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Pirita y Jade Cuatromilpas
Historia de la canción “Las cuatro milpas” de Raúl Martínez
Cuatro milpas tan sólo han quedado
del ranchito que era mío, ¡ay!
de aquella casita tan blanca y bonita
ni un muro quedó
Cuenta el escritor Raúl Martínez, en su Historiadores del Noreste, en el capítulo dedicado al Coronel Belisario de Jesús García de la Garza (Montemorelos, Nuevo León, 1892 – México, D.F., 1952), que la inolvidable canción Las cuatro milpas, tuvo que llegar a los juzgados debido a la existencia de otra canción escrita por el maestro Eduardo Vigil y Robles que se llamaba Las tres milpas.
La Secretaría de Educación Pública, en ese entonces, señaló que no tenía que haber ningún problema con el compositor neoleonés, pues Las cuatro milpas, él, -don Belisario- “la trajo a México registrada con fecha de 9 de marzo de 1926, registro número 3610”, y firmaba el documento el jefe de departamento, Rafael Pérez Taylor.
Más allá de la anécdota, lo cierto es que esa canción está hoy grabada en la memoria de muchísima gente de edad mayor y seguramente serán muy pocos los jóvenes (y me refiero a la “chaviza” de 40 a 50 años) los que la hayan escuchado alguna vez. Ya ni para qué decir de las más recientes generaciones, cautivadas por Alejandro, Chente, Pepe Aguilar o Pedro Fernández.
Me prestaras tus ojos morena
en el alma los llevo, que miren nomás
los escombros de aquella casita
tan blanca y bonita lo triste que está
La versión que en esta ocasión comparto es, a mi juicio, la mejor y la más inolvidable. Es la que interpreta el hoy desconocido Cuarteto Carta Blanca, formado por la familia Mendoza. Se trata de una grabación realizada en 1928, en un cuarto de hotel en San Antonio, Texas. Ahí están inmortalizadas las voces de don Francisco (el papá, que tocaba la pandereta), Leonor Zamarripa (la mamá, a cargo de la guitarra), Francisca o Panchita (la hermana, que hacía sonar el triángulo), y Lydia (con el tiempo la más famosa y que se le conoció como “La Alondra de la Frontera”, que tocaba la mandolina), en una grabación que transmite no sólo la nostalgia y tristeza de la letra de Cuatro milpas, sino la esencia natural de una típica familia méxicoamericana de aquellos años.
Los potreros están sin ganado
toditito se ha acabado, ¡ay!
ya no hay cementeras, ni mulas cerreras
ni un toro quedó
Y ahora que he vuelto a escuchar aquella grabación no puedo evitar pensar que se trata de una letra que bien ilustra la tristeza de hoy que recorre los campos y el ambiente rural de nuestro lastimado país. Si el clamor de la crisis, el desempleo y los pronósticos “catastrofistas”, viene de la clase pudiente y la cada vez más desaparecida clase media, ¿qué dirán aquellos que desde antes de nacer ya estaban condenados a la miseria y al abandono? ¿De qué esperanza se puede hablar cuando el estómago cruje y se amarga, y la vista sólo entrega páramos desolados y muertos?
Por eso estoy triste, morena
por eso me pongo a llorar
recordando las horas felices
que juntos pasamos en mi dulce hogar
Tal vez para otros al escuchar Cuatro milpas tengan la referencia de una empresa de forrajes que tiene ese nombre; o un famoso restaurante de comida mexicana en San Diego, California, creado por las hermanas Petra y Natividad Estudillo en 1933. Probablemente habrá quienes recuerden aquella película de 1958, dirigida por Ramón Pereda y que contó con las actuaciones de María Antonieta Pons y Manuel Capetillo, en los roles estelares; puede haber quienes hayan estado en el poblado de Cuatro Milpas, en el municipio de Vanegas, en San Luis Potosí, o el que está en Atoyac de Álvarez, en Guerrero. Bueno, ¡hay hasta un aeropuerto Cuatro Milpas en Guasave, Sinaloa!, y un grupo de teatro de Colima que el año pasado se presentó en el Teatro Experimental de Jalisco con la obra ¡Mariana Olas, de Pascal Brullemans!
Se llevaron la silla plateada
y el caballo lucerillo, ¡ay!
los cientos de vacas, trescientos novillos
todo se acabó
Pero, no. Para mí siempre Cuatro milpas será la canción que escuché con el Cuarteto Carta Blanca, una noche en casa de un amigo escritor, en un viejo departamento de la calle Perú, en la Ciudad de México, a unos cuantos pasos de la legendaria Arena Coliseo. La he escuchado con otros intérpretes, y hasta me gusta cómo la canta Antonio Aguilar y también la versión que hizo Kronos Quartet; pero nada que ver con esa vieja interpretación de la familia Mendoza.
Hoy, gracias a ese atarantamiento y endiosamiento por la música de otros lados (los excesos son malos, ya se sabe), mucho de nuestra memoria musical va perdiéndose día con día hasta quedar solo ahí, en la memoria dormida.
Recordando las cuatro sillitas
que sólo han quedado de aquel hacendón
reconozco que nada es ¿servido?
pero tú estás conmigo que es lo mejor
Y como después de ahogada la tristeza y la melancolía en el pozo del recuerdo, uno se siente vivo de nuevo, vale la pena compartir lo compartido. Si tienen la oportunidad de escucharla, estoy seguro, que a más de alguno, una lágrima intentará escaparse hacia el vacío. Habrá que dejarla ir pues en ella irá la sensación de lo perdido.
Las botellas quedaron tiradas
y nadie las levantó, ¡ay!
los peones y arrieros se fueron
y nadie volvió
http://www.juneberry78s.com/sound/ListenToMexican.php
w Acuse de recibo: gracias a Dn. Víctor Solo, primer lector de esta columna. Su correo y el disco que nos envió, nos emocionaron una y otra vez.
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