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Una de mariachis de plaza y oropel
La Plaza de los Mariachis tiene 49 años de existencia, enclavada en uno de los barrios populares de la ciudad, es la cuna de los representantes de la canción vernácula, quienes bregan al son que les toquen
Los ocho músicos ya no pudieron hacerse de unos tres mil 500 pesos que cobrarían por sus servicios. A los clientes se les acabó la fiesta. Para todos los implicados de manera inconveniente, los unos perdieron una de esas tocadas de las que ya no hay muchas, y los otros se fueron con su son a otra parte, a los separos, para recuperar a uno de sus integrantes.
Escenas de este tipo forman parte del escenario que se ofrece entre las calles Álvaro Obregón, Lic. Verdad y la Calzada Independencia. Una callejuela que se ha adoptado como plaza en la que se puede disfrutar de la música conocida como “la más mexicana”, en el Estado donde ha nacido. El registro oficial dice que desde 1963, pero Juan Flores, representante de la Asociación de Mariachis del lugar (sin nombre o nomenclatura oficial, sino así nada más, de músicos asociados) asegura que desde antes ya se reunían. Él acompañaba a su padre, trompetista de una de estas agrupaciones, y lo veía trabajar.
“Él sí quería que fuera músico de mariachi. La verdad es como sobrevive el mariachi, así, de padres a hijos, es una tradición. Eso es lo que me hace confiar en que no desaparezca, porque además es lo que nos hace sentir mexicanos, ¿no?”, dice Flores para comenzar su reflexión sobre el estado de este género, sus representantes, sus sobrevivientes.
Estima que hay alrededor de 150 músicos que acuden al sitio, con los que se da vida a unos 20 grupos de mariachi que pululan por la zona en un turno vespertino y otro nocturno, pues la actividad comienza a las 15:30 horas en lo que se conoce desde noviembre de 2009 como El Patio Tapatío, un restaurante en las inmediaciones del callejón, donde además hay variedad, es decir, cantante y ballet, por supuesto vernáculos. Hace casi tres años se “reimpulsó” la plaza con una inversión de ocho millones de pesos, lo que le cambió el rostro a esta zona del barrio de San Juan de Dios.
“Tocamos de todo. Pero lo que se nos complica es que a veces la gente quiere escuchar de lo más nuevo que sacan los artistas, cosas que no son tan tradicionales, pero de todos modos las sacamos”, explica Flores, quien identifica una variación en el tipo de temas que ahora tocan, pues aquellas piezas que recuerdan a los héroes revolucionarios, hombres bragados, despechados, bebedores y jugadores se han modificado por las que relatan el amor o la pasión hacia, sobre todo, la mujer deseada.
Porque en esta plaza hay hombres, o machos, parece que no hay diferencia. Los que se tocan el trasero para burlarse del otro; quien se la revira y le dice: “Mejor agárrame acá, y le dices a tu hermana”. Los dos, casi al unísono, unas horas más tarde gritan: “Vente pa´ca Leticia, no encuentras nada, nosotros te atendemos”, se lo dicen a una chica que viste prendas ajustadas, una falda corta y tacones desgastados. Ella no los escucha, o hace que no los escucha. Estos integrantes del Mariachi Arrieros juegan a unos metros de sus compañeros que están a la espera de algún servicio. En algún momento de la tarde se incorporan a los de su grupo para seguir a la expectativa.
Aguardan en la esquina. Bajo el sol es más complicado, el movimiento es menor y la inclemencia se sufre. Apenas oscurece y cambian muchas cosas. Salen a escena los mariachis corredores, esos que alcanzan a los autos que circulan por la Calzada Independencia para ofrecer tocar para ellos. No importa el botín, no importan si el traje es de gala (se reconocen porque son los que llevan botonadura), el objetivo es hacer escuchar su música. Si pican el anzuelo hay dos pociones: o se negocia con ellos por canción o tanda, o se les acompaña a una serenata.
Una buena semana para ellos es que cada integrante del grupo se lleve dos mil pesos a casa. Sin embargo, promedian mil cada ocho días. Tiempo vacas flacas, pero nunca se sabe. Alguna vez llega un cliente, no muy borracho, que sí los contare las tres horas seguidas. Esos son los buenos.
Más preocupados por el son cubano
“Pues me ha ido bien. Me la paso muy bien aquí, porque esta plaza es más bien turística. Viene gente muy hermosa de todas partes de México y el extranjero”, dice Delia Magaña, cantante de la variedad del Patio Tapatío, quien interpreta un repertorio de canciones tradicionales, “viejitas, pero bonitas”, dice para referirse a temas como 20 años de prisión o La tequilera, esos que ya no se escuchan mucho en la radio o televisión, pero que aquí se tocan en vivo. A veces ante nadie, como un jueves por la noche, o ante 60 o 70 personas un sábado, lo que es en palabras de la propia Magaña, “una muy buena entrada”.
Cerca de ella el humo de los tacos de carne asada que se preparan en el local que da la bienvenida por la Avenida Juárez deja ver las siluetas de los que no ingresan al espacio delimitado por vallas y que pertenece al restaurante. Indigentes o algunos transeúntes que de pronto paran para ver el espectáculo. De entre ellos se distingue la figura de dos personas que no corresponden a los elementos del paisaje. Llevan a un pequeño en carriola, muy delgados y con ropa como para estar en la playa. Efectivamente son turistas. “Me sorprende mucho, la verdad esperaba ver a más gente, a más mariachis. Uno viene a Guadalajara y lo que se imagina de la cuna del mariachi es eso; pero bien, está bien, de hecho el barrio me parece mejor que el de Garibaldi”, dice Judith Tolentino, quien es acompañada por Álvaro. Ellos dos, oriundos de Barcelona, España, estaban al cierre de su viaje de dos mese por tierras mexicanas. Él sentencia lo que cree que pasa con la música mexicana: “Platicábamos con un mariachi que nos decía que ahora la gente está más preocupada por el son cubano o el flamenco que por el mariachi y él decía, ‘esto es México, el mariachi es México’, y es verdad”.
Era borracho, parrandero y jugador
Lo mexicano se siente, se grita y si es acompañado con tequila y unas rancheras mucho mejor. Hay estadounidenses que vienen y lo graban. Uno de ellos se colocó bajo la entrada de la Plaza Alameda, contrató al Mariachi Cobre para que tocara Guadalajara, los grabó con su celular y se fuera sin decir nada más. Subió al taxi del sitio número cuatro y se fue. “No gracias, no gracias”, dijo en espanglish.
Si hubiera esperado unos minutos se habría completado la escena, se hubiera encontrado con Javier Nava Martínez. Borracho, enamorado de su mujer, a la que le habló vía celular para que escuchara Motivos, la pieza que ejecutaba el Mariachi Internacional Arrieros por cien pesos. “Querían cobrarme 150. Nada, no se los doy y aquí traigo para gastarme cuatro mil, pero no se los voy a pagar. Quiero mucho a mi esposa. Mira, ya me está hablando, pero no le voy a contestar. Qué te estaba diciendo… ¡ah! Préstame cien pesos”
La plaza del trazo atípico
Para el urbanista Cuauhtémoc de Regil, la Plaza de los Mariachis sufrió un declive a partir de la década de los noventa. Apunta que la zona presentaba elementos ideales para desarrollarla como un espacio para el ocio y el disfrute del mariachi: el Templo San Juan de Dios, restaurantes, cabarets, negocios. Así también, que los registros de la presencia de estos grupos datan de la década de los sesenta, de hecho, que la película Guadalajara en Verano (1965) ya da cuenta de ello.
“Desde hace algunos años se abandonó el cuidado de parte del ayuntamiento para conservar la autenticidad del espacio de la ‘Plaza de los Mariachis’, de manera que se ha permitido toda clase de añadidos, deformaciones, alteraciones, subdivisiones de propiedad irregulares, etcétera, que no han beneficiado al espacio otrora tradicional. El reciente proyecto de intervención llevó a cabo una serie de modificaciones que, por razones de la Ley Federal de Monumentos y Zonas Arqueológicos, Artísticos e Históricos, no están permitidos y que sin la licencia correspondiente se llevaron a cabo. No hubo criterios de diseño y se privilegió el aspecto escenográfico por el de autenticidad e integridad del lugar. Al no obtener licencia del INAH, la obra está irregular”, apunta de Regil.
A tres años de su reinauguración, al ser un espacio abierto, el clima determina diferentes circunstancias de este lugar, que ofrece un paisaje festivo, con el aroma del colector cercano que se queda en la nariz de los visitantes, sólo confundido un poco por el humo de cigarrillos que emana de los bares o de algún fumador cercano, el perfume de algún joven bien vestido o una dama vestida para la ocasión.
LOS DATOS
Índice de seguridad en la zona
El robo a personas fue de 68 en 2010 y de 96 en 2011
El robo de autos fue de 15 en 2010 y de 13 en 2011
El robo a negocios fue de 61 en 2010 y de 60 en 2011
Cabe señalar que la tendencia en 2012 registra un comportamiento similar a lo registrado los dos años anteriores.
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