Suplementos

Temblores

Los policías de Los Ángeles en una versión menos heróica

GUADALAJARA, JALISCO (12/MAY/2013).- La Policía de Los Ángeles sale en las películas desde tiempos de Chaplin, y El Gordo y el Flaco. Era un cuerpo de hombrones serios, de mostacho tupido y macana en mano, que daban risa por incompetentes. Ahora, en las pantallas, los agentes del orden de aquella ciudad dan miedo. Son neuróticos, paranoicos o corruptos. Le meten miedo a los negros engreídos, le meten miedo a los mexicanos engreídos, le meten miedo a los blanquitos engreídos. Disparan, y luego averiguan.

Último turno viene a contar que a esos cinematográficos oficiales de la Ley también les entra susto, porque se topan con un nuevo enemigo en las calles y, peor aún, adentro de las casas. Son los cárteles de la droga del país vecino. Más despiadados y desconcertantes. Esconden droga en la olla de frijoles guisados y en los frascos de chiles en conserva. Usan armas lustrosas chapadas en plata y oro. Trafican con la gente y la despedazan. Controlan las pandillas de cholos. Hablan soltando la palabra “fuck” en todas sus posibles modalidades. Sus esbirros ya no son el mexicanito flacucho y amedrentado como ratón, sino unos pelones corpulentos llenos de tatuajes y de furia. Uno solo puede enfrentar a mano limpia a dos guardias armados, y dejarlos desfigurados y lisiados.

Al director David Ayer le gustan los policías y los barrios bajos de Los Ángeles como material narrativo. No los idealiza ni los desprecia, trata de evocar con ellos esas zonas de lo humano en donde ciertos valores sociales se desdibujan e irrumpen la violencia y los dilemas morales. Revela a sus personajes por capas. Al inicio los protagonistas son vistos como un imperturbable brazo ejecutor: “yo no hice la Ley, quizá no estoy de acuerdo con ella, pero mi trabajo es hacer que se cumpla” dice uno de ellos. Lo mismo, pero sin palabras, hacen pensar las primeras imágenes que muestran la persecución de un vehículo sospechoso desde la perspectiva del tablero de la patrulla. Cuando le dan alcance se enfrentan a tiros con los tripulantes y los dejan muertos. Todo el momento carece, deliberadamente, de intensidad. Se ve de lejos y sin emoción, como si una acción así, fuera cosa fácil y de todos los días. Conforme avanza la trama el realizador agrega dudas y preocupaciones a sus personajes. En una secuencia posterior los patrulleros arriesgan su vida al rescatar a unos niños de una casa que destruyen las llamas. Tras recibir una condecoración por su valentía, entre ellos se preguntan extrañados: ¿te sientes como héroe?

La película tiene apariencia de reality show porque recurre a las imágenes agitadas de pequeñas cámaras portátiles con las que uno de los patrulleros filma los pormenores de su rutina de trabajo. Otra parte de esos saltos y desenfoques visuales proviene de los teléfonos celulares de los delincuentes, quienes aparentemente también tienen la costumbre de filmar sus andanzas.
Síguenos en

Temas

Sigue navegando