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Tras los pasos de Drácula

El héroe nacional rumano es el origen de la novela terrorífica

GUADALAJARA, JALISCO (16/SEP/2012).- Para lograr esta tarea detectivesca, tenemos que empezar por mencionar que este señor, que en excursiones nocturnas tenía el primor de convertirse en vampiro (desmodus rotundus), para clavar sus colmillos en el cuello de sus víctimas; desangrarlas hasta hacerlas desfallecer, y luego forzarlas a beber su propia sangre para convertirlas en vampiros.

Se dice que este personaje habitaba en el Castillo de Bran en Transilvania, una pequeña región de la actual Rumania. Y como dato curioso… cuando viajaba, cargado por sus sirvientes enfundados en negras vestiduras, tenía que hacerlo metido en un ataúd perfectamente cerrado y sepultado en tierra de su comarca.

Su castillo, fácilmente podrán imaginar lo tenebroso y sombrío que era. Gruesas y húmedas paredes; oscuros pasillos iluminados por débiles antorchas que conducían a lúgubres estancias; tenebrosas mazmorras en   donde con saña ejecutaba las increíbles fechorías de las que tantos infortunados fueron las aterradas víctimas del Conde Drácula, el aterrador hombre vampiro.

Rumania ya recordarán: está en la parte más oriental de Europa, a la orilla del Mar Muerto; rodeada por Bulgaria, Serbia, Hungrìa, Ukrania y Moldavia. Con su hermosa capital: Bucarest, llamada “La pequeña París” por su excelente arquitectura que ha sobrevivido guerras, terremotos y regímenes como el de Nicolae Ceaucescu, quien sustituyó hermosas construcciones por austeros edificios de arquitectura comunista. Se habla Rumano (Romano), que aunque sea del mismo origen que el nuestro, no se les entiende nada. Su iglesia principal es la Ortodoxa Rumana de ancestrales orígenes y cuyas hermosas iglesias –sobre todo en Maramures al norte– son verdaderas joyas construidas en madera ensamblada sin un solo clavo; adornadas con delicadas torres y decenas de íconos en sus interiores.

Este entorno y las leyendas existentes en la lejana región de Transilvania (tras la selva) y en Valaquia, la tierra del Príncipe Vlad, fueron inspiración para el escritor irlandés Bram Stoker, quien en 1897 publicó su famosa novela Drácula acerca del cautivador y terrible personaje con doble personalidad. Oscar Wilde opinó que era la novela de terror mejor escrita de todos los tiempos; y Arthur Conan Doyle coincidió con él. (Dato curioso es que, para describir la lucha entre el bien y el mal, Stoker se inspiró en ciertos temas de Franz List).

Sin embargo, el personaje real que inspiró la novela fue Vlad III Draculea (1431-1476), más conocido como Vlad Tepes (Tsepesh) “El Empalador”; príncipe de Valaquia y gran luchador contra el expansionismo de los otomanos que amenazaban tanto su país como el resto de Europa. Es de notar que sus aterradoras maneras de castigar a enemigos y traidores, le dieron tan terrible fama que era temido por propios y extraños. El empalamiento y otras torturas que realizaba, por crueles, no viene al caso comentarlas aquí (en internet aparecen ampliamente descritas). Se dice que más de 100 mil gentes murieron en estas torturas. Pese a esto, el emperador germánico Segismundo, lo tenía en tan alta estima por ser un acérrimo defensor de Valaquia y Transilvania que nombrándolo de la Orden del Dracul (Dragón) le otorgó tierras y canonjías por sus hazañas heroicas. Los castigos inhumanos que infringía, se dice que sucedían porque así eran las costumbres de la época, provenientes de los romanos que por siglos dominaron estas tierras de Dacia.  

El castillo de Bran no fue residencia de Vlad. Él vivió y defendió el Castillo de Poenari, que se encuentra en el lado derecho de la carretera Trasfagarasan que asciende a la montaña, en donde, después de subir unos mil 500 escalones se llega al tenebroso castillo en ruinas.

La traumática infancia de Vlad fue muy reveladora de su personalidad; ya que a los 13 años, junto con su hermano, fue entregado por su padre al sultán turco como rehén y muestra de sumisión. Más tarde, cuando volvió del exilio, supo que los boyardos (aristócratas locales) habían apaleado a su padre hasta morir, y a su hermano le habían quemado los ojos y posteriormente enterrado vivo. Su odio eterno a los boyardos, más que justificable, derivó en su saña contra ellos en empalamientos y masacres.

Vlad III Dracul (Tepes) fue pues, un gran defensor de su patria; y en Rumanía lo tienen –pese a sus macabros métodos– como una figura nacional. Aunque  la leyenda negra que pesa sobre él es más escandalosa y sensacionalista, murió heroicamente a los 45 años en una batalla luchando contra los turcos.
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