Vivir el coronavirus desde el extranjero
La crisis golpeará más a las clases sociales bajas, afirma el profesor universitario Cruz-Grunerth; Los cuidados deben estar en el centro de las políticas públicas, señala la doctorante Saraí Pando
Cuatro tapatíos que, por diversas razones, viven en el extranjero cuentan su experiencia y analizan la pandemia que golpea a todo el mundo.
Radican en Madrid, Berlín, Baviera, Los Ángeles y Boston pero padecen lo mismo que la ciudadanía mundial. Además, bajo una cuarentena en todo el globo acatan las estancias en casa y ven la precarización de las clases sociales bajas y vulnerabilidad de los adultos mayores. Pese a ello, atisban gestos solidarios y un futuro optimista.
El factor económico es determinante
Gerardo Cruz-Grunerth, residente de Boston
Las cifras no dejan de subir en Boston... llevamos desde el 11 de marzo medio encerrados, salimos y caminamos un poco, voy a comprar algo con temor. DonaldTrump acaba de decir que, bueno, entre 100 mil y 250 mil personas morirán en este país.
Desde mediados de marzo ya no hay geles, papel, de pronto no hay pastas, latas, leche... porque la banda va y compra todo... claro, si todos salen y compran, cada uno, un paquete de papel, se acaban... pues eso.
Yo estoy dando clases en la Universidad por “Zoom”, no está tan mal, pero nada qué ver con las clases en persona. Las universidades también están cerradas desde 11 de marzo, los administrativos y profes trabajamos desde casa (lo que se pueda)...
Los “paisas” siguen en los supermercados colocando comida, en los restaurantes haciendo burritos y pizzas para llevar, repartiendo comida, paquetes, Amazon no descansa, los choferes de autobuses y del metro, los “polis”: y claro, “paisas”, “polis” y repartidores, pues ahora están trabajando pero comenzarán a enfermar, ¿no? Ya hay ocho conductores de autobús que han enfermado y eso que ya el servicio es gratis siempre y cuando suban por la puerta de atrás y no tengan contacto con el conductor.
Y, claro, la ciudad sin los estudiantes de las universidades está semivacía. Bien duro cómo esto exhibe el poder adquisitivo, el estrato social, el acceso a bienes y servicios, o ser quien provee de ellos. Gente que ha cerrado su cafetería y ha puesto que no volverán a abrir, desempleados, etc.
Los niños tienen clase a “distancia” desde hace dos semanas. Así que tienen clases por “Zoom”, también, y con tareas por internet. Los han hecho a la fuerza la generación (c) coronavirus o (z) zooom por la aplicación, ¿no?
Según BostonUniversity, Harvard y MIT, vamos a terminar el semestre en forma “remota”. Y el verano, mayo a agosto, supongo que se suspenderá. Las graduaciones están programadas para septiembre, no mayo, como suele ser.
Y todo esto es tan superfluo cuando hay gente muriendo y exponiéndose, por sus empleos, al contagio. Sé que no es posible esquivar una pandemia como se esquiva un balonazo... pero el factor socioeconómico se convirtió en determinante en la afectación a los individuos, pero también de los países.
Aplanaremos la curva, pasará la pandemia
Luis Carlos Cuevas, residente de Hildesheim
Liliana y yo llevamos cinco años en Alemania. Ambos somos tapatíos. Hace un mes, el 1 de marzo de 2020, el periódico “Bild” publicó una noticia que se hizo viral: “El 70% de los alemanes se infectará de coronavirus”. Una colombiana nos escribió: “No se preocupen, nosotros somos extranjeros”. Reí evitando taparme los dientes con la mano. En 2009 me tocó la pandemia de gripe AH1N1 en México y recordaba lo importante que era no tocarse el rostro. Además, el pasaporte no sirve de cubrebocas, escurre demasiado rápido.
A partir de entonces fui testigo de las primeras compras de pánico en Alemania. Lo primero que desapareció de los estantes fue el gel antibacterial. Después se esfumó el sentido común: la gente peleaba por papel higiénico como si el peor síntoma de la enfermedad COVID-19 fuera la diarrea.
Una semana más tarde, la canciller Angela Merkel pidió calma y solidaridad, que se redujera al mínimo el contacto social para intentar bajar la curva de contagios y evitar la saturación de los hospitales. Había que proteger, sobre todo, a quienes pertenecen a los grupos más vulnerables.
Junto a otras medidas, se cerraron guarderías, escuelas y universidades. Se pidió no llevar a los niños con los abuelos. Las autoridades dieron una semana de plazo para evaluar cómo reaccionaba la población a esas medidas.
Durante los siguientes siete días hubo de todo. Entre los comportamientos irresponsables estuvo el de aquellos que, en lugar de mantener el distanciamiento físico, hicieron “Fiestas Corona”, como si la emergencia sanitaria no fuera más que el inicio del periodo vacacional. Otros jóvenes más solidarios prefirieron organizarse para apoyar a quienes ya estaban en cuarentena. Los integrantes del movimiento juvenil Fridays for future en Hildesheim, por ejemplo, como ya no podían juntarse los viernes a marchar por las calles, se ofrecieron a hacer las compras de los adultos mayores o cuidar a los hijos de quienes no podían trabajar desde casa, cualquier día de la semana.
No fue suficiente. El tercer domingo de marzo Merkel emitió otro mensaje en el que declaró que la pandemia de coronavirus era el reto más importante que enfrentaba el país desde la Segunda Guerra Mundial. Apeló de nuevo a la solidaridad y llamó a reducir drásticamente el contacto social.
Entre las nuevas medidas estaban el cierre de negocios, bares, cafés y restaurantes.
A partir de ahí, la situación se transformó vertiginosamente de un día para otro. Apenas había tiempo de asimilar las medidas implantadas, cuando ya se dictaban otras. Algunas regiones de Alemania publicaron un catálogo de multas, hacer un picnic en grupo, por ejemplo, podía costarte 250 euros en Renania del Norte-Westfalia (unos seis mil 500 pesos mexicanos). Nadie me pudo confirmar si el llamado a trabajar desde casa era imperativo o si seguía siendo opcional. Fui convocado a una junta laboral urgente cuyo motivo principal fue advertirnos que debíamos evitar reuniones de más de dos personas. Una paradoja, para decírnoslo hicieron una junta con más de 10 participantes.
Noto que escribí los párrafos anteriores en pretérito, me traiciona el deseo de que la pandemia sea algo del pasado. Como apenas comienza, es mejor utilizar el presente: uso el aquí y ahora para mantenerme en contacto virtual con los amigos, por medio de videollamadas en grupo. Liliana y yo nos guardamos en casa. Preparamos nuestros cursos para impartirlos en línea, ya se ha decidido que la universidad empezará el semestre de manera virtual. Salimos solo a cosas indispensables como comprar alimentos. Cada tercer día damos una vuelta por el bosque. Liliana está embarazada y esas caminatas son prescripción médica. No nos encontramos con nadie. Hoy día van más de 70 mil infectados de coronavirus en Alemania.
Dije que iba a hablar en presente, pero cuando se espera un hijo, es inevitable imaginar el futuro. No se saturarán los hospitales. Me dejarán acompañar a Liliana durante el parto. El bebé nacerá sin contratiempos e iremos a registrarlo a la Embajada mexicana. El recién extranjerito quizá no sea inmune al coronavirus, pero tampoco a las sonrisas de su madre. Aplanaremos la curva, habrá pasado la pandemia y entonces haremos un picnic los tres juntos. La única multa será tener que aguantar el sol mientras cambio los pañales.
La comunidad protege a los más vulnerables
Dulce Ochoa, residente de Berlín
Fue cuestión de días para que lo que era una noticia se transformara en cambios en toda Alemania apenas se informaron los primeros casos. A partir de entonces, todos los demás países de la Unión Europea empezaron a cerrar sus fronteras. Cuando empezó la pandemia, o cuando finalmente se tomaron medidas, nosotros, mi esposo y yo, teníamos planeado un viaje a Londres. Las medidas se implementaron el jueves y se suponía que saldríamos el viernes.
Pese a que todo parecía normal, noté que en los supermercados estaban vacíos los anaqueles de papel de baño y papel para cocina. Simplemente no había. Visitamos seis lugares y notamos que también se estaba acabando la comida en lata, las pastas…
Así que decidimos cancelar nuestro viaje por temor a que también cerrarán los aeropuertos y no pudiéramos regresar; fue lo mejor que hicimos ya que a los dos días nadie podía viajar.
Yo estoy sorprendida de cómo el Gobierno alemán ha atendido la emergencia. Por ejemplo, en los supermercados, las cajeras tienen con ventanas de plexiglás para así no tener contacto; el dinero se entrega una charolita y todos se hace con guantes. Ahora ya debemos hacer filas para hacer compras o trámites, no puede haber tantas personas, así que sólo se atiende por turnos y hay líneas de metro y medio de distancia. Además, ya está prohibida la venta de papel en grandes cantidades para que así pueda alcanzar a todas las personas.
Algo que me parece interesante que se está haciendo en los edificios es que se comunica todo sobre el coronavirus de manera actualizada, y si hay personas mayores o que estén enfermos, nos organizamos para ayudarlos a ir a las farmacias. La comunidad está respondiendo con los grupos más vulnerables, los está protegiendo.
Yo veo a la población alemana muy tranquila porque está siguiendo las indicaciones al pie de la letra y lo estamos haciendo bien, me parece.
También es importante que acá no se le da validez a la información que se envía por redes sociales o chats de WhatsApp porque se entendió que perjudica más y sólo genera pánico. Sólo se atiende medios de comunicación confiables. Y quedó claro que no es hora de hacer reuniones.
Los cuidados deben estar al centro
Saraí Pando, residente de Madrid
Después de la cancelación de las clases en todas las escuelas y en la mayoría de puestos de trabajo, las calles de Madrid están desérticas, los metros han dejado de estar atiborrados y todos los negocios están cerrados. Sólo se puede salir por alimentación y medicamentos. Para una persona que ha caminado por el centro de Madrid sabe que incluso visitar Puerta de Sol o Plaza Mayor un viernes a las 19:00 horas o un domingo a la hora de la comida es prácticamente imposible, y cuando esto no es así se agradece. Sin embargo, más que disfrutar de ese espacio no habitual en la capital, se siente una atmosfera de tristeza y miedo. Ante esa ambigüedad lo mejor es regresar a casa cuanto antes.
Desde que España se declaró en Estado de alarma, las personas hemos qué tenido que permanecer confinadas a nuestras casas, sin embargo, el no poder salir supone escenarios que preocupan más allá del aburrimiento que pueda suponer. Las condiciones de la casa no son las mismas para todo mundo, por ejemplo, ¿qué harán las familias que dependen de los comedores infantiles de las escuelas para alimentar a sus criaturas y que ahora están cerradas, o las mujeres que viven situaciones de violencia dentro del hogar del cuál no pueden salir en vías de preservar la vida?
Las personas extranjeras nos encontramos ante la incertidumbre de cuál será la situación para nosotras, si tenemos los mismos derechos de salud, o si nuestros procesos de residencia se verán afectados.
Por otro lado, en la pandemia, el trabajo de los cuidados está en el centro: el tratamiento de las personas enfermas, la falta de descanso y alimentación de quienes están trabajando en los hospitales sin parar; el cuidado de la casa, de la familia, supone establecer horarios y rutinas complejas como repensar el uso del tiempo libre y que este no se vea limitado a plataformas de internet, sino a buscar actividades en colectivo para contrarrestar la angustia del encierro. Se han virilizado en redes desde una lista de juegos en familia hasta recetas e ideas para cocinar.
Otra situación que llama la atención para una tapatía en España, es que regularmente en la mayoría de los barrios está prohibido secar la ropa limpia en los balcones: se ve la limpieza, pero el proceso de limpieza se oculta. La vida se vive más hacia dentro del hogar. No obstante, desde el Estado de alarma las personas han ocupado los espacios del hogar de diferentes maneras, por ejemplo, desde el 13 de marzo las personas salen a sus balcones a aplaudir en colectivo el trabajo de la salud pública, pero también ha sido un aplauso a los cuidados desde la comunidad.
JL