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Las cosas que nos rodean: Estar preparados

El Señor Jesús nos habla con voces simbólicas y muchas veces no sabemos entenderlas muy bien, o no logramos aplicarlas a la propia realidad

Al acercarnos al final del Año Litúrgico, nos damos cuenta de que tal vez demasiado rápido ha llegado nuevamente la Navidad.
Antes de envolvernos en festividades navideñas, en ajetreos de posadas y regalos, es bueno detener un poco el paso y considerar cómo estamos llevando la vida, con respecto a Dios, a nuestra persona y a lo que se relaciona con aquellos con quienes compartimos la vida.
El Señor Jesús nos habla con voces simbólicas y muchas veces no sabemos entenderlas muy bien, o no logramos aplicarlas a la propia realidad. Pero cuando nos dice que la vida es como una fiesta de bodas, también afirma que para poder participar en ella es preciso estar preparados y dar a cada momento la importancia que verdaderamente tiene.
En cambio San Pablo habla de la esperanza definitiva que anima a aquellos que creen en Cristo Jesús resucitado, y que es precisamente lo único que puede llenar el alma y la vida de alegría.
Sólo quienes verdaderamente tienen fe, pueden mirar de frente el futuro, con todo lo que la vida implica y con todo lo que supone el momento decisivo en que llegará la muerte, y daremos el paso a la vida duradera en donde todo se transformará y todo será nuevo y distinto, conforme la promesa de Cristo Jesús nuestro Señor.
En estos días, todavía nos queda el sabor de lo que vivimos en el día de difuntos, cuando fuimos al cementerio, llevamos flores, oramos y recordamos con mucho amor a nuestros seres queridos que están ya en la casa de Dios.
Hoy por hoy, nosotros también vivimos la experiencia suprema de vida y de muerte, cuando nos reflejamos en aquellas personas que formaron parte de nuestra dinámica existencial, y ahora están ya físicamente ausentes a nuestros ojos, pero presentes en nuestro corazón.
No será muy habitual tener ante nuestros ojos la presencia de una tumba, pero sí tenemos siempre ante la vista el azul del firmamento, que nos invita a levantar la vista y a invocar a nuestro Dios como Padre misericordioso que nos espera siempre con amor.

LA ORACION DEL CIELO

No es fácil ubicar la casa
donde Dios nuestro Padre nos espera.
Por eso alzamos la vista
hacia el firmamento azul,
donde la esperanza brilla
con radiante evidencia
para recordarnos
que no todo termina,
que no todo es en vano
y que en un lugar ignoto
nos encontraremos reunidos
los que vivimos en este mundo
atados con lazos de amor,
y que ahora estamos
temporalmente separados
hasta que llegue el día de ver
el rostro de nuestro Salvador.
Mientras tanto, es evidente, tenemos que preparar ese momento de encuentro Feliz con Dios y con aquellos que en esta vida amamos.

María Belén Sánchez fsp
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