“Declaro la guerra en contra de mi peor enemigo que es…”
Cucarachas que degradan la materia orgánica, maleza que absorbe C02, excremento de palomas que nutre el suelo; en vez de hacer las paces con las demás especies, les declaramos la guerra
El mosquito, la cucaracha, la rata inmunda y todo animal rastrero se suman a la lista de supuestos enemigos de la humanidad que, dicho sea de paso, no se limita a los animales, también las plantas tienen su propia categoría de “malas hierbas”, que nunca mueren por más herbicidas que inventemos, sin mencionar que las palabras hongo, bacteria y virus están cargadas de una especie de maldad desde la que han enfermado al mundo.
Pero si echamos un vistazo al pasado, a la época de los dinosaurios por ejemplo, nos resulta fuera de lugar pensar en plagas o malezas, aun sabiendo que existían insectos del tamaño de una patineta. Esto es porque falta una cosa para que las formas de vida se separen en buenas y malas, un juez, el ser humano.
Sin un punto de referencia no podemos considerar que algo este arriba o abajo; izquierda o derecha y lo mismo pasa con bueno y malo. Es necesario que un código moral subjetivo permita separar entre una mala hierba y la hierba buena o, dicho de otra forma, entre lo que nos hace un bien de lo que nos hace un mal.
Esto significa que algo puede ser bueno o malo dependiendo desde donde se le mire. Cuando vemos una cucaracha correr por la cocina inmediatamente le declaramos la guerra y sí, las cucarachas pueden transmitir patógenos causantes de enfermedades, pero ¿esto la hace mala? Todos los seres vivos transportamos microbios, vivimos con ellos y los llevamos de un lado a otro. Los humanos hemos dispersado todo tipo de enfermedades por el mundo, pero cuando vemos esa cucaracha no nos identificamos con ella como vectores.
Entonces, ¿es la cucaracha un ser inmundo o la ciudad la hizo? Las cucarachas existieron mucho antes que las ciudades, de hecho, existen unas 4500 especies de cucarachas en el mundo y juegan un papel muy importante en los ecosistemas como degradadores de materia orgánica y alimento de aves, reptiles y otros depredadores. Esta capacidad para descomponer los restos en los bosques es exactamente lo mismo que hace la cucaracha en la cocina. No sale a buscar pelea, sale a buscar comida, acelerando el proceso de transformación de la basura orgánica en nuevos nutrientes para el suelo, si éste no fuera de cemento.
Al paso que vamos en la guerra con las cucarachas, las ratas, las palomas y las malezas, todo indica que jamás podremos —y tampoco creo que queramos— tener ciudades estériles sin otras formas de vida más que las nuestras.
En una ciudad utópica sustentable, los servicios ecosistémicos como la degradación de la basura orgánica que realizan las cucarachas, la absorción de C02 que ocurre en las hojas de las malezas o el nutritivo guano que excretan las palomas estarían integrados en los procesos ambientales de la ciudad, contribuyendo al flujo de materia y energía como ocurre en otros paisajes.
El problema quizá no son las ratas o las cucarachas en sí mismas, sino la forma como los vemos, pues por alguna razón en vez de hacer las paces con las demás especies, les declaramos la guerra.
Sobre el autor
Marcos Vinagrillo es biólogo y maestro en comunicación de la ciencia y la cultura. Su experiencia y pasión se ha centrado en la comunicación ambiental a través de acuarios, zoológicos y jardines botánicos. Actualmente colabora con el Museo de Ciencias Ambientales en las narrativas de las exhibiciones vivas, los jardines y el proyecto del Jardín Educativo.
Para saber
Crónicas del Antropoceno es un espacio para la reflexión sobre la época humana y sus consecuencias producido por el Museo de Ciencias Ambientales de la Universidad de Guadalajara que incluye una columna y un podcast disponible en todas las plataformas digitales.