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¿Por qué el bien, por qué el mal?

El bien siempre viene de Dios

     Entre amigos, en torno a la mesa comentaban noticias del día y las de días y meses anteriores,  y a éstas agregaban algunas de años atrás, todas bajo un signo terrible: la violencia, la crueldad, el desprecio a la vida. Por aquí diez cadáveres, allá los cuerpos de ocho decapitados, un asalto a tiros a un centro nocturno con saldo de  veinte muertos, desde una camioneta disparan contra los ocupantes de otro vehículo y los asesinan.

     Uno de los presentes, hombre entrado en años, comentó: “Yo, por eso ya no leo períódicos ni me empeño en ver noticieros, y a veces me inquieta esta idea: ¿por qué Dios permite que suceda todo esto?, ¿por qué no castiga a esos malhechores?, ¿por qué...?”.

     Y si su interrogación la hacía directamente a Dios, la respuesta deberá esperarse de Dios. Y no a una interrogación, sino a tres preguntas inquietantes: ¿Por qué y quién es el centro del mal? ¿Por qué existe el bien?

¿Por qué Dios no deja caer luego, inmediato, el castigo?

“El Reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo...”.

     La respuesta viene de los labios de Cristo, de nuevo en una parábola y de nuevo en el menester de sembrar: El bien siempre viene de Dios. Creó al hombre y lo hizo dueño de un esplendoroso mundo, todo para hacerlo rey de lo creado y para su disfrute. Así dominaría al reino vegetal y al reino animal.

El sembrador es Dios. Ha sembrado y siembra día a día dentro del corazón de los hombres la buena semilla, que son las buenas ideas, lo bello, lo grande, lo hermoso, lo verdadero.

     Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, y lo creó para que fuera feliz. La infelicidad, la desgracia, el pecado, no son obra de Dios.

Todo en la siembra de Dios es muy bello, pero...  ...“mientras los trabajadores dormían llegó un enemigo del dueño y sembró cizaña”  

     Por eso, en el mundo actual y hasta donde alcanza la mirada, los ojos ven trigo y ven cizaña. Mas acontece lo extraño: el bien no hace ruido y el mal siempre trae un cortejo de escándalos.

     El hombre fue creado libre; su libertad era para su bien, para libremente buscar su bien, buscar libremente a Dios, libremente amarlo y servirlo.

Allí está el misterio de la libertad del hombre.

     Con esa prerrogativa --arma de dos filos-- el hombre ha empleado mal su libertad: ha cometido no uno, sino mil abusos, se ha convertido él mismo en cizaña y en sembrador de cizaña.

     Cizaña son los entregados al crimen, y otros muchos envenenadores de conciencias; son los corruptores; son los engañadores; son los servidores de los ídolos de este tiempo; son los idólatras del dinero, del poder, de los placeres.

     El mal tiempo sale del corazón; de dentro nacen los malos deseos, las malas acciones, y la cizaña va cayendo --mala semilla-- en la viña del Señor.

“Dejen que crezcan juntos, hasta el tiempo de la cosecha”

     Crecen por igual el trigo y la cizaña. ¿Se podría entender esta realidad sin la presencia de Dios? ¿Qué significarán el triunfo, la riqueza de los opresores y los sufrimientos de los oprimidos? ¿Hay justicia en la tierra? ¿Por qué los malos triunfan siempre? Triunfa la inmoralidad en las costumbres y en los negocios; triunfa la violencia; triunfa la ley del más fuerte, ¿dónde está Dios y por qué no actúa?

     Algunos sienten la duda hasta de la existencia de Dios, ya que la presencia del mal en este 2011 produce reacciones de violencia hasta contra Dios. Se cuestionan: Si Dios es bueno y poderoso, ¿por qué no hace bajar el fuego contra todos los sembradores de cizaña?

     Frente a todas esas impaciencias de los hombres, está la paciencia de Dios. Siempre se ha manifestado en el mundo la presencia del bien y el mal.

Dios tiene mirada de largo alcance, Dios tiene por suya la eternidad. La historia humana es una cadena de hechos diminutos. Los muchos siglos de la historia son apenas unas pocas líneas en una página de Dios. Saber situar cada acontecimiento en su tiempo y sus circunstancias es entender el gobierno de Dios, porque su visión todo lo abarca.

El Reino de Dios está aquí

     El Señor Jesús trajo el amor, distintivo y característica del Reino, y en la proclamación de la Buena Nueva son elocuentes las parábolas de la misericordia y del perdón, ya que el perdón es una de las manifestaciones más notables del verdadero amor.

     El amor lo vence todo y lo transforma todo. Por eso el Evangelio ha sido camino de conversión para muchos en el camino de veinte siglos de cristianismo; las grandes alegrías han sido las ovejas perdidas y encontradas por el Divino Pastor, y una sola conversión es motivo de fiesta.

     El Señor no vino a juzgar ni a condenar, sino a salvar. El anuncio del Reino ha de ser siempre una buena noticia. El ángel les dijo a los pastores: “Les traigo una buena noticia: en Belén de Judá les ha nacido un salvador”.

Cuando la Palabra de Dios inspira la oración y la vida, no caben la ansiedad, ni la angustia, ni el pesimismo.

Amor y misericordia, comprensión, es el Plan de Dios        

     En la cruz, en la muerte de Cristo entre dos ladrones, quedó manifiesta ante todos los hombres la justicia de Dios, al revelar Dios su amor misericordioso.

     La Iglesia --sacramento de salvación-- ha recibido el mandato de su fundador, de ir por todo el mundo en busca de los pecadores, los que son cizaña, para iluminar sus mentes con la luz del Evangelio y fortalecer sus voluntades con la ayuda de la gracia de Dios para que vuelvan hacia él sus miradas.

     En el mundo actual donde muchos sólo ven cizaña y se sienten desesperanzados, siempre está Cristo rompiendo sus cadenas.

     Cristo manifiesta siempre amor, misericordia, perdón. Como las multitudes acudían presurosas a la montaña o a la orilla del lago, y todos volvían felices, así ahora encontrar a Cristo es salud, es salvación, es la vida.

José J. Ramírez Mercado    
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