¡Un fantástico telescopio!
El aparato se encuentra instalado en las secas e inhóspitas alturas del desierto de Atacama
GUADALAJARA, JALISCO (16/JUL/2017).- Bien recordamos que la palabra “telescopio” proviene del griego ‘tele’: lejos, y ‘skop’: ver. “Ver Lejos”; y que supuestamente Galileo Galilei -siguiendo algunas investigaciones anteriores- en el año del 1610 logró “inventar” su propio telescopio para observar objetos lejanos que a simple vista no podía distinguir. Sabemos también que años después, Kepler, el gran astrónomo, usando dos lentes convexos, logró construir con éxito el primer telescopio astronómico
Ahora, en tiempos tan recientes como el 1999, admirablemente se pudieron reunir las fuerzas de algunas prestigiadas instituciones científicas de los Estados Unidos, con otras, igualmente acreditadas de Europa, a las que se agregaron otras no menos célebres del Japón, incluyendo desde luego a Chile como país anfitrión.
Ya contando con este valioso equipo de científicos, políticos y financieros, y no ausente de grandes polémicas, contradicciones y acuerdos, fue que finalmente se logró construir (con el apoyo conjunto) el impresionante y enorme super telescopio bautizado como “ALMA” (Atacama Large Millimeter Array: Gran Aparato Milimétrico de Atacama) que, después de al menos 20 años de discusiones, estudios, convenios ¡además de mil 200 millones de dólares! hace tan solo cuatro años (julio 2013) fueron inauguradas, con gran éxito las majestuosas instalaciones, mostrando desde ese momento, impresionantes, increíbles y sorprendentes imágenes de estrellas en el momento de su nacimiento, nebulosas con formas fantásticas, y galaxias a punto de colisión a nada menos que 70 millones de años luz. ¿Difícil de entender? Ya lo creo.
Cosas maravillosas como esta pueden suceder entre los humanos pensantes y sensibles con quienes convivimos diariamente. ¿Por qué entonces desvariamos en guerras, celos, envidias y tonteras? Quizá porque dudamos de lo que nos dice el ALMA: esa maravilla inventada y creada por los hombres.
Después de años de intensas investigaciones y desgastantes búsquedas por cerros y desiertos de varios continentes, en 1994 se encontró en el desierto de Atacama en Chile a los cinco mil metros de altura, una desértica y plana llanura llamada Chajnantor entre las gélidas alturas de los Andes. La meseta resultó ser tan seca, tan alta y tan despejada, que se le consideró como el lugar más alto, más seco y más plano del planeta.
La altura y conformación de las montañas andinas, forman en ese lugar una barrera natural contra las nubes cargadas de agua que pudieran venir de las planicies del Amazonas; y los vientos procedentes del oeste, así mismo pierden toda su humedad al pasar sobre la fría Corriente de Humboldt. Tan solo un escaso centímetro y medio de precipitación es lo que logran recoger esas tierras en el curso de todo un año.
Por eso fue que se decidió situar al ALMA en esas secas e inhóspitas alturas del desierto de Atacama; precisamente en donde Chile hace frontera con Perú, con Bolivia y con Argentina. Sorprendente es el saber que en esa agreste región, existe la enorme y compleja instalación de nada menos que 66 gigantescas antenas de 12 metros de diámetro cada una, estratégicamente colocadas entre los siete metros de distancia, y hasta 17 kilómetros de separación entre cada una, diseñadas para que, guiadas por una monumental computadora, funcionen al unísono con una tolerancia de tan solo 1.5 segundos, como si fuera -como lo es- un solo telescopio. Cada una de las antenas se encuentra milimétricamente acomodada en un lugar exacto de la vasta extensión de la planicie que se consideró como el lugar más adecuado para que este telescopio pueda “ver”, sin la interferencia de la bruma atmosférica, que pudiera provocar un cierto “ruido terrestre”, y así penetrar entre las cortinas de polvo y gas de las lejanas nebulosas, estrellas nacientes, y maravillosas galaxias que se encuentran en las profundidades del universo ocultas de nuestra vista (y de nuestro entendimiento).
Como breve ejemplo de las maravillas de este “aparato”, podríamos relatar que una de las dudas que se tenían sobre el motivo qué las galaxias masivas sean tan poco comunes en el universo, se aclaró al descubrir que la galaxia “Sculptor” -por ejemplo- mostraba un gas frío y denso que se expandía desde su centro expulsado por los vientos provocados por las estrellas que se estaban formando (¿?). Igualmente se descubrió que un disco de polvo que orbitaba una estrella joven, era nada menos que una “guardería” de planetas, en donde los pequeños granos de polvo trataban de unirse unos con otros para lograr el tamaño suficiente para construir un planeta.
Estos son tan solo unos pequeños destellos de lo que se está cocinando astronómicamente en la desértica, árida y desolada meseta Chajnantor en el desierto de Atacama en América del Sur, abriendo nuevos espacios de conocimiento sobre el siempre inquietante universo en que vivimos.