intuición, a confiar en sus sueños y a encontrar su lugar en el mundo. Comprendió que el pasado no era algo estático, sino una fuerza viva que influía en el presente y en el futuro.

Avanzada la noche, en una sala secreta, el espíritu le mostró un antiguo manuscrito. Sus páginas estaban llenas de figuras y símbolos enigmáticos que Sofía no comprendía. El espíritu le explicó que era un códice, el cual era la llave para desbloquear un gran poder, pero también representaba un gran peligro. Sofía se enfrentó a una difícil decisión: ¿utilizaría ese poder para su propio beneficio o lo protegería para las futuras generaciones? Después de una profunda reflexión, decidió devolver el códice a su lugar y guardar el secreto, consciente de la responsabilidad que implica custodiar los secretos del pasado.

Llegado el amanecer, cuando su padre terminó su turno, al salir del museo Sofía se sentía diferente. Era como si hubiera vivido muchas vidas en una sola noche. Sabía que el museo siempre sería su hogar, un lugar donde podía encontrar la sabiduría y la inspiración.

Sobre la columna

Esta entidad está compuesta por aspectos de índole multicultural que durante su proceso evolutivo ha forjado de manera distintiva su identidad. Sus habitantes como parte esencial de sus componentes producen la herencia cultural material e inmaterial, representada por su entorno natural, arquitectura, urbanismo y tradiciones, los cuales, se encuentran sujetos a un proceso constante. 

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