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¿Libertad de expresión o traición nacional? ¿Espía, héroe o filtrador? Tras ser juzgado por un máximo de 90 años de prisión, Bradley Manning polariza a la sociedad estadounidense

GUADALAJARA, JALISCO (25/AGO/2013).- Vivimos en la época de la “transparencia radical”. Ese debilitamiento de las estructuras rígidas y oscuras de la modernidad, cómo dijera alguna vez el filósofo alemán Ulrich Beck. Hoy en día todo se quiere saber, no puede haber misterios ni información clasificada. Las nuevas tecnologías son puertas de entrada a información antes inimaginable. Asimismo,  la información se ha vuelto en un arma lo suficientemente poderosa como para hacer que un débil individuo “ponga contra las cuerdas” a todo un imperio.

La historia del soldado Bradley Manning es casi ilusoria. Tan es así, que sin su compleja articulación de filtraciones que dieron vida a lo que se llamó “WikiLeaks” (reveló más de 700 mil documentos clasificados y expuso los abusos y violaciones a los derechos humanos de Estados Unidos en Iraq y Afganistán), seguramente no tendríamos ninguna noticia de él. Su carrera en la milicia fue fugaz. Se enlistó en la armada de los Estados Unidos en 2007 y, tres años después, ya se encontraba acusado de ser el responsable de las filtraciones a WikiLeaks, dirigido por Julian Assange, quien se encuentra encerrado en la Embajada de Ecuador en Reino Unido.

De acuerdo con datos del Gobierno de los Estados Unidos, que salieron a la luz pública en los innumerables juicios que tuvo que enfrentar Manning, las filtraciones comenzaron en febrero de 2010. Esta información se desprende de las declaraciones ante los jueces de Adrián Lamo, un hacker, fotógrafo y periodista que desveló prácticamente todos los detalles de la operación y las filtraciones de Manning al grupo WikiLeaks.

El escándalo de las filtraciones de WikiLeaks significó un golpe muy duro a la credibilidad de la diplomacia de los Estados Unidos en el mundo. Si bien, tras los ocho años de mandato de George W. Bush, la imagen de la Unión Americana se deterioró a niveles inimaginables, las revelaciones de WikiLeaks aportaron datos específicos y trazaron con claridad la forma en que el cuerpo diplomático americano informa al Departamento de Estado. Dentro de los cables que difundieron una serie de diarios internacionales, se puede notar un tufo de arrogancia y menosprecio hacia los dirigentes de distintas naciones que, incluso, son aliadas de los Estados Unidos. Por ejemplo, en las filtraciones queda claro que el Gobierno de los Estados Unidos actúa con entera libertad en territorio mexicano y que confían mucho más en la Marina que en el Ejército nacional. Las filtraciones le costaron la cabeza al embajador de Estados Unidos en México, Carlos Pascual, todavía durante el sexenio de Felipe Calderón. En la información que revelaron, queda claro que el Gobierno de Estados Unidos dudaba de la capacidad mental de la presidenta de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner.

Un atentado así, contra la confidencialidad del trabajo diplomático de los Estados Unidos, no podía tener un castigo menor. El Gobierno de Estados Unidos siempre entendió que este tipo de violaciones a la secrecía del actuar internacional, tenía que ser castigado de “forma ejemplar”. Por ello, tras hacer las revisiones de las 22 acusaciones contra Manning, que van desde apoyar al enemigo hasta revelar información confidencial y de seguridad nacional, los jueces decidieron ponerle una sentencia “disuasoria”: 90 años máximo y 35 años mínimo para pedir libertad condicional. Solamente se le declaró inocente del delito de filtrar información para favorecer intereses enemigos de los Estados Unidos.

Barack Obama, quien siempre mantuvo la línea discursiva de equiparar a Manning como un traidor y un peligro para la seguridad nacional, insistió en distintas intervenciones a favor de utilizar estas filtraciones como una forma de proteger al aparato de seguridad americano de futuros hackers y especialistas tecnológicos. La lógica es simple: un castigo bajo puede ser un incentivo poderoso para que jóvenes se enlisten en el ejército y filtren información por fama y visibilidad.

“I am Bradley Manning”


Manning no se quedó sólo. Tan pronto como las filtraciones a WikiLeaks se convirtieron en ícono de los nuevos movimientos que abogan por la libertad máxima de información y el reforzamiento del internet como un espacio desregulado, Manning se volvió una figura de talla internacional. De traidor para el Gobierno de Estados Unidos, se convirtió en un ícono global de la lucha contra las restricciones informativas por motivos políticos y estatales. Periodistas, actores e intelectuales no dudaron en darle su apoyo al joven militar que apenas cumplirá 26 años en diciembre de este año.

Con una campaña titulada: “I am Bradley Manning” (“Yo soy Bradley Manning”), cientos de ciudadanos americanos buscaban reunir las firmas necesarias para impulsar a Manning hacia el Premio Nobel de la Paz. Entre los que ya manifestaron su apoyo a Manning, está el director de cine Oliver Stone y actores y actrices como Russell Brand, Peter Sarsgaard, Maggie Gyllenhaal y Wallace Shawn.

¿Libertad de expresión o traidor a la patria?

Sin embargo, objetivamente, ¿quién es Bradley Manning? ¿Es un espía moderno, que anhela la fama y convertirse en el paladín de la libertad de expresión? ¿Es un traidor que vive en la ilegalidad y que utilizó su espacio privilegiado para filtrar información confidencial?

En marzo de este año, cuando se declaró culpable de 10 de los 22 cargos que enfrenta ante la justicia de los Estados Unidos, Manning sostuvo que su intención al filtrar esa información fue constructiva, así lo dijo: “Creí que si el público tenía acceso a la información podía abrir un debate en casa sobre el papel del ejército y la política exterior en general”. Es decir, para el soldado, en su cabeza siempre estuvo la paz. Intencionalmente, Manning se viste de Maquiavelo: “los fines justifican los medios”. Su argumento es simple, para abrir un debate sobre la guerra y sus consecuencias, había que filtrar ilegalmente miles de papeles clasificados. Y al final del juicio que lo condenó, señala: “Sentí que había hecho algo que me permitiría tener la conciencia limpia”.

Por su parte, el argumento de Estados Unidos es que el soldado violó la esencia del compromiso que hizo con el ejército cuando se registró en 2007. Al enlistarse en la milicia, Manning entendía que el interés de su país se encontraba por encima de cualquier otro imperativo moral y ético, incluso más allá que la propia condena a la guerra y a la muerte. El haber violado este código marcial, lo coloca como un traidor a los intereses de seguridad nacional de su país, y por lo tanto, el castigo debe de ser ejemplar. La transparencia total o la moral personal no deben de ser nunca justificación para fallar a los compromisos adquiridos con el ejército y las fuerzas armadas de los Estados Unidos.

Tal vez, ambos argumentos tienen parte de razón. No en las leyes marciales, pero en muchas naciones que han adoptado tesis jurídicas multiculturalistas, “la libertad de conciencia” se concibe como un valor intrínseco a la dignidad de la persona humana. En estos países, un ciudadano puede pedir excepción de una norma si siente que viola su moral o su código de ética. Sin embargo, al ser el ejército y las fuerzas armadas, instituciones verticales y que apuestan a la homogeneidad, es difícil introducir estos patrones jurídicos contemporáneos. Incluso, la lealtad y el compromiso son valores esenciales de las instituciones marciales que se encuentran muy por encima de la libertad de conciencia o la pluralidad ideológica, desde la perspectiva castrense. Es su naturaleza.

El “Do not ask, do not tell” (no preguntes, no digas), sirvió durante décadas en Estados Unidos como una forma de blindaje a los homosexuales para que no revelaran su preferencia sexual al interior del ejército. Este principio ilustra la cerrazón existente en las entidades castrenses.

El caso de Manning, o de Snowden o del propio Assange, son nuevos desafíos éticos y políticos en esta era de la información. Entre la libertad de expresión y la obediencia ciega e irreprochable de los gobiernos, se comienzan a dibujar grises éticos y morales que ponen a prueba convenciones avaladas hasta el día de hoy. Manning vivirá lo que resta en un perpetuo estado de esquizofrenia entre su etiqueta de traidor y el beneplácito social de una parte de la población que lo ve como héroe de la libre expresión. Ese es el destino que forjó Manning a sus 25 años.

Para saber

La otra historia

- “Quiero que todos sepan de mi verdadero yo. Soy Chelsea Manning. Soy una mujer. Dada la forma en que me siento y que me he sentido desde la infancia, quiero comenzar terapia hormonal tan pronto como sea posible”, aseguró Manning, en un comunicado.

- Tras conocerse la decisión de Bradley Manning, la red de apoyo nacional a la comunidad Lésbico, Gay, Bisexual y Transexual (LGBT) manifestó su apoyo incondicional a Chelsea en su fase de transición.

- La terapia hormonal de transición para quienes sufren disforia de género es el tratamiento médico común para este padecimiento, por lo que es derecho legal de Manning recibirlo en prisión, dijo la Unión Estadunidense por las Libertades Civiles (ACLU).
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