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La historia que todos los días se repite

Como salido de un bache, aparece un minibús 604 que sí se para, y como si fuera un panal, los pasajeros como abejas se aproximan

GUADALAJARA, JALISCO (12/AGO/2012).- Una señora espera el transporte urbano en la esquina de Avenida Unión y Lerdo de Tejada. Está molesta porque ya van dos camiones que pasan y no se han detenido. Pregunta la hora, mueve la cabeza de un lado a otro en tono desaprobatorio y el chongo de su pelo revolotea como espontáneo espantamoscas. Viste de blanco, pulcra y con zapatos como los que seguramente usa su hija que va a la primaria. No trae maquillaje ni esmalte en las uñas. Parece ser enfermera. Observa a la gente que como ella, a su alrededor, también esperan el minibús. Se asoma a la avenida, pero no alcanza a ver nada a lo lejos. Quizá como queriendo tranquilizar sus ansias se aproxima al puesto de revistas que está en la esquina y echa un vistazo a los diarios detenidos en un exhibidor con pinzas para la ropa para que no se vuelen. Algo le ha molestado sobremanera porque viene ahora furibunda hasta donde ya se ha congregado más gente. “Y encima quieren aumento, desvergonzados”, lanza al aire como esperando que alguien la secunde, la apoye, le saque plática. Pero nada. Y de pronto, como salido de un bache, aparece un minibús 604 que sí se para. Como si el camión fuera un panal, los pasajeros como abejas se aproximan, todos y uno a uno entran ante los gritos del conductor, que les pide que se apuren, que le suban, que corran, porque ya 10 han sido muchos segundos para detenerse en una parada, máxime que atrás ya viene el otro y “mejor espérenlo que viene vacío”, dice mientras cierra la puerta y hay al menos cinco pasajeros que no han alcanzado las mieles de haberse subido a un minibús que, como ellos, lleva mucha prisa.

El 604 que viene atrás del 604 que va adelante, quiere no parar a recoger a los pasajeros que el otro camión no subió, pero al final, seguramente, se le apachurró el corazón al ver la cara de desesperación de los futuros pasajeros que sentían que el camión se les iba y sí les hace la caridad de darles la parada. Cuando comienzan a subir, el chofer quiere pensar que ya subieron. Él tiene la mente y la vista puesta en el minibús que va unas cuadras adelante que él, al que seguramente quiere alcanzar para reclamarle que no va a tiempo, que ya no pare, que acelere y le deje pasaje a él, que va vacío desde hace buen rato. Cierra la puerta aún con el pasaje arremolinado en las escaleras, sin darse cuenta que uno no alcanzó a subir más que el pie derecho, zapato que se quedó atorado en la puerta y todo el cuerpo afuera. El chofer alcanza a acelerar sólo tres o cuatro metros, pues todos —incluido el que quedó con el pie atorado— le gritan, le hacen señas, le reclaman. Vuelve a abrir la puerta, entre asustado y enojado, regaña al pasajero que estuvo a punto de arrastrar por la avenida. Todos a sus lugares, porque comienza la carrera. Desgraciadamente aquí no hay cinturones de seguridad más allá de las manos que se aferran a los tubos o a lo que permita mantenerse más o menos firme. En su loca carrera, el chofer no ha dado parada en las últimas 10 cuadras y afortunadamente nadie ha querido o podido bajar. Por la Avenida Niños Héroes se pasa varios altos, y uno se pregunta por qué no aparece por ahí ningún oficial de tránsito. Al fin, antes de llegar a la Calzada Independencia, el 604 de atrás alcanza al 604 de adelante, se le empareja, abre la puerta y le grita: “¡Ora, pinche méndigo, no me estás dejando nada!”. Y cuando cualquiera pudiese pensar que, mínimo, el agredido responderá defensivamente o se bajará de su minibús para retar al agresor a que se baje también y peleen a puño limpio, la contestación es la siguiente: “¡Ya, cabrón; mañana yo invito las chelas!”.

Y todo vuelve a la normalidad. O casi. El 604 que va adelante emprende su carrera y el 604 que va atrás al parecer pretende ahora ir más atrás, porque va casi a vuelta de rueda, sin prisa, volteando por el retrovisor por si alguien pide la parada diligentemente otorgársela, y si es una dama bajarse corriendo a darle la mano a la hora de bajar. O eso parece. Los pasajeros que ahora han podido soltarse de los tubos a los que iban aferrados se peinan, se acomodan la camisa, se estiran y vuelve la compostura. No todos alcanzan a ver el periódico que, afuera, cuelga en el puesto de revistas y que en su primera plana, dice: “Inminente alza a la tarifa del transporte”.

Precaución

Demanda de peso

Transportistas de Zona Metropolitana de Guadalajara y del interior del Estado piden un incremento de dos pesos al precio del pasaje, de no llegar a un acuerdo, cuatro mil 500 camiones podrían no prestar el servicio mañaan, afectando a alrededor de tres millones de usuarios.

Funcionarios resaltan que la tarifa es superior en otras ciudades: en Monterrey, 10 pesos; en León, ocho; en Culiacán, 7.50. En Toluca, Veracruz y Saltillo el costo del boleto es de siete pesos.
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