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Manzana contagiosa

Pablo Berger toma un material muy manoseado por la industria del cine y logra una pieza única

GUADALAJARA, JALISCO (25/AGO/2013).- La película Blancanieves de Pablo Berger es un triunfo de la estética fílmica y de la imaginación narrativa. Sin pretenderse más inteligente que el cuento, pero también sin despreciar la inteligencia del público actual, el realizador español toma un material muy manoseado por la industria del cine para convertirlo en una pieza única, de poderosa belleza visual, ritmo convincente, y nostalgia que prescinde del chantaje sentimental.

Se trata de una película muda (que no silenciosa) en plena era de cómics que encandilan con  tecnología. Como espectáculo, no representa un salto al pasado, un anacronismo; más bien, parece moderno y vanguardista, más que cualquier otro que presuma de complejos efectos digitales para causar maravillas. Porque Berger no forja una ficción original que depende de lo que pasó por su cabeza, sino que da nueva forma a los episodios, y al recuerdo de los mismos, que ya existen en la nuestra. Su campo de trabajo no es la pantalla, es la mente del espectador.

La historia se ambienta en el mundo taurino de la España de los años veinte. Incluye los tópicos necesarios para reconocer el cuento. Una mujer perversa, que además de su ambición, tiene preferencias sadomasoquistas cuando de juegos eróticos se trata. Una niña que crece desamparada y que se convierte en un estorbo para los planes de la madrastra. Un grupo de enanos. Una fruta envenenada.

La cinta juega en dos niveles distintos con el conocimiento del relato clásico. Desde dentro de la trama, vuelve conscientes a los personajes de que existe la referencia. “Te llamarás Blancanieves como la del cuento”, concluye uno de los enanos al momento de nombrar a la joven amnésica que rescataron. O el cínico empresario que en una carpa exhibe el cuerpo de la muchacha en catafalco de cristal, y ofrece a la concurrencia, por el pago de 10 céntimos, la oportunidad de besarla y con eso quizá despertarla. Desde fuera, en cambio, la primera pista es la introducción con aires mefistofélicos de una figura femenina codiciosa y cruel, que somete a sus designios la voluntad del viudo adinerado y reduce a la inopia a la pequeña hija.

En distintos momentos el realizador manifiesta un sentido del humor macabro. Sin embargo hace de él un medio para explorar emociones más complejas. En ese sentido un episodio como el de las fotografías junto al cadáver del gran torero, le sirve para moverse de la ironía con que mira la superficialidad de quienes sólo buscan interesadamente el trato con personas  famosas, a la ilustración de una sensación de  tristeza genuina por la pérdida de un ser querido. Ese tránsito se produce, además, con gran economía de medios,  repitiendo la misma acción, pero cambiando de personajes, poses y atmósfera luminosa.    

El final de antología combina desconcierto y ternura.
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