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Sin explicaciones
El nuevo filme Terrence Malick está en cartelera
filosofía, y luego se dedicó al cine. En sus últimas películas emergen con más fuerza que nunca las secuelas de su intensa formación académica. El árbol de la vida (2011) y, ahora, To the Wonder: deberás amar (sí, un título idiota cortesía de la compañía Canana) son fascinantes divagaciones poéticas sobre el sentido de la vida.
Decir que la película tiene una trama y personajes, es mucho decir. Lo que presenta es un fluir de imágenes esplendorosas, de momentos, de fragmentos musicales, de voces. Es un ir y venir a los rostros, los cuerpos, los paisajes. Un seguir a los que caminan, y esquivar a los que hablan. No hay nombres. Hay un él, y hay una ella, o dos. A veces parecen enamorados, se acarician. Otras, esperan perplejos o cargados de desilusión. También aparece un sacerdote; visita a los prisioneros, a los pobres, a los enfermos. Escucha y mira. Ninguna de esas figuras es símbolo, ni posee una psicología premeditada, son seres definidos, unos estadounidenses, unos europeos, cuyas existencias se tocan, pero sin un proyecto dramático que les organice la existencia, y les haga provocar risas o preocupaciones.
Malick se mueve en las vidas de sus personajes con una agilidad pasmosa. La velocidad que forma esa corriente es la de lo efímero y la del recuerdo. Presenta, pasado y futuro, se vuelven elusivos y efervescentes. La imagen y el sonido se desconectan. Las expresiones cambian de idioma; del francés al inglés, al español, al italiano, al ruso. Incluso una de las actrices se desenvuelve en muchas escenas a base de piruetas. En algunos momentos la película intenta hacer apuntes del choque cultural de los migrantes. La niña francesa sorprendida por el colorido, amplitud, y extrema limpieza del supermercado gringo. La joven italiana que maldice y grita contrariada por la falta de gente en las calles de una pequeña ciudad norteamericana que nunca se identifica. Si los Estados Unidos son cielos azules y pastizales, Francia es nublados y clima lluvioso y frío.
Es notable la necesidad del director de acomodar a sus actores como piezas dentro de la composición general del cuadro. No se observan presencias humanas aisladas, sino siempre se puede tener conciencia precisa del mundo físico que los rodea. También le interesa la naturaleza por sí misma, la visión del sol, de los suelos, del horizonte, de la luz que entra por las ventanas y por las puertas.
Las voces que acompañan lo que se ve, dudan afirman, reflexionan. Algunas de sus líneas son como aforismos, por ejemplo: “Vive y has lo que tú quieras. La vida es un sueño, en un sueño tú no puedes cometer errores.”
GUADALAJARA, JALISCO (18/AGO/2013).- En la biografía de Terrence Malick consta que estudió filosofía en Harvard, se graduó con honores, fue a Oxford, inició el doctorado, se disgustó con su tutor, regresó a los Estados Unidos, trabajó para el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) como profesor de
Decir que la película tiene una trama y personajes, es mucho decir. Lo que presenta es un fluir de imágenes esplendorosas, de momentos, de fragmentos musicales, de voces. Es un ir y venir a los rostros, los cuerpos, los paisajes. Un seguir a los que caminan, y esquivar a los que hablan. No hay nombres. Hay un él, y hay una ella, o dos. A veces parecen enamorados, se acarician. Otras, esperan perplejos o cargados de desilusión. También aparece un sacerdote; visita a los prisioneros, a los pobres, a los enfermos. Escucha y mira. Ninguna de esas figuras es símbolo, ni posee una psicología premeditada, son seres definidos, unos estadounidenses, unos europeos, cuyas existencias se tocan, pero sin un proyecto dramático que les organice la existencia, y les haga provocar risas o preocupaciones.
Malick se mueve en las vidas de sus personajes con una agilidad pasmosa. La velocidad que forma esa corriente es la de lo efímero y la del recuerdo. Presenta, pasado y futuro, se vuelven elusivos y efervescentes. La imagen y el sonido se desconectan. Las expresiones cambian de idioma; del francés al inglés, al español, al italiano, al ruso. Incluso una de las actrices se desenvuelve en muchas escenas a base de piruetas. En algunos momentos la película intenta hacer apuntes del choque cultural de los migrantes. La niña francesa sorprendida por el colorido, amplitud, y extrema limpieza del supermercado gringo. La joven italiana que maldice y grita contrariada por la falta de gente en las calles de una pequeña ciudad norteamericana que nunca se identifica. Si los Estados Unidos son cielos azules y pastizales, Francia es nublados y clima lluvioso y frío.
Es notable la necesidad del director de acomodar a sus actores como piezas dentro de la composición general del cuadro. No se observan presencias humanas aisladas, sino siempre se puede tener conciencia precisa del mundo físico que los rodea. También le interesa la naturaleza por sí misma, la visión del sol, de los suelos, del horizonte, de la luz que entra por las ventanas y por las puertas.
Las voces que acompañan lo que se ve, dudan afirman, reflexionan. Algunas de sus líneas son como aforismos, por ejemplo: “Vive y has lo que tú quieras. La vida es un sueño, en un sueño tú no puedes cometer errores.”
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