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Post por eso pues’n: Guadalajara postmoderna en 2016

Se cumplió el 30 Aniversario de la FIL. La asistencia rebasó las cifras históricas y confirmó que es la principal feria de la literatura hispana en el mundo

GUADALAJARA, JALISCO (08/ENE/2017).- A reminiscencia más clara de identidad ranchera estaba presente en mi casa cuando mi mamá quería regañarnos y poner un límite a una situación de desobediencia extrema.

Era entonces cuando mi mamá subía el dedo índice y mirándonos fijamente a los ojos nos decía: “Pos por eso pues”. Esta expresión, que sintácticamente no decía nada, lo decía todo: era el ultimátum de la paciencia. Por eso quise titular así mi crónica del 2016. Para dedicar mi reflexión de lo sucedido este año a partir del impacto de la modernidad tardía o post-modernidad en nuestra ciudad, que hasta los años ochenta era aún considerada un Rancho Grande. ¿Cómo se relaciona la postmodernidad con el Rancho Grande?

En 2016 se cumplió el 30 Aniversario de la FIL. La asistencia rebasó las cifras históricas y confirmó que es la principal feria de la literatura hispana en el mundo. La ciudad es también sede de la Festival Internacional de Cine. Se planea hacer del centro histórico una Ciudad Digital, se construye la obra del Tren elevado y se difundió la ciudad como una marca mediante un spot musical. Por primera vez el MUSA tuvo dos exposiciones mayores: Los Modernos y Valenciaga. Y se anuncia que Guadalajara gana el premio MayorsChallenge de Bloomberg Philanthropies que le otorgará un millón de dólares para implementar la plataforma anticorrupción llamada Gestión Integral de la Ciudad. Estos elementos parecieran evidenciar que Guadalajara está bien conectada en los circuitos del  Cosmopolitalismo post-moderno que nos redefinen y nos conectan con diversos mundos antes lejanos o extraños para el tapatío. A través de ellos no dudaríamos de que hoy la ciudad fue catapultada y ya es reconocida como Ciudad Global.  

La ciudad de Guadalajara ha sido definida a lo largo de su historia de múltiples maneras: “El rancho grande”, “la ciudad bicicletera”, “la ciudad de las rosas” o  “Guanatos”. Todos estos motes expresan una mezcla de nostalgia por lo que fue y dejó de ser, pero añoramos que vuelva a ser. Al mismo tiempo, nombrarla así expresa la  frustración de lo que aspira a ser pero no ha sido, o no ha llegado a ser aunque sea tan pretenciosa. En el  2016  no podemos no preguntarnos por lo que es y define actualmente a nuestra ciudad. Y esto sucede cuando nos bajamos de la nube del cosmopolitanismo al caer en un enrome  bache, de esos que abundan en las calles de la urbe. También perdemos la visión de la ciudad-mundo cuando pedaleamos en bicicleta esquivando los atropellos de los carros o envueltos en el velo denso y pestilente del humo de los escapes de los camiones.  O cuando no podemos llegar al aeropuerto porque está tomado por los ejidatarios que reclaman les paguen miles de millones de pesos que les debe el gobierno federal por la expropiación de los terrenos donde construyeron el puerto aéreo que conecta por los aires a la ciudad con el mundo.  

El postmodernismo, el neoliberalismo, la globalización o el cosmopolitanismo, además de generar nuevos habitos, ha transformado el paisaje de la ciudad. No me hallo ya en la Ciudad de las rosas. Aunque guardo recuerdos de  que antaño los rosales decoraban sus camellones, hoy en su lugar veo agaves tequileros. Sin duda a cielo abierto y cubriendo montes y laderas son capaces de recrear el paisaje azul agavero que fue denominado por la UNESCO Patrimonio de la humanidad. Pero desperdigados en camellones y glorietas no logran colorear el paisaje, sino dar una imagen raquítica y pobre de la arquitectura de jardín.  La colocación de agaves por toda la ciudad se debe a la idea neoliberal de utilizar emblemas como marcas que comercializan la ciudad. Guadalajara la del tequila, se vende como marca de un producto, como la bebida mexicana que ha conquistado las gargantas del mundo. Los agaves nos reciben desde que aterrizamos en el aeropuerto. Fueron sembrados en camellones e incluso en la glorieta Minerva.

La ciudad del Tequila transforma nuestro paisaje. La ciudad parece hoy como un significante vaciado de sus antiguos significados y usos para dar paso a una ciudad que desea colocarse como denominación de origen de imaginarios de consumo regional en un extenso mapa global. Lo urbano y los referentes mismos de la ciudad simbolizada por su historia van perdiendo contenido al imponer la imagen por sobre el símbolo. Lo que importa es su publicidad; lo que la hace memorable es su repetición. Se magnifican sus referentes aparentes mientras se vacían los contenidos que le aportaban identidad. Es la imagen puesta al servicio del imperio de la seducción, donde sus formas sustituyen al objeto mismo que lo trasciende, ya que la imagen carece de referente real, y poco a poco va colocando la simulación en el lugar de la realidad.

Ejemplo de ello es la idea de “la ciudad marca”  (reprodúzcala en: https://www.youtube.com/watch?v=DPAL7DHwN9Q) como un envoltorio de la identidad de la ciudad que avanza generando preciosos y emotivos spots musicales, donde se elige la canción de Guadalajara Guadalajara para posicionar la ciudad en el imaginario global de una ciudad amable y diversa. El video es una especie de canto al rancho grande con voz de Guanatos. No obstante, aunque confieso que el video-marca de la ciudad que fue lanzado por la presidencia municipal a inicios de año me despierta muchas emociones y sobre todo mucha nostalgia por la tradición, también me molesta, pues no veo a la marca  acompañada de una política que integre en la vida diaria de sus pobladores la diversidad que parece presumir con los ritmos variados y las mezclas duras que entonan su canción. ¿Es la Guadalajara de quién y para quiénes? ¿Es la Guadalajara para ser vista y escuchada por los que están fuera de ella? ¿Es la Guadalajara convertida en imagen vaciada de sentidos? ¿Es la ciudad que presume a sus esterotipos pero que no es capaz de conservar su cultura?  

Ni siquiera la Minerva, convertida en el símbolo que resguarda a la urbe, ha podido soportar los cambios de los tiempos y, al igual que la clonación de imágenes, se ha vaciado de significado. Está hueca, deteriorada y débil en su esqueleto, como una metáfora de lo que ocurre. El diagnóstico es que la efigie está dañada en su estructura. ¿Será también un símbolo de los tiempos convulsos y vacuos que se experimentan hoy día?.  

El mercado Corona, sede de comida regional y yerberías que resguardan saberes de la medicina popular, después de haber sufrido un incendio se estrena con una nueva fisonomía que marca una vocación de mercado estilo mall.  Si algo aprecio de mi ciudad son sus mercados. La arquitectura colorida de sus puestos de frutas y verduras. Sus comedores de fritangas. Los saludos de las marchantas que te dan la bienvenida con “pásele, pásele chula”.  La interacción cotidiana. La música vernácula y en vivo. Los olores mezclados. Los colores encendidos. Si algo detesto de la vida post moderna es tener que ir a un supermercado donde todo es anónimo y efímero. Pero los mercados parecen estar amenazados por el descuido. Y los incendios (casuales y supuestamente no intencionales) acechan con su desaparición. Lo mismo pasa con las tienditas, que son soporte de economías familiares que están siendo suplantadas por los Oxxos y Seven Elevens donde ni siquiera se ve puesto un letrero que anuncie “Hoy no fío, mañana quién sabe”.

Si hiciéramos un examen de conciencia, sin tener que calcular el valor patrimonial de nuestra herencia a los ojos de la UNESCO, sabríamos que los espacios y prácticas tradicionales han sido los lugares que han permitido preservar la historia y la identidad. Sabríamos que para ese fin no necesitamos de museos, escasamente visitados por convertir las prácticas e interacciones en objetos de apreciación, y encerrar la cultura en vitrinas donde se mira y no se toca. Las vitrinas o los andadores convierten la ciudad, sus monumentos y sus tradiciones en objetos para ser mostrados y admirados, no para ser practicados y gozados. Pierden su valor de uso. Este año se rediseña el museo Regional de Guadalajara pretendiendo renovar el patrimonio regional. Al mismo tiempo, las nuevas autoridades municipales, amenazaron con impedir que se montara el tradicional “mercado de los juguetes” (como recuerdo le llamaba mi abuela), hoy mal llamado feria del cartón, que año con año se monta en el parque Morelos a donde la gente acude para comprar lo necesario para diseñar altares y festejar el día de muertos.

Las contradicciones son aberrantes. Por un lado, se busca el reconocimiento de nuestras tradiciones como patrimonios intangibles de la humanidad, pero, por otro lado, no se apoya para que el rumbo de la celebración de las costumbres continúe, cuando es la tradición lo que las mantiene vigentes. Se quiere que la UNESCO volteé a ver las danzas a la virgen de Zapopan o de los Tastuanes, y no se reconoce que lo que permite que una cultura se mantenga a lo largo de los años, o siglos. No es la voluntad de gestores culturales que desde sus oficinas de gobierno llenan folios para convencer a otras agencias mundiales de la riqueza de nuestras tradiciones lo que las hace importantes, sino el valor que encierra su preservación como prácticas cargadas de sentido, de memoria, de trascendencia e incluso de fe y compromiso. Como este ejemplo, podemos encontrar varios, que van desde quienes piensan que la Romería tiene un sentido cultural para nominarlo como patrimonio de la humanidad y no ven en ella el sentido devocional religioso; quienes consideran que las peregrinaciones pueden ser transformadas en turismo religioso, para tener algo más que explotar comercialmente.

 Para muestra del desquiciamiento que vacía símbolos para intercambiar significados, habrá que narrar un hecho inédito e increíble, pero verdadero. Este mismo año convirtieron las cenizas de un hombre ilustre de la ciudad, el arquitecto Luis Barragán, en un diamante. Esta acción estética-comercial, que ahora se denomina como arte conceptual o performance, de la creadora Jill Magid, provocó que se  sacaran parte de los restos del arquitecto de la Rotonda de los Jaliscienses Ilustres, para mediante su exposición a altas temperaturas y al alto vacío convertirlo en piedra preciosa. Con ello buscaron seducir a los propietarios del archivo Barragán en Suiza para que intercambiar los planos y dibujos del arquitecto por el extravagante diamante, y así regresar el archivo a México. La noticia parecía un episodio de Black Mirror, la serie televisiva inglesa que ha impactado a los televidentes con sus capítulos que muestran los extremos de los efectos de la tecnología y la era de la información en la sociedad del futuro. Se imaginan al arquitecto, cuya personalidad no eran los lujos ni las extravagancias, sabiendo que sus restos se usaron para hacer un brillante. Ya ni a los muertos se les respeta su dignidad.  

Guadalajara, sus tesoros, sus recuerdos, sus tradiciones, parecen estar siendo seducidas por la magia de la imagen. Una lógica impuesta por la globalización y la mercantilización  que a su paso amenaza con sustituir el objeto de la ciudad por sus signos aparentes. En 2016 he percibido, como nunca antes, que Guadalajara se abre paso hacia una sociedad de consumo, cuya lógica reconvierte sus símbolos en  productos de mercado, “hasta convertirse en meros simulacros de sí mismo”.   
Post por eso pues´n, diría mi madre en la era de la post-modernidad tapatía.

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