Las piedras sagradas de los Kumiai
Quienes lo habitaron se dedicaron a decorar en sus techos y paredes primitivas figuras
GUADALAJARA, JALISCO (27/NOV/2016).- Sencillamente Vallecito se le llama al inhóspito y asoleado lugar en el desierto del norte de Baja California, que por muchos años fue hogar de los kumiai: extraña raza, tribu, etnia o como quieran llamarle, que se asentó en este pequeño valle al abrigo de unas enormes piedras de extrañas formas y carcomidas por los elementos.
Quienes lo habitaron se dedicaron a decorar en sus techos y paredes, primitivas figuras -a la fecha incomprensibles- con las que expresaban sus sentimientos, o quizás relataban acontecimientos memorables. Estas figuras pueden ser, tanto místicas e interesantes como simplonas y de escaso valor, dependiendo de los conocimientos e intereses de quien las observe. Sensibilidad e inquietud por conocer los misterios del pasado son importantes ingredientes para valorar cuanta cosa se pueda uno encontrar cuando se está viajando.
Un tímido letrero que anunciaba “Pay de Elote” a un lado de la carretera que va a La Rumorosa, nos hizo detener nuestra carrera frente al lugar donde satisfaríamos nuestro antojo.
Entre el polvaderón que provocamos con nuestra llegada a la asoleada y reseca tierra suelta del lugar… como si fuera arte de magia, apareció un señor ya un poco entrado en años con quien, sin jamás habernos visto hicimos contacto inmediato como si nos hubiéramos conocido desde tiempos de la escuela.
-Quiúbole- me saludó.
-Quiúbole- le contesté.
-Oye compa… le dije a bocajarro-. ¿Sabes dónde están unas piedras pintadas por los antiguos kumiai, que dicen que habitaron estos rumbos? Me dijeron que las encontraría en un lugar llamado Vallecito- agregué. ¿Tu sabes “ónde esteso”?- Le pregunté en tono campirano dada la “añeja amistad” que nos unía.
-¿Eres de por aquí o también andas de paso como yo?- Agregué “metiendo aguja para sacar hebra”.
De sus pequeños ojos de viborilla casi sin pestañas, que sus gruesos lentes no podían ocultar, brotó una simpática mirada de franca picardía
-Mira… “ay tantiale si soy o no de por aquí”- me dijo haciendo una expresión como si fueran de su propiedad los mismos cerros y el terregal que nos rodeaba.
-Me llamo Agustín Arce-, me dijo extendiendo su mano en afán de chócala, como notorio preámbulo para dar inicio a una “saborosa” historia.
-Y soy más “diaquí” que los coyotes-, agregó muy ufano.
-Nomás imagínate que mi padre era empacador, y madre… piscadora de algodón. Y, ahí entre los surcos fue donde yo empecé a llegar al mundo… ya me dirás si soy de estas tierras… ¡si entre las matas y el terregal fue que mandaron por mí!-.
Muchas divertidas anécdotas en el mismo tenor, hicieron las delicias de la plática mientras me daba “santo y seña” de cómo llegar a las famosas piedras kumiais; aclarándome que también habían sido de los cucapás, de los pai-pai, y de los kilwas, pero que era muy poco lo que se sabía de esas gentes: me explicaba.
-Ay síganle por esa brecha, a ver si dan con ellas-.Con otra carretada de anécdotas (de cuando había sido taxista, profesor, carpintero y cuanta cosa se les pueda ocurrir) parecía concluir nuestro encuentro, decididamente acompañado (como en la secundaria) con unos rudos y efusivos abrazotes. De tanto valor y gratos recuerdos había sido esta sorpresiva plática con “mi amigo de la infancia” ¡que hasta se nos olvidó el famoso pay de elote!
Las enormes y extrañas formaciones de las piedras -que finalmente encontramos- no dejaban de llamarnos la atención. Las figuras milenarias se escondían bajo las rocas. La cámara cliqueaba sin descanso. La amenaza de una cascabel (abundan) que se incomodara con nuestra presencia era patente. Sin embargo, la inquietud de ver lo que nunca es fácil de ver, nos llevaba a lugares un tanto dificultosos.
¿Serán estos misteriosos petroglifos reveladores de un futuro desconocido? ¿Nos contarán algo de su historia? ¿O serán simplemente graffitis de aquellos tiempos? A ciencia cierta creo que nunca lo sabremos. Pero cierto es que las imágenes de un humanoide que recibe un rayo de luz dirigid a una especie de cuernos o sombrero; y la de otro, cuyos dedos brotan de la tierra como si fueran raíces… agregaban muchas incógnitas, que le añadían un plus a nuestro viaje.
Muchas historias difíciles de ver, siguen ahí escritas en los inhóspitos desiertos. Muchas cosas son las que habrá que estudiar y que investigar...
Interesante es el caminar y no el llegar.
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