Suplementos
Moyahua
La vida en Moyahua deja recuerdos que después se añoran y lloran
Cierto domingo, Nicolás y yo partimos gustoso rumbo a Zacatecas, el camino nos fue regalando bonitos paisajes, fuimos alcanzando a bastantes ciclistas, ya que es un sendero de poco tráfico, y también bastantes motociclistas nos fueron pasando, la carretera cobraba colorido por diversos vehículos. Poco antes de Ixtlahuacán del Río, nos detuvimos a mirarla la Hacienda Guadalupe, que nos presumió su atractivo portal de siete arcos en medio punto, soportados por capiteles dóricos y columnas redondas. El tercer arco conduce a la puerta, y a cada costado, una ventana vertical con forja se asoma al espacio, animado por diversas plantas. Arriba de los arcos, gárgolas, y más arriba, en dirección del cuarto arco, luce la imagen de la Virgen Morena. En el porfiriato, la hacienda pertenecía a Apolonio García y contaba con 6.722 hectáreas, otra hacienda de la región es, El Consuelo.
Pasando la entrada a Mezquituta, una fonda nos dio la bienvenida a Moyahua, “Los Burritos de Moyahua”, más de seis lustros la acreditan, y es tan visitada, que sus puertas permanecen abiertas. El estacionamiento estaba ocupado por una centena de motos. Almorzamos unas deliciosas burritas de: frijoles, machaca, lengua y chilorio. El humeante café lo acompañamos con ricas gordas de horno recién sacadas. Después apreciamos el enorme molcajete, el más grande del mundo, actual poseedor del record guiness, de más de un metro de altura y de unos tres de diámetro, con una gran mano. Un letrero aledaño dice: “Del náhuatl, molli, salsa y caxitl, taza o cajete, piedra volcánica tallada a golpe de cincel y martillo, de una sola pieza y en forma de mortero. Para moler en él se necesita una piedra llamada, tejolote, de antigüedad prehispánica, sobrevive al tiempo y a las licuadoras. Venta de molcajetes en la tienda”. También vimos unas burritas de cantera a escala.
De la famosa fonda fuimos a la plaza de armas, cerrada a los automóviles, con bizarros jardines y kiosco al centro, a un costado, la escultura del general Enrique Estrada Reynoso, ilustre hijo de Moyahua, de pie y con el brazo derecho extendido. Recorrimos pausadamente la plaza y sus portales, espacio realmente peatonal, ocupamos una banca a contemplar el reposado entorno, de follajes y arcos. Enseguida dimos unos pasos para admirar el templo de Santo Santiago, su portada con un arco de medio punto sobre capiteles dóricos, enmarcada por medias columnas dóricas, arriba de la cornisa, la ventana coral, con un vitral de la Virgen de Tepeyac y San Juan Diego, con una almena por lado. Por remate un triangulo isósceles con el Santo Patrono en relieve, sobre su corcel pisando al demonio, con espada y bandera. Y arriba, el año, 1884. Del costado izquierdo yace el precioso campanario, grande y de un cuerpo, con un vano arqueado por cara, cubierto en cúpula y rematado por un reloj, que rompió la integración arquitectónica. Entre cipreses vimos la escultura de San Tranquilino Ubiarco Robles (presbítero de Moyahua desde el 5 de agosto de 1923), de pie, con su hábito, con un rosario en su mano derecha y una biblia en la izquierda, bendiciendo la soga con la cual lo ahorcaron en 1928. El interior es en cruz latina, con cúpula de tambor octagonal, con una ventana por cara y vitral. Cada año se manifiesta la batalla del Santo Patrono con los tastoanes.
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