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Ni puro ni original, pero sí auténtico

El pintor Javier Arévalo confiesa que disfruta el no saber qué pintar al momento de enfrentarse a la superficie en blanco, porque entonces se permite todo sin estancarse en nada

GUADALAJARA, JALISCO (20/JUL/2014).- Nadie puede negar que a Javier Arévalo pueden sobrarle las anécdotas pero, más allá de eso, lo define quizá su indeclinable entusiasmo y sus irrefrenables ganas de trabajar como le gusta, a sabiendas de que su vida ha estado marcada por el contraste, siempre debatiéndose “entre lo primario y el refinamiento”, de acuerdo con sus propias palabras.

Nacido en 1937 en Guadalajara, el artista comenzó a dar muestra de sus habilidades desde muy niño; obtuvo premios y trabajó como dibujante, de cara a “la superficie en blanco” sin idea de qué plasmar en ella, pero convencido de que “existen muchas formas de crear; lo que más me gusta es no saber qué hacer, porque es cuando más hago. No hay que olvidar que el arte es una mentira basada en ciertas realidades, pero hay que tener mucha idea de esa mentira”.

Este “tener idea” refiere a las “muchas cosas” que maneja en sus trabajos, aunque no evita aclarar que “la inteligencia no me gusta, la evito, me gustaría más ser un hombre sabio”; además, suma a lo anterior su voluntad “alegre” en una etapa de su vida en la que sabe que le ha tomado “muchos años llegar a ser joven” y, de este modo, ser capaz de imprimir en sus obras lo que le gusta: “el humor, lo lúdico, la ironía”.
Y es que el gusto tiene su contraparte; evitar inteligentemente la inteligencia implica despreciar “la razón”, esto porque “la palabra me cae mal; hoy todo se debate entre tener o no tener razón y eso genera todas las peleas del mundo. Esta palabra, para mí, es una de las más malditas que existen”, porque —sostiene— busca imponer un criterio único cuando “sabemos que todo en la vida tiene un revés y un derecho... hasta las tortillas”.

La formación múltiple

Si bien su primer reconocimiento lo recibió a los ocho años, en esa tierna infancia —asegura el pintor y grabador— se descubre “siempre implicado en construir cosas”, pero —asimismo— hábil “para hacer negocios, porque los dibujos los vendía en la escuela”; por esos años, además, conoció a José Clemente Orozco, a quien miró “trepado en un andamio, trabajando, no recuerdo dónde; pero sí sé que tuvimos la suerte de tener entre nosotros al mejor pintor del mundo. Ni Picasso ni Chagall le llegan; pero le tocó el país más horrible para reconocer su talento”.

Pero, todavía más, Arévalo no desdeña sus inicios como deportista: “Jugué futbol, aquí, con las Chivas e iba para profesional; jugaba de extremo izquierdo cuando del lado derecho estaba Chava Reyes. Todo esto es parte de una formación porque, creo, eso despertó mi espíritu competitivo, yo creo que siempre hay que ganar; si fui al extranjero es porque quise medirme con otros artistas en otros países (llegué a Europa, recorrí toda América y estuve en Japón) y, por otra parte, porque no quiero permanecer en un estudio. Siempre he querido ser un perro callejero”.

Para detallar este afán de calle detalla que nunca le gustó estar solo, “ni me gusta, y siempre me han agradado los sitios donde hay gente. De niño pedía me llevaran a la estación del tren y me encantaba que las personas me vieran pintar. Fue ahí que descubrí no sólo mis facultades como exhibicionista —también me concebía inventor y mago—, sino además que quería ser pintor”.

Locuras para no estar loco
En este trayecto, lleno de viajes y decisiones intempestivas —alguna vez arregló una camioneta sólo para iniciar un viaje a la Patagonia que le tomó 20 meses y ocho exposiciones en varios países—, Arévalo nutre y desarrolla su convencimiento de que “esta carrera, el ser artista, no puede realizarse si no se tiene idea de lo que es la vida, esa aventura donde lo más importante es la resistencia y no la velocidad, por eso hay que tener condición”.

En esta vida suya, definida por el artista como “andar de perro callejero”, le queda hoy claro que no puede estar tres meses en un solo lugar, incluos —dice— “cada vez aguanto menos en un sitio determinado. Creo que tengo un espíritu aventurero y que también estoy medio loco; mi existencia está llena de contrastes y creo firmemente que hacen falta locos en el mundo, porque quien no hace locuras es quien acaba loco de verdad”.

Facetas de esa locura pueden ejemplificarse en sus viajes; por ejemplo, al recorrer Japón “viví todo el tiempo en templos milenarios (salvo en Hiroshima, porque no había ya), viendo grabados antiguos y participando en diferentes ceremonias, yo que no soy religioso. Dibujaba en todas partes, hasta en los trenes. Vaya, hasta en una cueva viví, cerca de Chapala; no estuve solo y hubo que acondicionar el lugar, pero pude realizar una serie de obras ahí. Todo ha sido un viaje desde que abandoné mi casa a los 16 años”.

Con experiencia en la docencia —dio clases desde los 18 años de edad—, Arévalo hace recuento de los múltiples lugares donde ha ido dando forma a su “experiencia de vida”; por eso, asegura, “no presumo de autodidacta”, aunque sí da crédito a dos maestros como los únicos de los que aprendió verdaderamente algo, “a pesar de las numerosas escuelas”: el español “Antonio Rodríguez Luna, quien me enseñó a ser artista; y Jorge Martínez, de quien aprendí la técnica”.

Arte por gusto y pal´gusto


Movido por el interés o el aburrimiento el pintor se abrió paso siempre y afirma que, como artista, “se puede seguir cualquier camino, ser figurativo, abstracto, geométrico o hiperrealista; cualquiera es bueno. Lo que no se puede es ser un artista aburrido ni llevar una vida aburrida. No niego que hay artistas puros (como Van Gogh), pero la pureza no va mucho conmigo y, por otra parte, tampoco sé qué es lo que sigue para mí”.
En este “no saber”, enfatiza, “estoy en una etapa de mi vida en la que hago un cuadro y al día siguiente una cosa totalmente distinta. ¿Por qué? Porque puedo hacerlo. Tengo la capacidad, hago y recurro a lo que me sirve. Ya no me importa que digan si voy bien o mal (nunca me ha importado); me doy mis pequeñas libertades, dibujo de acuerdo a como amanezco, con buen estado de ánimo o encabronado por las cosas que pasan en este país. Finalmente, la libertad es una palabra muy amplia y el arte es libre”.

Y, en este orden de ideas, hace hincapié en que sabe lo que es luchar por la vida, “por eso soy un hombre que tiene dos caminos: el arte por gusto y el arte pa’l gasto. Así, hago lo que se me pega la gana dentro de lo posible, siempre atendiendo en el trabajo a diferentes lenguajes pues, hay que admitirlo, uno está formado por muchas personas. Yo, además, soy un hombre con muchas caras y no persigo la originalidad (porque todo el mundo la busca), prefiero la autenticidad como artista, que es lo más difícil de conseguir”.

MUESTRA

La Galería ArteForo (en Libertad 1939) acoge la exposición “Arévalo, el hombre primario”, una muestra integrada por 50 piezas.

Se trata de una pequeña retrospectiva de la obra del pintor jalisciense que incluye trabajos desde sus inicios hasta trabajos

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