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Un crucero para vendedores ambulantes
Aquí, el tiempo que camina rápidamente es inversamente proporcional al avance de la fila de autos
Por la mañana no suelen ser más de 10: la mayoría son voceadores y limpiabrisas. Además los conductores llevan prisa: se les hace tarde, incluso van medio dormidos; las señoras todavía dando los últimos toques de maquillaje a la cara o las pestañas; algunos hombres —con menos glamur— ponen un poco de salivita al dedo y lo pasan luego por el rabillo del ojo para quitarse las lagañas o se componen el nudo de la corbata frente al espejo retrovisor. La atención, a esta hora de la mañana, está puesta en los pequeños detalles de la vestimenta y el arreglo personal y en el maldito reloj que camina rápidamente, inversamente proporcional al avance de la fila de autos.
Los vendedores del crucero lo saben, por eso llegan más tarde, cuando los que llevan prisa ya llegaron a su destino, cuando los que no compran dan paso a los que siguen: quienes circulan después de las 10 de la mañana y no tienen tanta prisa y les llama la atención la mesita de madera para llevarle el desayuno a la cama al marido o la famosísima y efectiva raqueta que bien podría parecer un juguete, pero que es un efectivo mata insectos. Y juguete al fin. También hay semillas (pareciera que a la ciudad llegó un cargamento de toneladas y toneladas de semillas de calabaza, que en cualquier crucero hay vendedores de esta botana) y si de plano prefiere algo fresco: agua, bebidas energéticas y hasta lechuguillas.
El mayor auge de vendedores ambulantes se da entre las 11 de la mañana y las cuatro de la tarde. Y la mayoría prefieren estar en la lateral de Avenida Vallarta, la que conduce a los autos de Oriente a Poniente. Hace algunos meses un diario publicó que era este el crucero más concurrido y del que más ganancias obtenían los vendedores. Pero el que vende cargadores para teléfonos celulares se queja de que las ventas no son constantes: “A veces mejor hubiera preferido quedarme en mi casa”, dice.
En quincena y sábado, cuando se dan estas coincidencias, se llegan a juntar más de 30 vendedores en esta esquina. No sólo pasa por aquí gente que sí compra: señoras o familias que les anda ya por gastar, que van precisamente a eso a Plaza Galerías y que no escatiman si se encuentran algo atractivo, que al cabo hay tiempo, porque el semáforo apenas deja pasar unos ocho o 10 autos y hay atrás, esperando pasar, al menos unos 50, más los que se vayan acumulando conforme avance el segundero. También personas que no quieren comprar en realidad, pero si se da la oportunidad, pues ahí están los que venden tiempo aire para el celular, cuadernos para dibujar, lentes, carritos, rompecabezas de la República Mexicana, discos piratas, sombrillas, chicles, mazapanes, protectores de sol para su auto y algunas otras cosas de temporada: hace algunas semanas había banderitas y bigotes postizos: no tardarán en llegar los muñecos y adornos navideños y —dúdelo usted— hasta los mismísimos arbolitos de navidad (¡y los antipáticos y ya nada originales cuernos de reno para los coches!) o el Santaclós que se tome una foto con sus niños, al cabo el semáforo permite eso y más.
Dos fenómenos nuevos han sucedido a últimas fechas en este crucero: la aparición de agentes de tránsito que “controlan” el tiempo que duran los semáforos en siga y que supuestamente están ahí para agilizar el tránsito (aunque —verdad santa— parezca lo contrario) y que logran alargar el tiempo que los automovilistas tardan en dar la vuelta con rumbo a la Plaza (situación que beneficia a los vendedores) y el que las obras que se realizan más adelante, sobre la misma avenida, han logrado obrar el milagro de que los autos que circulaban antes a velocidades espectaculares bajo el puente, vayan ahora a vuelta de rueda. Esta situación ha permitido que los vendedores se bajen —literalmente— a vender al túnel, con lo que suben —también literalmente— sus ventas. Y ahí está hoy el de los chicles y mazapanes vendiendo su mercancía al desesperado conductor que espera calmar un poco sus ansias mascando goma con sabor a yerbabuena. Lástima que no los hacen de pasiflora.
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