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La vendedora de la muerte

Ronda por el barrio hediondo La Azucena, donde hace cinco años murió Miguel Ángel López, de ocho años, tras una agonía de casi tres semanas

GUADALAJARA, JALISCO (16/FEB/2013).- Estás a unos metros de llegar a tu propia casa. Con ese y otros slogan del estilo comenzó la tragedia en este humedal de El Salto, al que los viejos conocen como La Azucena y las inmobiliarias bautizaron con nombres optimistas: Bonito Jalisco, Los Tréboles, Residencial del Ángel. Tan optimistas que la muerte anda curioseando el barrio, que huele a podrido y ardiente bajo el sol.

Quizá por eso muchos se largaron.

Fue aquí mismo donde cinco años atrás, el 13 de febrero de 2008, corrió la noticia de que había que enterrar a Miguel Ángel López, tras una agonía de casi tres semanas. Tenía ocho años. Dicen los vecinos que era inquieto. Un día con sus amigos descubrió un río, tras una barrera de tierra a 100 metros de su vivienda. El 25 de enero de ese año Miguel Ángel llegó a su casa empapado. Ese día empezó a morirse. Vomitó hasta sus tripas. Su expediente médico señala que se intoxicó con arsénico.

Fue hasta entonces cuando los padres de Miguel Ángel y de los otros chicos supieron que había un río cerca.

La mayoría de los que viven acá llegó con ilusión. Los agentes de la inmobiliaria Casas HIR les dijeron que sus moradas serían idénticas a la que aún sirve de modelo para otras constructoras, como Hogares Unión. Es una cabaña primorosa con columpios y toboganes en el jardín común.

Toño, uno de los habitantes de la villa, maldice el día que conoció aquella casa modelo. “Me imaginaba la mía así. ¡Ay qué bonito! Y vea, méndigos abusivos. Ellos agarraron su dinerito y nos aventaron a vivir en el horror. Porque a mí no me dijeron que había un río aquí”.

En realidad es un canal, El Ahogado, un brazo del Río Santiago, al que algunos consideran entre los más contaminados del planeta. En algunos tramos lleva el arsénico, cadmio, mercurio, plomo y cianuro que regurgitan los drenajes de una zona industrial pujante, pocos kilómetros aguas arriba.

“¿Un río por aquí?”, repite la pregunta la agente comercial de Hogares Unión, que intenta venderme una casa en Residencial del Ángel, la nueva sección del barrio, y hasta me promete una casa con piso “regalado”. “Nooo. Es una zona muy bonita, con mucha área verde. Río no hay”.

En pocas palabras, para Hogares Unión no existe el río fotografiado por Google Maps a unas cuadras de su casa modelo, y para Hogares Unión, Google Maps recortó de su fotografía satelital las áreas verdes y árboles del barrio, y aunque Google Maps afirma que a Residencial del Ángel y Los Ángeles, California, los separan dos mil 100 kilómetros, para Hogares Unión El Salto es como estar en Disneylandia.

Residencial del Ángel es la sección más reciente, todavía en desarrollo, de esta favela mexicana planeada para unas 10 mil casas, la mayoría de una sola recámara, que hace unos años comenzó a pagarse con dinero público, del Instituto del Fondo Nacional de la Vivienda para los Trabajadores.

Para los trabajadores últimos en la pirámide del empleo formal de la zona metropolitana de El Salto. Los que pueden pagar viviendas 260 mil pesos, con pagos de dos mil mensuales, durante 25 años.

Leonor, la esposa de Toño, se acuerda todavía de la ilusión que sintió cuando le entregaron su casa, hace siete años. Está de a tiro chica pero es propia, dice que pensó. En estos días esa casa tan chica y tan propia es como un grillete. Sus vecinos empezaron a irse después del 8 de julio de 2008, cuando el río les salió por el lavabo y la cocina y transformó las viviendas en chapoteaderos.

Entre los que no se fueron había muchos niños que crecieron pronto y a las expensas del turno doble de sus padres en las fábricas de la zona. Terminaron la escuela primaria e hicieron equipos. Los sábados arman la campal de golpes y navajazos. Entre semana se pelean el botín de las casas que se quedan vacías. Todos los días hay una nueva. Con suerte, hasta dos. Calles enteras tienen pinta de zona en guerra, donde sólo quedaron los cascarones de interés social, ya sin puertas, ya sin ventanas, ya sin muebles de baño, ya sin cables.

“Aquí hay de todo, mija. Hay mucho ratero, mucha drogadicción, mucho río puerco. Y al mismo tiempo no hay nada. No tenemos agua. La luz falla. No tenemos ni vecinos, con eso te digo todo”, dice Maru, que decidió aprovechar la cochera de su casa para instalar una tienda de abarrotes.

—¿A dónde se fueron los vecinos? —le pregunto a Leonor, cuyo negocio de jícamas y frituras se sazona con el olor a huevo podrido que se escapa desde el canal.

—A la fregada. Se fueron los de allá, de la casa azul. Se fueron los de este lado de mi casa. Doña Concha se fue hace un mes. Se fue la mamá de Belén y prefirió que el Infonavit le quitara la casa. Se fueron los de la vuelta. Yo también me voy a ir nomás que encuentre una renta barata. Prefiero perder siete años de pagos a vivir aquí. Aquí no se puede vivir.

Toño, su esposo, relata que fue un éxodo de desaliento.

La muerte de Miguel Ángel López, en febrero de 2008, y las inundaciones de cinco meses después le dieron esperanza a la colonia. “Ojalá que esto sirva de algo”, repetía Carmen, la mamá del niño, entonces asediada por periodistas, activistas ambientales, políticos y abogados que pedían, a su nombre, indemnizaciones millonarias.

Cuando Miguel Ángel murió los vecinos del barrio se organizaron. Exigían que Casas HIR los reubicara en otro de sus fraccionamientos y amenazaron con que dejarían de pagar las letras de sus casas. La hoguera se avivó cuando en julio el río se metió a sus viviendas. “No nos dijeron que no, porque ni siquiera nos contestaron nuestras cartas”, recuerda Leonor.

Hoy nadie cree. Carmen, la madre de Miguel Ángel López, duda 15 minutos antes de abrir a medias la puerta de su casa. Se ha vuelto la Carmen más dura del mundo. La que vio morir a su hijo todos los días en casi tres semanas —cuando el Gobierno de Jalisco prefería decir que el niño recibía violencia, antes que reconocer que el Río Santiago está contaminado y nadie debería vivir cerca—. La que pensó que de algo serviría la muerte del niño. La que vio que la muerte sirvió para un carajo. La que se sintió utilizada por todos. “Nadie ha venido. Nadie, nadie. Todo está atorado”, dice de mala gana y se entierra con sus tres hijos en las paredes de su casa de 50 metros cuadrados.

Son las cuatro de la tarde y el olor a podrido que llega hasta la casa de Carmen se hace insoportable: es ácido sulfhídrico, afirman los científicos. Por la Avenida Paseo de las Azucenas, un autobús urbano circula sobre la banqueta de una calle cuyo pavimento parece haber sido bombardeado. Los niños corren en los callejones antes de que caiga el sol y los mosquitos salgan a tragárselo —si algo abunda en la Azucena, además de casas vacías, olores fétidos y zancudos son niños—.

A unas cuadras y bardeado ya por una malla ciclónica, el canal se desliza, holgazán y espeso.

Es domingo. La señorita que vende Residencial del Ángel invitó, hoy, al tour por la casa modelo. Dice que hay que animarse a comprar, que son 25 años de deuda, pero qué mejor patrimonio para los hijos de uno, que si no alcanzan los puntos del Infonavit el banco puede ayudar con un crédito, que casi todos sus clientes quedan convencidos de que aquí está su futuro.

No es mala persona. Es ignorante. Ignora que ella no vende casas. Vende a la muerte.

PARA SABER


Menos contaminación

Las autoridades presumen los resultados de la macro planta de tratamiento de aguas residuales El Ahogado, dicen, hoy el Río Santiago luce distinto, aunque al paliativo de mil 950 litros en promedio tratados por segundo (dos mil 200 en su capacidad máxima) aún falta agregarle el desvío o tratamiento de las descargas domésticas que competen a la autoridad municipal de El Salto, municipio que mayor complicación registra en este tenor, aseguró la Comisión Estatal del Agua el pasado mes de enero durante un recorrido por el lugar.  Tras la puesta en marcha de la planta de tratamiento, el Río Santiago entró en un proceso de saneamiento que, a 10 meses de distancia, parece rendir frutos: la mejora en las condiciones del cuerpo de agua es notable y los olores fétidos que obligaban a respirar por la boca  son menores, aseguran.
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