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La sangre con paciencia sale

A cualquiera le puede suceder en ésta y cualquier ciudad del país; no es que los tapatíos sean más afortunados

GUADALAJARA, JALISCO (04/FEB/2012).- Son casi las siete de la mañana y la clínica 89 del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) luce como si ya pasaran de las 11. Personas con y sin bata ingresan por la puerta trasera (la de Urgencias) como seguramente lo hacen todos los días. Uno que otro parece perdido, como ella que cree ingenuamente que dada la hora será una de las pocas personas que acudirán ese día a donar sangre.

Después de varias preguntas con respuestas ambiguas sobre dónde se encuentra el laboratorio del viejo hospital, consigue dar con el Banco de sangre. Asoma la cabeza y pregunta a la chica que se encuentra ahí: “¿Aquí es lo de las donaciones?”. La mujer asiente, le informa que llamará a “los otros” (no los de la película de Nicole Kidman) y le pide que se forme hasta atrás. Como ella no ha visto a nadie piensa que la fila no puede ser demasiado larga. Primer strike. Se convierte entonces en La donante número 20.

Los formularios son repartidos: “Lo llenan y bajan para que el doctor les haga un examen, luego regresan; apúrense porque se va a las ocho”, dice la mujer. Todos van corriendo y empiezan a responder las preguntas lo más rápido posible. Dejan las hojas en el sitio que les ha dicho con cero amabilidad otra mujer que se encuentra en el mostrador de esa sala de espera. Poco a poco comienzan a ingresar a los consultorios y regresan corriendo al primer piso. “Les vamos a sacar una muestra para ver si pueden donar sangre”.

Los minutos comienzan a correr. Todos se van a la sala de espera para los pacientes que aguardan su turno para que les saquen radiografía. De vez en cuando se escucha a un hombre llamar a alguien, pero no parece que el número de personas en el lugar descienda.

Los hombres y mujeres que están ahí comienzan a charlar; lo único que se escucha son quejas por el trato que reciben del personal de la clínica. “Nos tienen agarrados, porque saben que no podemos ir a otra parte”, “Imagínese cómo estará el Seguro Popular”, ¿No que cuatro horas? ¡Ya llevamos como 20!”, “Y ni modo que uno se queje, luego le va peor”, “Parece que aquí nomás contratan a los más ineptos”. La espera es desesperante, pero no hay para dónde hacerse, y esta historia se repite todos los días en éste y otros hospitales públicos de la ciudad.

***

“A mi papá lo iban a operar y necesitábamos 10 donantes, si no los tienes, no lo operan. Pensamos: ‘Como somos tantos en la familia, vamos a conseguirlos pronto’. Pero no, llegó un momento en que no podíamos conseguirlos. Hasta pedimos ayuda por radio”, recuerda La donante número 22, cuando han pasado cuatro horas y media de espera.

“Yo por eso cada vez que alguien necesita un donante, digo que sí. Porque sé lo que se siente no encontrar a nadie. Vengo por el tío de una amiga, Cuando fue lo de mi papá, mi esposo puso un anuncio en internet y una señora que conocía, ni siquiera era muy su amiga, le dijo que ella podía ser donante. Uno nunca sabe dónde está la ayuda”.

Mientras La donante número 22, dedicada a la venta de productos de belleza y bolsas, cuenta su historia, La donante número 20 la escucha y eso ayuda a que deje de pensar en los miles de minutos de su vida que ha dedicado a esa fea sala de espera.

“En el Hospital Civil es más rápido –continúa La donante número 22 –, tardas como dos horas y media”.

Ya todos están cansados. El donante número 19 charla con el número 18, quien aunque no pasó el segundo filtro (sus venas se escondieron ante las agujas) está ahí, como si su sola presencia significara algo para el paciente que espera en alguna cama de ese hospital público.

El donante número 18, diseñador de la sección de deportes de un diario local, analiza la situación: “Yo pienso que la cosa se descompone desde el principio, cuando te dan la hoja para que la llenes y la lleves abajo, y te hacen esperar para el examen que… ¿a ustedes los pesaron y midieron?”. “No”, responden los donantes 19 y 20. “A mí tampoco… ¿entonces qué caso tiene que vayamos con el doctor, que en realidad es un pasante, si ni siquiera te pesa, te mide o te toma bien la presión? Ese paso podrían saltárselo. Sería más rápido”.

Las opciones para agilizar el trámite son múltiples, pero a pesar de que ellos piensan y plantean esas posibilidades no pasa nada, mejor hablar de otras cosas: “A ver si el domingo nos vamos a jugar”, dice El donante número 19, un contador de unos 30 años que está a punto de dejar su trabajo actual porque le daban más responsabilidades que sueldo.

El donante número 18 responde. “No, mejor el sábado, porque el domingo me voy con los del trabajo. Somos muy malos. El otro día quedamos 13 contra uno; nos metieron ocho goles en el primer tiempo”.

“Pasen los donantes siete, nueve y 10”, se escucha a una mujer gritar entre la multitud de personas aburridas que se encuentra en la sala.

 “Pues creo que para mí es mi debut y despedida”, dice La donante número 20. “No sé por qué dicen que el tiempo de espera es de cuatro horas, la verdad se están pasando estos infelices”.

La donante número 22 dice entonces: “De por sí es difícil conseguir donantes y encima echan a los que se animan a hacerlo”.

El tiempo sigue corriendo. La sala de espera se vacía y se llena otra vez. La fila para solicitar los resultados en el laboratorio crece y decrece.

“¡Órale! Qué tal esas botas”, dice El donante número 18. Todos voltean a verlas y ríen. Parece que se conocen desde hace años, pero no. Nunca antes se habían visto y probablemente no volverán a encontrarse, y si eso sucede, quizá ni siquiera serán capaces de recordar los rostros de los otros.

“Donantes 19, 20 y 22”. La voz que antes fue desagradable se convierte en un llamado celestial hacia la gloria.

***

Una de las mujeres que atienden en el Banco de sangre dice que en el Centro Médico ya no aceptan donaciones los fines de semana, por eso muchas personas se van a los otros hospitales, como éste, en el que la capacidad de atención sólo da para dos personas.

Aunque luce como un laberinto el edificio situado en la confluencia de las avenidas Chapultepec y Washington, la verdad es que el Banco de Sangre es sumamente reducido. Efectivamente ahí están los dos sillones, mucho más cómodos y firmes de lo que parecen a primera vista. Una barra sirve como escritorio para una computadora. Ahí mismo, a un lado, está la impresora. Papeles y carpetas le siguen. En el extremo, casi pegada a la ventana, una pequeña televisión.

Entre la barra y uno de los sillones para donantes, hay una silla más amplia y bastante destartalada para extraer la sangre que será analizada a fin de ver si el individuo puede o no pasar a la siguiente etapa: la extracción de 400 mililitros de ese líquido de un rojo intenso.

“Hay algunos donantes que se empiezan a sentir mal y pues no podemos decirles que se levanten, tenemos que esperar a que se recuperen”, continúa la mujer.

Quienes laboran en el Banco de Sangre checan su tarjeta de salida a las 15:00 horas, por ello sólo atienden por la mañana a 25 personas, de las cuales probablemente muchas no pasarán ni siquiera el primer filtro (tomar un paracetamol en la noche previa es suficiente razón para que el haberse levantado temprano sea inútil). Otras tantas se pierden en el camino: porque los resultados del estudio exprés no fueron óptimos, o porque el permiso que se solicitó en el trabajo no daba para tanto tiempo, o porque parecía que jamás nunca llegarían al siguiente nivel.

“Es muy pesado, por eso aquí nos mandan a los que vamos empezando, como para ver si aguantamos”, dice la mujer que seis horas antes, a las siete de la mañana, comenzó a atender a los donantes.

TOMA NOTA
Consejos básicos para donantes

* Acudir con al menos cuatro horas de ayuno.

* No ingerir medicamentos o alcohol al menos 24 horas antes.

* Una vez que se haya hecho la donación, beber mucha agua.

* No fumar hasta después de una hora.

* No levantar cosas pesadas con el brazo del que se ha extraído la sangre.

* No consumir alcohol durante ese día.

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