David Pastor reflexiona sobre la pandemia
En este texto el filósofo David Pastor reflexiona que ante la contingencia, los seres humanos deben desarrollar la capacidad crítica suficiente para aprender que solos no somos nadie, ni podemos hacer nada realmente trascendental
Pocas batallas hemos tenido que librar la ciudadanía de a pie tan fáciles de ganar como esta y pocas veces, también, hemos sido puestos a prueba y a escarnio público de una forma más obscenamente dramática y simple.
Para un filósofo el ejercicio de la cuarentena ante el COVID-19 es una oportunidad para reencontrarse y para observar cómo actúa el animal humano. Reencontrarse porque en el ajetreo de la vida prepandemia, los viajes, las conferencias, las grabaciones de televisión, las presentaciones de libros o las emisiones de radio te hacen que te pierdas un poco, te disuelves entre lo que la gente espera de ti y lo que sabes que debes presentarles, que muchas veces no es un espejo fiel de la realidad, más bien es un producto que cumple un fin, y poco más. Pero desde el quietismo del confinamiento autoimpuesto, y no forzoso porque hasta hoy no hay una orden federal que así lo imponga, se tiene también una perspectiva privilegiada sobre los demás, sobre el otro que es todo aquel que no vive en el nosotros, esto es, bajo el mismo techo en este preciso instante; los familiares lejanos o no, los vecinos, los compañeros de trabajo y la ciudadanía en general. No es necesario tener grandes ventanales estratégicamente diseñados para observar sin ser visto, yo no los tengo, pero es que hoy nada de eso es necesario para poder observar al animal humano es sus muchos hábitats naturales actuar y desarrollarse de muy distintos modos.
El humano es un animal de costumbres y una vez establecidas estas correctamente no es difícil sobrellevar una cuarentena, y más si es por decisión personal, porque reconozcámoslo, a nadie nos gusta que nos digan qué debemos o tenemos que hacer, aunque en la práctica, pasemos las horas deseando que los demás hagan justamente lo que nosotros queremos, pero ese es otro asunto. Una vez bien definidas las rutinas y los modos lo que queda es “estar” y aquí es donde el filósofo, el antropólogo, el sociólogo, el psicólogo y todos aquellos pervertidos como yo, amantes de la observación del animal humano, metemos el paquete de palomitas en el microondas y nos disponemos observar a este animal bípedo, cuando está sobrio, que se cree el rey de la creación y es tan miserable y excelso a la vez como el más ruin y más noble ejemplar de su propia manada.
Casi todos los países que han sido y están siendo atacados por el coronavirus han actuado esencialmente igual, salvo honrosas excepciones en las que no estamos nosotros por supuesto. En una primera fase, desde los políticos a la ciudadanía, han menospreciado a esta cosa microscópica que al girar de no más de un mes ha demostrado no ser ningún chiste y ha puesto en jaque a países tan sólidamente estructurados institucionalmente como China, Corea del Sur, Francia, Alemania, Reino Unido o a nuestros vecinos del Norte. Otros países, como España e Italia, más parecidos a nosotros, donde los problemas institucionales creemos que pueden suplirse con la fantasía de una cohesión social patriotera e inexistente, la chispa del ingenio particular o determinadas características más o menos folclóricas, no están escapando para nada airosas del golpe devastador del virus, a pesar de ser ingentes productores de memes en redes sociales, chistes muy oportunos y ocurrentes, o expertos en echarle siempre la culpa a otros, no asumiendo nunca ningún tipo de responsabilidad, salvo si es por algún logro deportivo, y poco más.
Así que con estos precedentes el banquete está servido, y más cuando observamos sin rubor que estamos haciendo lo mismo que han hecho los demás. Lejos de la asunción de la responsabilidad de Estado a la que obliga la realidad mundial desde hace semanas, estamos observando incrédulos, casi con una mueca burlona, cómo otros países atascan de muertos los hornos crematorios mientras pensamos que, con un poco de suerte el chile, las tortillas, el cilantro o el clima, nos salven de este virus que mata por igual a amarillos, güeros, prietos y negros.
En pocos días tendremos que confiar en que “los otros” permanezcan en sus casas para que todos podamos salir de este trance lo más pronto posible. Pero confiar es una palabra sencilla de explicar, pero difícil de asumir. Confiar es saber que el otro hará lo que se espera que haga, pero para que esto suceda, el otro debe hacer lo que los demás esperan que él haga, y esta es la definición más sencilla de responsabilidad. Y esto, no te engañes, no suele suceder en el animal humano actual, hasta que el miedo real, la angustia ante la muerte, nos muerde las manos.
Aún hoy, y a pesar de que Italia suma más de seis mil cadáveres, los alcaldes de muchos de sus municipios se afanan en salir a la calle con guantes y cubrebocas para afear públicamente el comportamiento de sus propios vecinos que, desde la irresponsabilidad más estúpida, salen a correr, pasear agarrados de la mano o tomar el Sol en un país que desde la Segunda Guerra Mundial no se ve tan acorralado. Así es imposible confiar en los otros y esta idea dinamita nuestra acción responsable de permanecer en cuarentena, ¿porque para qué?, ¿de qué sirve mi esfuerzo si los demás no hacen lo mismo?
Luchamos hoy en día contra un animal humano egoísta e individualista, acrítico y simplón que solo se mueve por el propio interés y, en su torpeza, cree que es más listo que los demás y que, además, jamás se sentirá parte de nada más elevado que él mismo, como podría ser formar parte de una tribu o un clan, donde la supervivencia va de la mano de la confianza y la responsabilidad mutua. Por eso vamos a tardar en salir de esta situación. Saldremos, sin duda, por el camino más difícil, el más doloroso y sangrante, cuando podría ser mucho más sencillo, como quedarnos tranquilitos y disciplinados en casa. Pero lo realmente importante es que, después de todo, tengamos la capacidad crítica suficiente para aprender que solos no somos nadie, ni podemos hacer nada realmente trascendental ni para nosotros ni para el mundo.
Ojalá todo esto sirva para algo, mucha suerte a todos.
David Pastor Vico, filósofo, escritor y académico de la UNAM
Sobre el autor
David Pastor Vico (1976) es filósofo de la Universidad de Sevilla y especialista en Ética de la Comunicación. Con más de 20 años de experiencia en la radio, Vico es docente y divulgador del pensamiento crítico.
En 2013 trabajó como Coordinador de Proyectos Especiales en la Dirección General de Atención a la Comunidad de la UNAM; más tarde se convirtió en director de Comunicación del Deporte Universitario y fue nombrado portavoz de la campaña de Valores de la UNAM. Actualmente, es el promotor de la Red Universitaria de Aprendizaje y profesor de Asesoría y Tutoría Pedagógica en la Dirección General del Deporte Universitario, ambos en la Máxima Casa de Estudios.
JL