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Paralelo 38: el muro que nunca cayó

Sumido en un régimen totalitario-militar y con indicadores sociales que la convierten en una de las naciones más pobres del mundo, Corea del Norte sigue habitando una Guerra Fría que perduró en la Península asiática

GUADALAJARA, JALISCO (16/FEB/2013).- Decía la BBC, hace un par de años, que la única similitud entre las dos Coreas es que comparten territorios equivalentes. Y es que la televisora inglesa tenía razón: los dos Coreas ni siquiera comparten el tiempo; una Corea, la del Sur, habita el siglo XXI, globalizada e innovadora; la otra, la del Norte, atrapada en la Guerra Fría, entre bombas nucleares y la revolución proletaria. La Guerra Fría es precisamente eso para el pueblo norcoreano, los años en que la Península quedó dividida, ese Muro de Berlín imaginario que nunca cayó. En la actualidad, Corea del Norte y Corea del Sur no sólo son diferentes por la rivalidad de proyectos nacionales que heredaron tras el conflicto: un Norte comunista, autoritario y autárquico sumido a la órbita política de China y un Sur capitalista, moderno, democrático y completamente vinculado a la globalización.

Si en 1953, un caprichoso paralelo geográfico los condenó a la diferencia y  la extrema ideologización los hizo prácticamente enemigos, en la actualidad sería muy difícil que se reconocieran como compatriotas. Más de dos décadas después de la caída del Muro de Berlín, que dividía al mundo soviético y al mundo occidental, Alemania todavía no ha logrado unirse de nuevo, las disputas fiscales y los reclamos del pasado siguen existiendo. Y los alemanes nunca llegaron a ser tan distintos como lo son ahora los coreanos.

La distancia tan abismal entre la imagen internacional de las dos Coreas, ha provocado que muchos norcoreanos se atrevan a señalar que mientras en el Sur “se ha privatizado el Sol”, en el Norte “se ha nacionalizado la penumbra”. No es extraña la analogía, una Corea al Sur bañada de sol y oportunidades, y una Corea al Norte, oscura y como resabio de los aparatos totalitarios que dominaron el siglo XX. Una Corea al Sur que a través de una agresiva inversión en capital humano, una apertura selectiva al mercado global y una intervención fuerte del Estado y del capital privado, ha logrado convertirse en un país con tasas de crecimiento sorprendentes. La pobreza se ha reducido en 51% en el último medio siglo y Seúl se ha convertido en una de las capitales más pujantes y dinámicas a nivel mundial.

Por su parte, Corea del Norte se encuentra atrapada en un modelo económico sustentado en la filosofía “Juche”, diseñada por Kim Il Sung, secretario general del Partido Comunista norcoreano y primer eslabón de la dinastía que gobierna Pyongyang desde 1948. Es también conocido como el “presidente eterno”. La economía norcoreana es sumamente dependiente de la inversión estatal en la industria pesada, entre ella militar, que representa alrededor de la mitad del Producto Interno Bruto (PIB) del país. A esta inversión estatal, hay que añadirle la ayuda que recibe el régimen de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y la prácticamente nula inversión privada y extranjera que llega a Pyongyang. El Juche es una ideología, de raigambre marxista, popular y nacionalista, que mezcla el anhelo por la independencia del país con la condena de la propiedad privada y la amenaza de los valores occidentales. Una extraña sinergia entre el Marx económico, el Mao Tse Tung cultural y los nacionalismos latinoamericanos de la segunda mitad del siglo XX. Al final, el Juche es sólo una doctrina filosófica personalista atada a la dinastía del caudillo y en donde Kim Jong-Il, el ex presidente norcoreano, logró adaptar el pensamiento de su padre a su proyecto nacional. La defensa nacional, más que cualquier otro concepto, surgió como el objetivo de todos los proyectos políticos y económicos. La nuclearización del país y su aceptación en distintos sectores de la sociedad, se puede explicar en gran medida por la profundidad de pensamiento Juche en la cultura política de los norcoreanos.

Como el marxismo o la aproximación geopolítica del régimen norcoreano, la apuesta por el armamento nuclear es también un resabio del “equilibrio del terror” instaurado en la Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Esa fue la tónica y la estrategia de la Guerra Fría, tanto Moscú como Washington entendieron que el desafío nuclear era la mejor forma de establecer contrapesos que resguardaran el status quo. Estados Unidos protegió el acelerado proceso de rearme nuclear de las potencias occidentales (Francia e Inglaterra), también promovió la estrategia nuclear de naciones como India o Israel. Por el otro lado, la URSS colaboró con el régimen pakistaní y cerró los ojos antes la nuclearización de la China post-Mao, ya cuando las relaciones entre ambos eran poco tersas. Incluso, hay reportes que indican que Corea del Sur también ya zarpó en su ambición nuclear.

El proyecto nuclear

El caso de Corea del Norte representa el cambio de equilibrios de poder a nivel mundial. A pesar de las reiteradas gestiones, y la proclividad de la administración de Barack Obama a resolver la cuestión norcoreana a través de un esfuerzo multilateral, lo cierto es que el éxito o el fracaso del proyecto nuclear norcoreano dependen de Pekín. Pyongyang ha sido presa del aislamiento, no tiene relaciones de cercanía política con naciones occidentales, y quitando su buena, pero lejana, relación con Irán, Corea del Norte vive en una isla inexpugnable por la globalización, por los organismos multilaterales y la presión económica. Sin embargo, China sí ha conseguido ganarse la confianza del régimen. Con todo el pragmatismo que rige su actuación en el sistema internacional, Pekín ha logrado construir una red de relaciones muy sólidas con el presidente del país, del partido comunista y de la Defensa Nacional, Kim Jong Un, así como con personalidades de élite de las fuerzas armadas. Y, a pesar de que el trato chino hacia Pyongyang es de subordinado, el régimen sabe que, por ahora, es un escudo de protección para impedir el desmoronamiento del sistema comunista y el acecho de Occidente.

El historiador y filósofo francés, Fernand Braudel, escribió alguna vez que la historia se construía a través de la “larga duración”. La historia no era simplemente una conjunción de etapas con inicios y finales determinados, sino un espacio de distintas velocidades, espacios, ritmos, evoluciones e involuciones. Corea del Norte está atrapada en los años setenta, con un sistema político autoritario, una economía subordinada a los intereses de defensa nacional y una política exterior de aliados y enemigos que no encaja en el mundo de hoy. Tras casi siete años de negociaciones entre el régimen norcoreano y el comité creado por la resolución 1718 de la ONU, muchos reportes de agencias internacionales y de investigación señalan que hay una alta posibilidad de que Corea del Norte ya haya alcanzado los niveles necesarios de enriquecimiento de uranio para producir bombas.

La Península de Corea es un microescenario que recuerda la polarización de la Guerra Fría. Los años pasan, y la reunificación se ve cada vez más lejana. La división no se reduce a una línea geográfica, sino que ha logrado permear incluso en cuestiones tan elementales como el lenguaje o, como dicen algunos estudios científicos, la altura de la población. A diferencia de China, que tiene un sistema político no atado a caudillos sino a la rotación de élites que ofrece el partido, Corea del Norte está sumida en un proyecto nacional que se mueve en torno a caprichos y antojos de la dinastía en el poder. Así, a menos de que una inesperada Primavera Norcoreana, sacuda las entrañas del régimen de Pyongyang, la Guerra Fría pervivirá bajo el paralelo 38.

EL DATO


Corea del Norte ''no tiene miedo''

Corea del Norte celebró ayer entre ofrendas de flores y cantos de alabanza a sus líderes el cumpleaños póstumo del fallecido Kim Jong-il, días después de que el país desafiara a la comunidad internacional con su tercera prueba nuclear.

Ni siquiera en este importante día festivo el militarizado régimen permaneció ajeno a la tensión que se vive desde que el martes una nueva detonación atómica hiciera temblar el suelo al noreste del país y, en sentido figurado, también los despachos presidenciales de EU y Corea del Sur.

Corea del Norte “no tiene miedo”a sanciones o presiones que puedan derivarse de su ensayo atómico, el tercero tras los de 2006 y 2009, ya que su Ejército Popular cuenta ahora con un gran poder de disuasión nuclear, aseguró ayer la agencia estatal KCNA.

Con esto, el país comunista se reafirma una vez más en su acción después de que el Congreso de EU aprobara una resolución de dura condena a la nueva aventura atómica en la que exige “todas las sanciones posibles” a Pyongyang.

Al tiempo, en una ceremonia televisada y ante un repleto auditorio en Pyongyang, grupos corales, ataviadas ellas con coloridos vestidos tradicionales “hanbok” y en traje y corbata ellos, entonaron melodías dedicadas al “querido líder”, que ayer hubiera cumplido 71 años.
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