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Motor de arranque
Regreso a clases. De vuelta a los errores no corregidos
Desde hace algunos años, la moda “ecológica” tomó mucha fuerza. La gente reclama de sus gobiernos que no separan la basura; que la recogen en horarios indebidos (lo que es absolutamente cierto); que no obligan a afinar los camiones (aunque digan que sí lo hacen); que no hacen metro y, más recientemente, que no tenemos suficientes ciclovías. Pero los que exigen esas acciones, rara vez están dispuestos a colaborar. Está muy bien que se separe la basura, siempre y cuando alguien más lo haga. Afirman que qué bonito que tengamos más parques y aplauden las iniciativas de mejorar el transporte público. Pero en la hora de llevar a los niños al colegio, se perciben que todas esas “convicciones” son una fachada, diseñada expresamente para quedar bien, parecer políticamente correcto. El desfile de enormes camionetas, con tres filas de asientos, que llevan y traen a un solo niño a su colegio, es interminable. Gastan combustible con singular alegría. Se estacionan en doble y hasta en triple fila. “Echan lámina” con la pericia de un Sergio Pérez y la cara de palo de un Güiri-Güiri. Pero nadie, aparentemente, hace nada para cambiar esto.
Hace ya mucho que no estamos en una ciudad chica. Las filas para entrar a esta “Noble y leal” urbe, son cada día más largas. A las 8:30 de la mañana, las filas de autos en Lázaro Cárdenas, Periférico o Vallarta, son más largas que la Cuaresma. Reclamamos que después del terremoto de 1985, llegaron muchos “chilangos” a vivir aquí e “inflaron” el tamaño de la ciudad. Bueno, para empezar, si esto realmente ocurrió, hace ya 25 años y debió haberse hecho algo al respecto. Lo malo es que, como vamos, no tardamos nosotros en cambiarnos el DF, que en este momento hasta parece ser una ciudad más tranquila y segura que la nuestra.
Porque hay muchas lecciones que no hemos estudiado. Hay muchas respuestas que el DF ya tiene y que nosotros no tenemos ni idea. Lo peor es que parece que nos da vergüenza copiar los buenos ejemplos. La carretera del DF a Cuernavaca, por ejemplo, está llena de arcos de señalización electrónica, con radar y cámara de vigilancia de velocidad. El que pase rápido recibirá su foto, junto con una multa que, según un taxista, es de unos 600 pesos. Dentro de la ciudad de México también están esos arcos. En el Periférico; en la Calzada de Tlálpan y en el “jegundo pijo”, la obra maestra del “Peje”.
¿Aquí? Seguimos pensando que la salida de la ciudad se hace por Saltillo, Colima y Morelia. La brillante forma que encontramos para bajar la velocidad en el Periférico fue poner patrullas con un letrero de lona en su caja que dice (decía, porque ya se cayeron en la mayoría de los casos): “No rebasar”. Basta que un desatento las rebase, para que la camioneta pare a infraccionarlo (o tomar alguna otra acción, más, digamos, “canina”), mientras todos los demás, felices, aceleran rumbo a sus destinos.
Pero la lección mayor a la que me quiero referir en este momento, es la del regreso a clases. También usando el DF como ejemplo ¿Por qué no hacemos obligatorio el uso de transporte escolar? La cantidad de vehículos que saldrían de las calles con esa simple acción sería monumental. Vaya, sería como estar en el periodo vacacional durante todo el año. Es cierto, el uso del transporte escolar no es obligatorio en todas las escuelas y colegios de la capital del país, pero ellos caminan en esa dirección. ¿Nosotros? Perdón, no podemos caminar porque estamos atorados detrás de una enorme fila de autos en la entrada de un colegio.
Otra idea pudiera ser cambiar el horario de los colegios. ¿Por qué los niños tienen que entrar a las escuelas justo a la misma hora en que la mayoría de la población entra al trabajo? ¿No sería más lógico que entraran, digamos, a las 11 de la mañana y salieran a las cuatro de la tarde? Ah, tal vez el problema es que, en ese caso, tendrían que darles de comer en las escuelas, como se hace en Brasil, por ejemplo. Humm, saben que, mejor paramos por aquí. Porque usar a Brasil como ejemplo ha hecho enojar a tantas autoridades, que no vaya a ser que, sólo por mostrar su autonomía y autoridad, resuelvan legalizar a la segunda fila, hacer el colegio obligatorio en los fines de semana y terminar con las vacaciones, para que estemos todos parejos, todo el año.
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