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Un Año con san Pablo: Un contagio deseable

No es teoría fría, no son elucubraciones ni racionalismo técnico; son palabras que brotan de la autenticidad que le hace actuar congruentemente...

     Hoy que tanto se habla de virus, de contagios, de epidemias, es bueno pedir al Señor que nadie se contagie de ninguna enfermedad, no solamente de la mencionada “influenza”; sino que también es bueno pedirle que nadie se contagie de falsedad, de suspicacia, de desconfianza o de otras enfermedades también muy dañinas, ya que epidemias de diversos tipos –corporales y espirituales- las ha habido siempre, en todos los lugares y en todos los tiempos, y a veces demasiado graves, mucho más que la del presente.
     A san Pablo lo conocemos por sus escritos y porque en ellos habla de sí mismo, de su vivencia, de lo que había en su corazón. Por ellos sabemos que ese corazón estaba lleno de fe y de amor, que son algo que no caduca, algo de lo que sólo se puede hablar desde la vida y que reflejan lo más auténtico y verdadero de la persona.
     No es teoría fría, no son elucubraciones ni racionalismo técnico; son palabras que brotan de la autenticidad que le hace actuar congruentemente.
Jesús  dice: “Permanezcan unidos a mí, como el sarmiento a la vid,  como la rama al tronco, porque sin mí, nada pueden hacer…”.
     Y nosotros preguntamos: ¿Cómo vivir de Él? ¿cómo participar de su ser?
Cualquiera que se haya enamorado verdaderamente alguna vez, puede explicarlo claramente, aunque sea con palabras sencillas, aunque no sepa de conceptos científicos ni sepa hablar con palabras elegantes o frases de mucha altura.
     Amar, vivir, reflejar, irradiar… son verbos muy afines al amor, son expresiones sumamente evidentes del amor.
     Por eso a san Pablo podemos preguntarle qué es, qué significa y cómo se realiza ese vivir en Cristo, y de su ejemplo aprenderemos cómo vivirlo también nosotros.
     Los Hechos de los Apóstoles, en el Capítulo 14 versos 21-23, relata: “Después de evangelizar en aquella ciudad y conseguir bastantes discípulos, Pablo y Bernabé  volvieron por Listra, Iconio y Antioquía, confortando los ánimos de los discípulos, exhortándoles a perseverar en la fe y diciéndoles: ‘Es necesario que pasemos por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios’. Entonces designaron presbíteros en cada iglesia, y después de hacer oración con ayunos, los encomendaron al Señor en quien habían creído”.
     San Pablo va y viene, predica sin descanso con el único empeño de hacer que el mundo se incendie de amor por Cristo el Salvador, para que desde aquí se levante una hoguera que llegue hasta el cielo.
     Ese anhelo atravesó los siglos y llega hasta nuestros días como nuevo, y nosotros podemos ser contagiados por el mismo amor.
     Sólo la vida del que ama perdura, porque sólo el amor vive para siempre. Por eso san Pablo, su vida y sus enseñanzas son todavía de palpitante actualidad al lado del inmortal amor de Cristo, que es para toda la eternidad.
     Qué bueno será que nos contagiemos de amor, no de avaricia, no de autosuficiencia, no de falsedades, ni de otros virus indeseables.
     Que nos contagiemos de alegría, de benevolencia, de humildad, de todo aquello que nos ayuda a ser mejores y a  repartir felicidad en nuestro entorno.
     Escuchemos el consejo que san Pablo da en su Carta a los Filipenses: 2,5: “Tengan ustedes los mismos sentimientos que tuvo Cristo”.                                                                      

María Belén Sánchez fsp
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