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La Esperanza
Me recibió Carlos Hugo Chávez y me dio la preciosa habitación “Capetillo”, con fotografías del matador, cuando la hacienda perteneció a Rafael González se inició la cría de ganado bravo, con ejemplares de La Punta y de otra ganadería, su hijo Guillermo entusiasmo a Manuel Capetillo Villaseñor (quien laboraba en el ingenio de Quesería) a realizar sus primeras tientas en el fabuloso coso hundido, despertando su pasión por lidiar toros. Disfruté la tina con hidromasaje de mi baño y después fui al comedor a platicar con el doctor Miguel Delgado Álvarez (hijo de la poetisa Griselda Álvarez), me dijo: “Hace tres décadas me ofrecieron la hacienda, y vine con mi hijo Miguel Ángel a visitarla, quien se quedó encantado por la finca, montó a caballo, jugó con los perros y fue al pajarete, simplemente se enamoró del sitio, de la atmósfera campirana y por ende me incliné a tratar la propiedad, a pesar de que no tenía la cantidad total, le propuse al ingeniero Jesús Hernández a hacerle pagos parciales y aceptó. Gastamos las vacaciones y fines de semana posibles en la hacienda. Luego a mi segunda esposa, Liliana de Paul, se le ocurrió convertir el casco en hotel, idea que se cristalizó hace siete años”.
Poco antes del Porfiriato, Odilón Villanueva tenía el rancho Colorado, sembraba caña, café, arroz, cereales y trabajaba un trapiche, contaba con tres mil 216 hectáreas. Construyó la casa grande y la llamó “La Esperanza”, la esperanza de progresar. En los albores del siglo pasado tocó a su puerta un vendedor de maquinaria, que procedía de la Ciudad de México, el alemán Enrique Schöndube, quien levantó un pedido. En uno de sus viajes por occidente, se enamoró y se casó con una tapatía, Luisa Kebe Quevedo, hija de Eduardo Kebe y de Luisa Quevedo, procrearon a: Luisa, Isabel, Margarita, Enrique, Otto y Clotilde. Para 1909, el trapiche no prospero y con una deuda impagable, obligaron a Odilón a ceder su querida hacienda en remate, por 250 mil 80 pesos, siendo el comprador el ingenioso Enrique S., quien adquirió más tierras, al sur hasta el Río Tuxpan y al norte hasta las faldas del Volcán de Fuego (sumando cuatro mil 800 hectáreas), aprovechó todo el agua posible a través de presas, acueductos, canales y túneles; el trapiche lo transformó en un ingenio moderno y de buena capacidad productiva, construyó un molino de arroz, instaló una planta de luz, líneas de teléfono, y hasta un funicular, emprendió una escuela y edificó una capilla.
Unos grillos arrullaron mi sueño, por la mañana admiré los volcanes, me acerqué a las ruinas del ingenio y luego bajé a la presa, donde diversos pájaros volaban bajo para saciarse, una ordeña se delató por los bramidos. De la presa subí a un bosque de parotas, daban sombra a dos tumbas, una de Enrique Schöndube, con una estrella y la cita del 25 de noviembre de 1861 en Rodensleben Alemania, y una cruz, 12 mayo 1927 Hda. La Esperanza, Tonila, Jalisco.
La otra tumba de Francisco Eduardo Lake Cuesta, ago. 13 de 1908, ene. 16 de 1928. Ambos muertos por cristeros. Enseguida aprecié la capilla, con sus arbotantes, su bóveda de cañón y su Virgen Morena, animada con flores, pues era su día. Después baje unos escalones para ver unas amplias galeras. Antes de medio día fui a presenciar la peregrinación de la Guadalupana, después caminé por la sensacional barranca Las Coronas. Y más tarde disfruté de la alberca, y por último degusté el delicioso bufet dominical preparado por Yolanda Rodríguez.
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