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Primeras escenas del año con invierno incluido

Postales del frío, un viaje a Atacco y alguien que te observa en el baño

GUADALAJARA, JALISCO (13/ENE/2013).- Una señora arriba de su camioneta conduce con dificultad; no con aquella naturalidad de tener que desplazar por las calles un armatoste que bien podría ir a pelear en cualquier guerra, sino la de quien parece haber sido maniatado colocándole encima una botarga. Si observamos bien, la señora de enchuladas pestañas debe llevar unos catorce abrigos encima. Los mismos que sólo puede usar pocos días al año en esta ciudad en la que el 90% del tiempo el clima es caluroso. Sin querer ofender, parece que al volante conduce esa mascota de una compañía que fabrica neumáticos. Consuela saber que, en caso de un accidente, seguramente esa ropa que la forra no permitirá que se lleve ni un rasguño.

Una onda fría permitió que los tapatíos sintieran que de veras era invierno más allá de que en las principales plazas de los municipios conurbados hubo planchas de hielo pre fabricado para que patinaran gratis. Irónicamente, los días de más frío no pudieron utilizarse las pistas de patinaje, ¡porque se congelaron de más!, algo que los proveedores no tenían previsto.

Cada año suele suceder la misma historia: los días navideños, en los que en los mejores sueños aparecen los personajes abrigados hasta las orejas, junto al árbol y frente al pavo, suelen deparar la sorpresa del calor, que hace que la mayoría se despoje de sus abrigos y bufandas más rápidamente de lo que hubiesen querido. Y el frío aparece siempre hasta enero, cuando en la mente ya se fue la Navidad y la gente tiene que hacer su vida normal. Quizá se podría pensar, para que chequen los sueños con la realidad, en cambiar las navidades hasta los primeros días de enero, para de veras sentir el invierno que en esta región del mundo dura muy pocas horas, sino es que minutos.

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Atacco es una pequeña población que se encuentra a unos tres kilómetros de Tapalpa. Vamos allá por un encargo: “Lágrimas de San Pedro” contra la diabetes, para mi suegro. En el lugar existe una “Farmacia Viviente” en la que venden yerbas medicinales, pomadas, gotas, jarabes y tinturas. Entrando al pueblo, a no más de cinco cuadras, está el letrero sobre la fachada que indica que ahí es el sitio, pero la puerta que da a la calle está cerrada. Luego de tocar, preguntamos a un viejito que está sentado enfrente, bajo unos portales. “Pues no tienen horario”, nos dice. “Cuando está abierta la puerta es que abrieron, y cuando no, pos no”. Regresamos al siguiente día y la puerta ya está abierta. El lugar en el que se ubica la Farmacia Viviente fue Hospital de Indios y data del siglo XVI. Unos pasos adentro y se pueden observar dos capillas, una frente a otra, separadas por no más de cien metros. De acuerdo a una placa colocada en el lugar, en 2007 la Secretaría de Cultura de Jalisco y el INAH iniciaron trabajos de restauración de ese que fue uno de los primeros centros de evangelización de la región construido en 1533 y que estuvo a cargo de los franciscanos.

Siglos después, la gente de la región sigue acudiendo ahí para tratar de aliviar cualquier mal, desde enfermedades crónica hasta cólicos y gripes. Una familia sale de la farmacia luego de comprar tintura para la diarrea. A la salida, por la puerta principal, se detienen en el único puesto ambulante que se puede observar en cuadras a la redonda: venden cd´s y películas piratas. Compran también un par de películas de moda en cartelera y un disco de Lucero. Lo bueno es que ya llevan la medicina.

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Cena en un lujoso restaurante de Avenida México. Al ir al baño e intentar abrir la puerta, alguien me la abre desde dentro. Pienso que es un comensal que sale, pero no: se trata de un comedido personaje que se deshace en saludos y que reitera como 12 veces que está a mis órdenes para servirme en lo que se me ofrezca. Dicho afuera no tendría inconveniente en escucharlo, pero ¿en el baño? De hecho he visto este tipo de personajes, por ejemplo, en el baño de Sanborns. ¿Pero, aquí?

Cuando estoy frente al mingitorio siento su mirada en mi nuca y los nervios me hacen que tarde más en orinar que de costumbre. Cuando termino actúo como si el tipo no estuviera, pero él observa cada paso que doy. Voy hacia a dónde sale el jabón y él me ha adivinado el pensamiento y ya le apachurra al aparato para que salga, me enjuago las manos y ya está él con el papel en sus manos. Me viene a la mente la imagen del buen can que ha ido a recoger el diario y llega al pie de la cama con su amo. Le doy las gracias y salgo de ahí casi corriendo. Más tarde me darán ganas de ir al baño, pero me aguantaré hasta llegar a casa.
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