Suplementos

Si las puertas del colegio hablaran...

Para los niños, el primer día en la escuela es un cúmulo de emociones; para los padres, una anécdota inolvidable

GUADALAJARA, JALISCO (14/AGO/2014).- El ciclo escolar es una etapa sobresaliente en la vida de un niño que empezará a ir a la escuela: las ansias de la noche anterior, preparar los útiles, forrar los cuadernos según la materia y afilar los lápices suelen ser una actividad llena de emoción frente a lo desconocido. Pero, ¿cómo ve esa etapa previa un adulto cuyos hijos son quienes entrarán en ese nuevo mundo de la educación escolar? Amelie Santillán es madre de dos desde hace varios años: con su primer hijo, un varón de nombre José Manuel, buscó prepararse para que el primer día de escuela no tuviera ningún problema. “Una semana antes hice la rutina como si fuéramos a la escuela, es decir, lo levanté temprano desayunamos y salimos tratando de que la hora fuera cercana a la entrada para que se fuera familiarizando con el trayecto y el horario”.

Con anterioridad, la directora de la escuela que eligió para inscribir a su hijo le comentó sobre ese primer día, “El Día”, que para algunos padres e infantes resulta un poco difícil de sobrellevar. “Me recomendó que platicara con el niño para que estuviera tranquilo; tratar de darle confianza para que este día transcurriera con armonía y lograr que esa experiencia fuera de lo más maravillosa para ambos”.

Gracias al entrenamiento de acercarse a la rutina escolar desde una semana antes, esa primera mañana de clases fluyó con naturalidad para su hijo: “Recuerdo que no tuve que levantarlo, Manuel ya estaba despierto sentado en la cama esperándome para ponerle su nuevo uniforme: desayuno, mochila, útiles”. Quizá contra los pronósticos, la actitud del niño fue de lo más natural y despreocupada. “Cuando me disponía a tomar mi bolso para salir, Manuel ya estaba dentro del coche sereno pero muy entusiasmado”, platica Amelie.

Ya en el auto, el recorrido hacia la escuela se desarrolló con normalidad, hasta poco antes de llegar al inmueble. “En cuanto di la vuelta en la cuadra donde estaba la escuela, Manuel desabrochó su cinturón de seguridad. Al llegar a la puerta ya nos esperaba la maestra a cargo de la recepción de los pequeños”. En pocos instantes se sucedieron estas acciones que narra la mamá primeriza: “Abrió la puerta de mi coche y bajó al niño: Manuel entró corriendo a la escuela y la maestra cerró la puerta del auto. ¡Todo esto no tomó ni dos segundos!”. El pasmo de ese preciso momento en el que su hijo se adentró por los pasillos de la escuela para dar inicio a su educación formal dejaron a la madre estupefacta: “Atónita, yo no avancé sino hasta que escuché el claxon del vehículo trasero”.

Ya una vez puesto en marcha el automóvil, lo siguiente fue buscar un espacio para hacerse una pausa. “Rápidamente estacioné mi auto fuera de la línea para dejar a los chicos. Me bajé a toda prisa para cerciorarme de que no estuviera triste, y no dejaba de pensar: ‘no le di un beso, no le di la bendición’”. La angustia era mucha cuando desde la reja escuchó el timbre que marcaba la entrada, Amelie no logró ver a su hijo. La directora salió para abrazarla: “Me di cuenta de que estaba llorando, me dijo —‘Señora, ¿gusta pasar a la dirección unos minutos para que se tranquilice? El niño lo está tomando muy bien’”. Ese revés de la historia ahora es rememorado por la familia con humor: “Al pasar los años cuento la anécdota con risas, pero en ese momento fue triste y a la vez reconfortante desprenderme de mi hijo. Supe que había hecho un buen trabajo al proporcionarle seguridad y confianza”.

A pesar de que de manera global ese primer día fue bien librado, la mamá está segura de una cosa: “que el corazón de una madre nunca está preparado para una despedida”. Pero las historias de “el primer día de clases” no iban a acabar ahí para Amelie. Varios años después nació su segundo retoño, una niña de nombre Monserrat, con la que tuvo una experiencia muy diferente: “Ella lloró y lloró cada día de la primer semana en la escuela.

Como madre la sensación de ver sufrir a tus hijos es indescriptible, así que para la segunda semana opté por estacionar mi auto cerca de su salón, donde ella lo viera desde la ventana y así se sintiera más segura, sabría que yo siempre estaría cerca por si algo le ocurriera. Tuve que ir en camión al trabajo hasta que superó esa experiencia de desprendimiento”.

La reflexión final que le queda a esta mamá que logró sortear con éxito el primer día de clases de sus dos hijos es algo que bien aplica para los padres, no solo en el contexto de la educación y el ciclo que está por comenzar: “Los hijos no vienen con un manual que incluya que hacer en caso de… Algunos padres cometemos errores involuntarios, pero cada aventura con mis hijos me ha dejado la experiencia de vivirlas con todo el amor cariño y paciencia de madre”.
Síguenos en

Temas

Sigue navegando