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La violencia se rima con 'Guanatos'

El rap tapatío, como en su origen, suena a marginación, inseguridad y a vida en los límites. Este es un fresco de ''Santa Chila''

Por Alejandra Guillén e Isaac de Loza

GUADALAJARA, JALISCO (27/MAY/2012).-
Viene de “Santa Chila”, con “pantros” tumbados, cabeza rapada y la rima afinada. Muchos lo conocen, tal vez por rapero, tal vez por sureño (término que surge en Estados Unidos por la disputa entre pandillas del Sur y el Norte de California, que copian bandas juveniles de México).

A medianoche, El Yosie Lokote le cae al Vulbar con lentes oscuros, paño de calacas, un rosario debajo y volantes del próximo freestyling de su “clica”, la Florencia 13, un copy-paste de una de las pandillas más violentas de Los Ángeles, pero en la colonia Santa Cecilia (Guadalajara, Jalisco).

En la tarima del bar hay raperos de distintos barrios rimando a su estilo. El Yosie se para enfrente, flexiona sus piernas, baila un momento y besa a una chica. Camina por el bodegón. Se ve en cámara lenta por el aire denso y gris de tabaco y mariguana.

Al acercarse a él para pedirle una entrevista El Yosie adelanta el flyer de su “toquín”: “Pa’ que vayan. Va a ser en San Johny (el Mercado de San Juan de Dios)”. Saca su celular, busca su propio número y lo dicta para que se le marque después, pues tiene que consultarlo con su “clica”.

“Pero tsss, sí me late, hay mucho qué decir… porque ya ven, dizque somos de los más peligrosos de ‘Guanatos’. Los cuicos nos madrean cada semana —se levanta los lentes, muestra el ojo ligeramente hinchado—, y ps’ ya nos acostumbramos, pero sí quisiéramos hablar de nuestras rolas, somos gente que quiere salir adelante”, explica con ademanes, como si estuviera rapeando.

Dos días después hace saber que su “clica” no autoriza la entrevista.

Por Youtube circulan decenas de videos de rap de El Yosie y su banda, al igual que de otras agrupaciones de colonias como La Jalisco, La Tuzanía, el Cerro del Cuatro o El Fresno, que brincaron de escuchar rolas en vinilos o casettes a hacer sus propios videohomes para marcar su territorio. Para narrar lo que ven y viven en las calles.

El Yosie es la voz de su tropa. Advierte rapeando: “Los maniacos de Santa Cecilia / con-tro-lamos todo el terreno / somos soldados / puro sureño / del Go-bierno ni nos preocupamos / ‘cholos’ malvados”.

Recuerda a los “guerreros caídos” en riñas o a balazos, “a todos los homies (jerga que proviene de los guetos afroamericanos que se usa para identificar a un ‘vato’ del barrio) / unos ya se fueron / otros aquí estamos”, como Genaro “El Pistolero”, “un sureño de respeto, un hombre que murió en la batalla”.

Y hasta improvisa con los de “San Johny”, donde también riman: “Si te crees valiente / vente de frente / te tumbo los dientes / yo soy el destroyer / háganse pa’ un lado / traigo un arsenal”.

Letras que quizá esbozan la realidad de la F13 de Santa Cecilia, considerada por la Secretaría de Seguridad Ciudadana de Guadalajara como una de las más peligrosas de la colonia. Las autoridades municipales han señalado que algunos integrantes de pandillas participan en robos y venta de drogas al menudeo.

Los videos de Florencia 13 son una pasarela de armas, payasos sonrientes, la Virgen de Guadalupe, calles grafiteadas, perros de pelea y “cholos” tatuados, rapados, con lentes, dickies, playeras con un 13 —en honor a la Mexican Mafia, ya que la “m” es la decimotercera letra del alfabeto—, paños azules, la cara alzada y los hombros echados para atrás.

Por todo el país hay poetas del barrio. Narradores de las batallas que se viven en las calles que emulan lo que los hip-hoperos del Bronx, en Nueva York, reflejaron sobre el racismo y las disputas entre pandillas.

Un grupo de rap exitoso en México es Cartel de Santa. Surgió en Santa Catarina, Monterrey, con la intención de ser “una pandilla muy grande”. Su vocalista Eduardo Dávalos de Luna estuvo preso unos meses por asesinar, se asegura, accidentalmente a su amigo en una riña callejera.

El flow al hablar


El filósofo Enrique G de la G publicó en Letras Libres el ensayo “Lujos urbanos del narco” (febrero 2011), donde dice que hace no mucho “el narcocorrido devino en hip-hop (aunque el término correcto es rap, una de las expresiones musicales del hip-hop)”.

Cartel de Santa cree haber superado al narcocorrido en su canción “Tigre”: “Como en los corridos, pero a lo malandro”. Y advierte, “falta analizar esa relación entre el fulgor del narco y el del hip-hop: ese dorado mal gusto engastado en diamantes y otras joyas llamado bling (moda de alhajas brillosas)”.

En el rap, la rima no basta. Es necesaria la “clica” en la sangre, aseveran desde los románticos del hip-hop hasta los jóvenes afines al rap gansta (de pandilla).

C-Kan suelta el flow al hablar. Es de esos raperos que igual tocan en “Santa Chila” que en Calle 2, y aunque su “manejador” le dice que deje de ser “peleonero y callejero” para dedicarse sólo a su carrera artística, él no va a dejar de ser “cholo”: “Porque si no, ¿de qué voy a escribir?”.

Después de la muerte de su padre, a los 12 años se fue a vivir con su abuela a la colonia Cuauhtémoc, cerca de la Hermosa Provincia. El rap le llegó en la década de los noventa, como a la mayoría, por el corredor migratorio Guadalajara-Los Ángeles. Su tío, recién salido de la cárcel, se regresó de Estados Unidos “y traía casettes de grupos de rap que acá no se oían… tal vez por él y por el barrio vi muchas cosas que no debía para mi edad. De ahí empecé a rimar todo lo que vivía”.

C-Kan tiene un extraño acento parecido al del Norte, que se combina con su constante tendencia a rimar cada palabra que pronuncia. Al charlar, suaviza la impresión que da en los videos que circulan en Youtube, donde enseña los tatuajes de pistolas en su pecho y rima que “el miedo se va cuando decides morir en la guerra o morir como un cobarde”; o como en la rola La cosa está dura, donde aparece cantando con La Mafia de la C detrás, todos tatuados, con pistolas escuadra, carros de lujo y perros de pelea.

C-Kan empezó haciendo rap gansta porque “soy de calle, es mi origen”; y creía que la “tiradera” a otras bandas era lo que siempre debía cantar, pero con el tiempo se animó a hacer rolas “de sentimiento, de amor, y me funcionó bien”. Porque el éxito de todo rapero, dice, también está en “liriquear”, en la forma de “mover” las palabras.

En el barrio de su abuela vio “levantones”, balaceras entre pandillas, de todo. “Si eso lo canta un güerito que vive en un coto con seguridad, pues, digo, ‘¡ah, cálmate! Te habla tu mamá, son las 12’. ¿Sí me entiendes? Yo no puedo estar lejos de la calle, porque es lo que le da sazón a la música, el caló, y el que es de calle hasta en la labia se nota. Si alguien dice, ‘¿Quiubo carnalito, qué tranza?’ Yo digo, ‘arre, eso no lo aprendiste en Bugambilias’”.

Videohomes, voz para todos


Aunque apenas tiene 24 años, C-Kan empezó a rimar con tecnología del siglo pasado: grabando en casette, encima de bases rítmicas de otros grupos. Ahora, dice, cualquiera puede conseguir una base limpia en programas de computadora. Y sí, “cualquiera”, como él, como El Yosie y como tantos otros que tienen acceso a las nuevas tecnologías.

Los primeros videos los hizo hace dos años con una cámara fotográfica. Ponía un micrófono y lo conectaba a la computadora con alguien que sabía moverle al Acid, programa de edición de audio.

Las computadoras revolucionaron el acceso, la realización y la distribución de la música, al menos en el caso del rap, pues prácticamente cualquiera puede improvisar y subir su video a Youtube. Otra ventaja es que internet es tierra de nadie: no hay censura para hablar de drogas, asesinatos, extorsiones… como bien lo ha sabido explotar el Movimiento Alterado, por ejemplo.

“De repente todos hacemos rap gansta porque eso es lo que vive el país, es gente de barrio que vive en ese mundo y que lo cuenta haciendo rap. Tal vez por eso ha tenido tanta audiencia, porque lo que narran es real. Si cantas que tiras trompones, pues quiero verte haciéndolo; si no, todos te dirán que eres puro bla bla bla”, dice C-Kan, quien debutó hace varios años en Las Biaz (un bodegón donde había conciertos de música alternativa) y armó su nombre artístico con la palabra Kan, porque le fascinan los perros, y la letra “C”, por Cancha 98, “mi barrio”.

La rola “No llores mamá” inicia con arreglos de violín y narra la historia de dos hermanos que se integran a las pandillas de su barrio y terminan asesinados: “Son las tres de la mañana y una madre está llorando / afuera escuchó disparos / a su hijo mayor lo victimaron a balazos…”. Como esa historia, “hay miles de todas las madres que pierden a sus hijos en esta guerra. Un día toqué esa rola y se me acercó un ‘cholo’ tatuado de Tabachines, me abrazó y me dijo llorando: ‘Güey, esa parece la vida de mi familia, a mis carnales los mataron a balazos’”.

Para el cantante Manos Sucias —más influenciado por el rap de guetos parisinos, donde vivió en su infancia—, lo que se narra en el rap es sólo un reflejo de lo que pasa en México, “desde que un personaje de baja estatura tuvo la grandiosa idea de declarar la guerra, ha sido avasallador lo que se vive en los barrios”.

Pero lo que se narra no necesariamente implica que están vinculados con grupos de narcomenudeo. Para muchos es simplemente una ventana —tal vez la única— para tener voz, “y en muchos casos la música salva, la música tiene la magia de que se olviden las disputas y que yo pueda tocar en un barrio de norteños aunque yo sea sureño”, remata C-Kan.

El hip-hopero y sociólogo Jorge A. Espinoza, quien ha investigado sobre la historia del rap en Guadalajara, considera que este tipo de música se concibe, crea y usa como un factor de comunión.

La palabra que controla, la palabra que libera

En la década de los ochenta, los Mexican Mafia le rapeaban desde Los Angeles, California, al capo Caro Quintero. 20 años después, con la guerra contra el narco como contexto, los cárteles comienzan a pedirles a los raperos que les compongan canciones: se trata de dominar el territorio incluso desde lo simbólico.

Componer, en este caso, tiene dos ingredientes: el cártel pide que le advierta a otras células que el territorio está controlado, y el músico scratchea ese mensaje con el ritmo a su antojo.

El investigador del Colegio de Jalisco, Rogelio Marcial, explica que no es ninguna novedad que los cárteles vayan a los barrios populares a contactar a las bandas juveniles —que se integran normalmente por adolescentes que buscan un espacio y lo encuentran en las esquinas, juntándose con otros chavos de su edad—. “Desafortunadamente son el último eslabón de este mercado. (Sin embargo,) otros le entran a lo artístico y se jalan para allá”.

En el Bronx, de la gran Nueva York, surge el hip-hop como una fuerte crítica social a la violencia y para trasladar las “disputas” al duelo verbal. Pero lo que surgió como cultura de los “pobres urbanos”, como lo mencionan en el Archivo del Hip Hop de Harvard, pronto se expandió como un eco a Roosevelt, Long Island… y con el tiempo, hasta Guadalajara y otros rincones del mundo.

Con el boom comercial surge el rap gansta, como el que hacía Mexican Mafia, pandilla que además controlaba la distribución de drogas en el Norte de California; o el cantante 2Pac, quien fue asesinado al salir de un antro en Estados Unidos.

Una nueva arma

En Guadalajara ya no hay pandillas, sentencian por separado dos raperos: Manos Sucias y el Tabernario. ¿Cómo? La explicación del “Taber” es sencilla: “Hermano, en los barrios ya no existen por el control de las plazas, por cosas más grandes ya te matan, ya está bien lacra el rollo”.

El “Taber” también decidió dejar la vida de pandilla y convertirse en cuentista. “Decidí no escribir sólo de violencia, de que ya mataron a un güey. Preferí contar cuentos de muchas otras cosas. Todo el tiempo estoy componiendo”.

Manos Sucias reflexiona que para algunos, su única arma es el cuerno de chivo; para otros, “es la palabra, y aquí estamos, rimando”.

Y aun así, a ellos también se les nota “la calle”, un elemento que, por cierto, dicen que define al rap en México, así como la métrica es común en España.

El “Taber” se emociona con ciertas preguntas, mueve más rápido las manos, mete improvisaciones en la charla y dice desbordado: “Hermano, el rap es todo. La música es para los vividores de la rima”. Manos Sucias se define como alguien “de la palabra. Desde morro me gustaba leer y eso ha influido en mi manera de ‘liriquear’”.

En otros casos, una frase hace más de 20 años lo transformó todo: “Fuck the police” (A la chingada con la policía). Cuando el Famelico Corpus escuchó esas palabras, las únicas que entendía de las letras de hip-hop en inglés, “me hizo mucho sentido. Me encantó ese sonido salvaje, porque además vivíamos el acoso de la ‘tira’. Luego salió el rap contestatario y en 1988 empezamos a hacer música”.

Con esa frase, Famelico —quien hoy es experto, desde la práctica y desde la academia, en el fenómeno del rap en Guadalajara— dejó de ser “cholo” de La Tuzanía (colonia de Zapopan) y comenzó a hacer música.

Con sus “compas” empezó a hacer sonidos con una caja de ritmos en la Prepa 7 (de la UdeG). “Nos encerrábamos con una grabadora, le metíamos sonidos y dos o tres rimaban”.

En su caso, siguió los principios de aquel tiempo del hip-hop: dejó la violencia barrial y transfirió las disputas a la música.

Famelico, que en la década de los ochenta vestía playeras de Looney Tunes y pantalones tres tallas más grandes, cambió la pelea callejera por la pelea simbólica que proponía el hip-hop: empezó a rayar con su crew (fue de los primeros grafiteros) y en las calles andaba con amigos que cargaban su cartón y su grabadora para hacer competencias de breakdance.

A más de 20 años de hacer y escuchar rap, hoy reflexiona que la música que habla de pistolas y asesinatos “vende mucho” porque es lo que vive el país, pero él ya no la prefiere: “Porque yo empecé con un rap que me cambió la vida, con rolas y frases como ‘bombs over Baghdad’ (de la canción “B.O.B”., del grupo americano Outkast), y lo que veo es que las nuevas generaciones relatan la violencia más naturalizada… Como sea, el rap es para expresarte, para decir: aquí estamos y esto es lo que vivimos”.

Ring en el pentagrama

Competencias de improvisación

La regla máxima en estos eventos es simple: pese a los agravios, no hay lugar para enojos ni peleas absurdas. La intención es acabar con el contrincante de forma original, debilitándolo al compás de los bombos y las cajas. Incluso existen campeonatos celebrados a nivel nacional e internacional conocidos como “Batallas de Gallos”, que premian el fluir de las letras que se arrojan sin tapujos contra el contendiente.

Varios bares de la ciudad (entre ellos el Vulbar y el Calipso) prestan ocasionalmente sus instalaciones para el desarrollo de estas competencias, y las redes sociales (Twitter, Facebook y Myspace) han coadyuvado para que su difusión sea aún mayor.

Del Bronx a Guadalajara


Desde su nacimiento, el hip-hop surgió en medio de un contexto social que quedó impregnado en la esencia de este género. En Estados Unidos comenzó a haber un rezago de acceso a la vivienda y al trabajo y se fueron creando guetos de grupos marginales, como el Bronx, en Nueva York.

Jorge A. Espinoza —conocido como Famelico Corpus— explica en su investigación El rap tapatío, consolidación de una escena musical en Guadalajara, 1992-2000, que el surgimiento de nuevas tecnologías, en primera instancia los discos de vinilo, facilitaron la creación de música y abrieron espacios de renovación espiritual y creativa.

Un día, el pincha discos Kool Herc utilizó dos discos del sencillo Sex Machine de James Brown y notó que al conectar y desconectar las pletinas de su mezcladora podía mantener un ritmo en un contexto de dislocación entre la pista original y su creación, “de manera que pareciera ser una sola parte de la melodía completa. A ese tagger breakdancer se le adjudica la paternalidad del hip-hop”, según indica el texto de Espinoza.

Esta modificación tecnológica da la impresión de que la canción está rayada y dio origen a los raperos en el sur del Bronx, quienes hacían su trabajo en casettes de alta velocidad que tocaban en poderosos blasters portátiles. El hip-hop, además, surge en bandas de afroamericanos que planteaban dejar de matarse violentamente y pasar a una competencia simbólica para evitar los golpes, que podía darse en tres niveles: con el grafiti, el rap y el breakdance.  La vestimenta común eran camisetas, bermudas y tenis para jugar basquetbol.


La ruta de la música


El investigador del Colegio de Jalisco, Rogelio Marcial, señala que la ruta migratoria es clave para entender el gusto por el rap en Guadalajara, pues muchos migrantes regresaban con la cultura y las novedades del rap que sólo podían conseguirse en Estados Unidos.

Así que desde los ochenta, muchos jóvenes comenzaron a armar pistas de baile callejeras. La contienda entre rivales medía técnica, destreza, arrojo y peligrosidad. Normalmente se hacía en plazas públicas, parques, plazoletas y fiestas. Otros puntos de reunión fueron un reloj con piso de mármol en la Plaza Tapatía o lugares como La Estrella, el Hansell’s o El Plantation.

La otra pelea simbólica era el grafiti y había crews del Fresno, Santa Tere, Miravalle, Oblatos, La Tuzanía y La Estancia.

Y aunque desde los ochenta se luchó por consolidar el rap, la mayoría no tenía acceso a grabar sus rolas y muchos utilizaban sus propias voces para hacer las bases rítmicas.

De los primeros grupos que comenzaron a aparecer en la escena tapatía están La Otra Eskoria, Complot Urbano, Cártel Latino, Mexican Freakers y Skool 77, que hacían sus grabaciones en estudios caros y con muy poca calidad.

A nivel nacional aparecieron hits como Control Machete, Molotov y Plastilina Mosh. A nivel internacional, Cypress Hill y Delinquent Habits. Además, con la computadora se multiplicaron los trabajos de raperos locales.


DE QUÉ VIVIR


Microempresarios del entarimado

Alonso Muñiz y Humberto López son dos jóvenes próximos a llegar a su tercera década de vida, y caminan por “One-Atos” (Guanatos) con la satisfacción de quien ha alcanzado un gran sueño. En las calles, donde alimentan su talento, nadie les conoce por el nombre que sus padres eligieron para ellos. Ahora, el Tabernario y el Bial son dos tipos que, narrando su vida en rimas, han logrado que su trabajo y pasión rebasen las fronteras de la Perla Tapatía.

“No puedo decir completamente lo feliz que me hace escuchar por teléfono: ‘Vente a cantar a tal Estado, nosotros te pagamos el viaje y hospedaje, ¿cuánto nos cobras?’. O que las marcas de ropa me busquen para ‘garrearme’. De veras que está chidísimo, porque hacemos lo que nos gusta y estamos logrando vivir de ello”, relata un eufórico “Taber”.

Para el Bial la historia en el rap ha sido otra, pues el talento que lo distingue le ha tomado 10 años de inversión en la compra de equipo técnico para habilitar un estudio propio. Eso y la reconocida calidad de su música le han permitido abrir y mantener un sello musical propio, al cual bautizó como Handiclap Récords.

POETAS TRABAJANDO

¿Cómo se hace el rap?


Aunado al talento para rimar y narrar una historia a través de este método fonético, la música que cubre la voz es indispensable.

Ésta puede lograrla un DJ (disc jockey) mediante su herramienta indispensable: la tornamesa; o bien, un beatmaker o creador de beats (latidos, golpes con ritmo) a través de programas de cómputo especiales para formar pistas (Fruty Loops Studio, Music Maker, entre otros).

Una vez que el MC (maestro de ceremonias) ha escrito sus rimas, procede a grabarlas sobre la pista. Sobre la marcha se van corrigiendo pequeños detalles para que ambos elementos “empaten” y la canción guarde armonía.

En el interludio de grabación, se decide si se busca agregar coristas o no.

El otro método es completamente opuesto, pues el MC decide qué pista le agrada para el texto que ha escrito, y busca que las dos partes se fusionen sin que se sientan forzadas.

Aunque se explica de forma sencilla, esta tarea demanda gran habilidad lírica y, por parte del creador de ritmos, un amplio bagaje musical, toda vez que a la mezcla de bombos y cajas se agrega prácticamente cualquier estilo; desde el jazz y el funk hasta la banda y la música clásica.

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