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Viajeros en la historia
Por: Cristóbal Durán
Esta ruta era importante debido al amplio comercio que Europa tenía con los asiáticos; era conocida como la Ruta de la seda y fue uno de los caminos más transitados entre Europa y Asia durante la Edad Media, pero el problema de los salteadores y el alto costo que implicaba un largo viaje por la Ruta, obligó a que se buscaran rutas alternas.
Una de esas opciones fue una posible vía marítima del Mediterráneo al mar Rojo, de manera que se pudiera realizar el viaje a la India completamente por mar. Pero no parecía algo fácil.
Aunque la más clara idea para viajar por mar a la India la tenían los portugueses (rodeando África), esa idea era aún incompleta, pero de todas formas eran ellos quienes llevaban la delantera en la búsqueda de esta ruta, y es aquí donde entra nuestro viajero: en 1487 Pedro de Covilha fue enviado como “espía” al mar de la India para investigar las posibles rutas marítimas por el Mediterráneo. La orden la recibió del rey de Portugal, Juan II.
Este navegante nació en Covilha, Distrito de Beira, Portugal, en 1460. Se hizo acompañar de Alfonso de Paiva para el viaje, ambos conocían perfectamente la lengua árabe, que era la oficial en la zona del Medio oriente, especialmente en las relaciones comerciales.
Además de buscar la anhelada ruta marítima, debían conseguir información sobre “los países de donde provenían las piedras preciosas, los aromas y las perlas”.
A los dos les entregaron “credenciales indestructibles” hechas de latón grabadas en todas las lenguas conocidas en la región de la Medialuna. También les dieron una carta que debían entregar al rey cristiano de Absinia, hoy Etiopía y Somalia.
Los “negus” (reyes) de Abisinia desde siglos atrás habían procurado mantener contacto con la Europa católica, puesto que estaban rodeados de naciones musulmanas e hindúes, y deseaban detener el avance de éstos sobre el reino etíope. Esta buena relación parecía garantizar un aceptable recibimiento a Covilha y Paiva.
Partieron de Lisboa, en 1487, llegaron a Barcelona, Rodas, Alejandría y luego a El Cairo. Iban como comerciantes de miel y se unieron a unos mercaderes árabes hasta la desembocadura del mar Rojo, en Adén.
En este punto se separaron y Paiva se dirigió al sur de Etiopía, mientras que Covilha hacia la India. Ahí visitó los puertos de Cananor, Calicut y Goa, indagando sobre el comercio de las especias; después regresó a la costa africana y siguió hacia el sur hasta Sofala, en el actual Mozambique.
Regresó a El Cairo y ahí se encontró a dos judíos, Abraham y José, quienes le dieron la noticia de que tenía que ir a Ormuz por orden de su rey, y también se enteró de la muerte de su compañero Paiva.
Se dirigió a Ormuz pero antes quiso pasar por La Meca, disfrazado de árabe, lo que logró con mil dificultades infiltrado en una caravana de comerciantes.
Regresó a Abisinia y fue presa de una antigua ley que impedía la salida de todo extranjero, a menos que fuera con la autorización del gobernante.
Éste no le autorizó salir y tuvo que permanecer ahí; el negus aprovechó sus conocimientos y habilidades para su corte, incluso se casó con una abisinia y tuvo varios hijos; se adaptó a la vida de aquella nación, tuvo una vida próspera y ya jamás regresó a Portugal, sólo envió sus informes y expresó que, para un viaje marítimo a India, no había otra posibilidad más que rodear África.
Treinta años más tarde, el embajador portugués Álvarez (o Rodrigo de Lima) viajó a Abisinia y visitó varios monasterios y la catedral de Axum.
El encuentro entre ambos fue sumamente emotivo: Covilha, rompiendo en llanto, lo abrazó como si abrazara a su extrañado Portugal, “su vieja Patria perdida”.
Platicaron de miles de cosas, incluso de una petición de regreso a la península, pero Covilha ya tenía más de media vida en Etiopía, donde dio su último respiro en 1526, y tal vez su último pensamiento fue para su amada Portugal.
Cristóbal Durán
ollin5@hotmail.com
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