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La Coperacha: una historia de sobrevivencia
La compañía de títeres, dirigida por Antonio Camacho, celebra 35 años de llevar teatro a la ciudadanía
Recuerda Antonio Camacho —director de la compañía— que, en aquellos tiempos en que iniciaban, “la Guadalajara de entonces era distinta a la de hoy, pero en muchos aspectos sigue siendo la misma, también; queríamos formar una compañía callejera, pero formal y profesional, sustentable y con rigor”.
Agrega que “lo que nos emocionó fue que Guadalajara tiene una tradición teatral que no está documentada de manera suficiente; a veces, algunos creen que descubren el hilo negro pero hay cosas que ya se hacían antes. Es importante saber dónde se pisa; mi preparación no es formal pero he estudiado por mi cuenta muchas corrientes y he trabajado, sé dónde estoy y me emociona saber que, al menos en la década de los veinte, en Guadalajara se hacía un teatro que era único en el país (bastaría mencionar que Manuel Parga llegó a montar una obra en el antiguo Teatro Zelayarán, sobre la Calzada Independencia, que llegó a vender 24 mil localidades en una semana; ahora nadie lo creería, resulta inimaginable)”.
Recuerda que fue cuando ya no les satisfizo el ambiente teatral de una ciudad, “donde lo máximo era aspirar a participar en la Muestra Estatal de Teatro”, cuando decidieron irse a la calle y formar una compañía como La Candelaria —“distancias guardadas”, aclara el teatrista—, en su modo de administración, trabajo y gestión: una cooperativa.
“El momento en que nace La Coperacha, para mí, es el 15 de enero de 1980, con una función en un parque de la colonia Santa Cecilia en la que tomamos parte Francisco Flores, Ignacio Larios (Nacho Cucaracho), Olga Gámez y yo”.
Proyecto de gestión
De esa época a la fecha, comenta Camacho, “no recuerdo muchos grupos de entonces que sigan trabajando actualmente (habrá que preguntar a Héctor Monteón o Moisés Orozco); lo notable, creo, es haber sobrevivido a los funcionarios culturales que ha tenido la ciudad (y el Estado), pero ayuda que seguimos siendo fieles al objetivo de la compañía, aunque eso no salva de tener que adaptarnos, si antes pasábamos la charola o el sombrero entre la gente, ahora hay que hacerlo en fundaciones o en las dependencias, hay que aprender a hacer gestión cultural”.
En palabras del teatrista, La Coperacha es, ante todo, un proyecto de gestión cultural desde la sociedad civil. “El modelo que uno aprende en la escuela es el star-system impuesto por los Estados Unidos, donde si eres actor debes buscar la promoción y quizá un día seas rico y famoso; eso en América Latina no funciona porque no tenemos la infraestructura o, más bien, es diferente. Si bien el teatro necesita de muchísimas cosas (sobre todo, presupuesto), aquí tenemos lo esencial: el público. Si no se tiene alguien a quien presentar el trabajo, no tiene ningún sentido hacer teatro”.
Un camino propio
En términos de recursos, la premisa fundamental es que nunca habrá recursos suficientes pero, más allá, “la constancia es lo primero”, asegura el creador, “pero no deja de ser importante, y es con lo que estoy casado, recordar lo que decían los muralistas con la frase ‘no hay más camino que el nuestro’; en su sentido verdadero (no autoritarista), alude a construir el propio camino, trazar una ruta original y autónoma”.
De esta forma, la cuestión, “por lo menos aquí en Guadalajara, es inventar un método propio de producción, gestión y financiamiento; nosotros somos muy independientes aunque, para otros, somos ‘dependientes’ porque siempre estamos becados. Eso es verdad, pero alguien que maneja bien una beca no tiene por qué dejar de tenerla; ese es el sentido del dinero público. Lo que aprendimos nosotros fue que debíamos dejar la queja y aprender, profesionalizarnos y capacitarnos”.
Acostumbrado a trabajar desde niño, Camacho asegura que se requiere siempre de “tocar las puertas que se tienen que tocar; ocho de cada 10 podrán cerrar, pero las demás las abres (o si no las derribas). Creo que esa es una de las diferencias entre la Guadalajara de antes y la de ahora; si antes el modelo a seguir era aspirar a entrar en una de los dos compañías oficiales que existían en la ciudad —la de la UdeG y la de Bellas Artes—, ahora es prioritario ensayar otros modelos de producción, incluso aspirando al dinero público (a nivel local o Federal)”.
Iniciativas y aprendizaje
Más adelante, del 2002 al 2008, La Coperacha fue la compañía residente en el Teatro Guadalajara del IMSS, una etapa fundamental para la agrupación, “cumplimos todas las metas pero fue una época muy difícil porque nos tocó enfrentar que el presupuesto era la mitad y se ofrecía el doble de propuestas de lo que hoy se acostumbra. La lucha fue constante, pero funcionó, y eso nos significó ganar confianza y aprovechar el entrenamiento para poder atrevernos a desarrollar y encarar proyectos más ambiciosos, como el de Casa Reforma, que implica buscar recursos por más de 36 millones de pesos y con un trabajo que, incluso para una institución, parece demasiado”, revela Camacho.
Recuerda también la experiencia que signficó, de 2009 a 2010, ocupar la casona que perteneció a Chucho Reyes Ferreira, en el Andador Coronilla, donde se planteó ubicar un Museo del Títere y ofrecer talleres para niños, proyecto que “acabó tronando, porque al final se trabajaba sólo para pagar la renta; pero sirvió como entrenamiento”.
Lo de ahora
Establecidos en la actualidad como una compañía que ya tiene, desde hace cerca de un año, una nómina formal con una veintena de integrantes —entre artistas y equipo técnico o creativo—, en La Coperacha son conscientes de que eso representa el riesgo de “perder la parte romántica y artística de hacer teatro con los recursos propios y echando mano de los amigos, aunque sea algo insostenible; por eso lo que buscamos es un punto medio, la idea es no dejar de creer que el teatro es teatro y sólo necesita de la gente, pero, sabemos, hay un presupuesto de poco más de cuatro mil MDP para la cultura en este país, donde mil 200 MDP caen en un rubro donde podemos y tenemos derecho a solicitarlo; lo que hay que aprender es lo que se tiene qué hacer”.
Además de Casa Reforma, este año resta para la compañía continuar con el proyecto “Comunidades Invisibles: de la nota roja a la nota cultural” que, con apoyo del Conaculta, lleva talleres y funciones de teatro a colonias marginadas de la Zona Metropolitana y que, se espera, culmine en agosto de este año.
Actualmente trabajan en dos producciones: “El convite de los famosos enanos”, basada en la consignación de Fray Luis del Palacio que asegura era la fiesta más importante de Guadalajara en el siglo XIX. El escenario busca reproducir “las casas que se encontraban en lo que hoy es la Cruz de Plazas; la idea es crear una especie de reino ficticio con reproducciones de los edificios de la Guadalajara de antaño”, dice Antonio Camacho; y “Alerta, el bufón ha renunciado”, de Vivian Blumenthal, que está en etapa de ensayos y se presentará que en breve.
SABER MÁS
Equipo actual
- Antonio Camacho (titiritero maestro, director y compositor musical).
- Olga Gámez (directora artística y titiritera maestra).
- Héctor Caro González (actor y director internacional)
- Elisbeida Suarez (actriz, administración y representante legal).
- Berenice Moreno (gestión y tallerista).
- Ricardo Ares (actor principal y promotor).
- Alejandro Herrera (actor).
- Nicolás Pallares (actor, tallerista y producción).
- Yancey Aguilar (actor y músico).
- Simón García (actor y coordinador de logística).
- Roberto González (actor y músico).
- Mónica Mendoza (actriz invitada).
- Zuleica Arias (actriz invitada).
- Dora García (actriz).
- Cecilio Aguayo (jefe de producción).
- Víctor M. Leal García (asistente de producción).
- Cesar C. Gámez (tallerista y asesor literario).
- Luis Enrique Ortega (promoción y gestión cultural).
- José C. Cabrera (productor y realizador audiovisual).
- Elba Irene Vega (difusión y redes sociales).
- Fernando Morán (contador).
- Sra. Ernestina Hernández (intendencia).
- Melissa Carrillo (asesora de arquitectura y ludoteca).
- Armando Chong Oropeza (asistente de producción).
- José Medina (asistente de producción).
- Ezael Pérez (asistente de producción).
EL INFORMADOR / RICARDO SOLÍS
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