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¿Qué tal tu salud?

No son buenas noticias si llamas diciendo que estás en la Cruz Verde. El piso es blanco, pero se ve gris de la mugre, de las pisadas de cientos de personas que pasan por ahí.

GUADALAJARA, JALISCO (07/ABR/2013).- Para llegar a la Cruz Verde que está atrás del Parque Alcalde (“Parque Alcaldo”, le llamaban en la antes Facultad de Derecho, hoy División de Estudios Jurídicos) hay que sortear el tráfico porque es martes, día en el que se pone el tianguis de Mezquitán sobre la Avenida Federalismo, justo frente al panteón. Y luego está ahí también el Mercado de las Flores a donde se compran los ramos a una tercera parte del costo de lo que los puede uno adquirir en los cruceros del Poniente de la ciudad.

En teoría debería haber muchos lugares para estacionarse detrás del Parque Alcalde, aún cerrado por estos días. Pero no. Y cuando por fin aparece un espacio, quién sabe de dónde —cual honguito en agosto— brota de repente un “Viene-viene” con su franela roja para dejar en claro que la banqueta no es de nadie, sino suya y “aquí se lo cuidamos, jefe, váyase sin pendiente”.

Es temprano: no más de las nueve de la mañana, pero el sol no parece el de esa hora, sino el de medio día, el que cala, el que hace sudar. Afuera de la Cruz Verde algunos puestos de comida, algunas personas con caras largas, algunas otras con la mirada perdida y con el celular llamando, dando explicaciones difíciles. No son buenas noticias si llamas diciendo que estás en la Cruz Verde, pero en esta ocasión se trata de sacar sólo un certificado médico, porque te lo han pedido en tu nuevo trabajo.

Casi ningún lugar al que se acude sin ganas de ir resulta agradable. De entrada, cuando traspasas el umbral, no tienes indicio de a dónde acudir. Van y vienen personas, entran y salen camilleros, algunas personas están ahí, recargadas en la pared, sentadas en las escazas sillas azules. El piso es blanco, pero se ve gris de la mugre, de las pisadas de cientos de personas que han pasado por ahí en los últimos minutos.

Llegas a una ventanilla que dice “caja”. Hay muchos letreros alrededor, indicativo de que no hay que preguntar, de que la gente que trabaja ahí no quiere que le pregunten, porque a diario y en cada momento le preguntan, por eso ha puesto los mensajes que dicen: “Las personas que tengan Seguro Popular que vengan a consulta es llegando a la esquina, lado izquierdo, dan vuelta y la primera puerta dirigirse a trabajo social, con copia de póliza y copia de identificación”. O bien: “Trabajo social del servicio de urgencias, atención por la puerta donde ingresan pacientes en camilla”. Y así, por todos lados y en cada espacio: letreros que aclaran, informan, advierten. Por eso no hay que preguntar, sino leer. Leer todo y no preguntar, a menos que sea absolutamente necesario.

Ya sabiendo lo que hay que pagar por tu certificado médico, sacas tu billetera y buscas no un billete, sino el pago exacto. Y esperas en la fila a que te toque el turno. Cuando llega tu hora, la señora que estaba detrás del cristal sale de su oficinita y se va, sin dar explicaciones. ¿A dónde fue? ¿Tardará? ¿Qué hacer? Esperar, no queda más que esperar. Adentro se escucha una televisión en la que alcanzas a ver a Miguel Ángel Collado decir que sigue el mejor programa de entretenimiento de la televisión, pero no puedes entrar a apagarle.

Regresa la señora, entra en su oficinita y te pregunta qué quieres. Le dices que un certificado médico. Te inquiere sobre tu tipo de sangre y cuando ve tu cara de duda te dice que veas en tu licencia de manejo, porque ahí viene el dato. Tú no tienes licencia de manejo, pero haces como que la buscas en tu cartera, mientras tratas de recordar qué maldito tipo de sangre eres. Temes que, de ser sincero con la señora, te niegue tu papelito. “O positivo”, le dices mientras ruegas a Dios que eso seas.

Te da la nota con la que tienes que salir de ahí e ir a la vuelta. Te quiere dar el patatús cuando ves que está lleno, como camión de la ruta 380 a las siete de la mañana. Pero tienes suerte: te mandan al único consultorio que está vacío.

Entras y luego de saludar te sientas, pensando en que te van a examinar, a tomar el pulso, a subir a la báscula, a sacarte sangre y comprobar que has dicho la verdad. En cambio, vienen sólo una batería de preguntas: que si eres alérgico a algo, que si tienes parientes con diabetes, que si te han operado, que si…

Cinco minutos después sales de ahí con el papelito que necesitas. El “Viene-viene” no está por ningún lado. Te parece un día redondo, que apenas comienza.


david.izazaga@gmail.com
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