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Jackson y El Hobbit se enfrentan al dragón
Las taquillas del mundo aplaudieron a El Hobbit, el año pasado, pero la recepción crítica y entre los fans no fue tan generosa; la segunda entrega es, literal y figuradamente, la prueba de fuego para las nuevas adaptaciones de Peter Jackson sobre la obra de Tolkien
El culto a la obra de Tolkien es tan viejo que pinta canas: su relato El Hobbit se publicó en 1937 y en 1954 comenzó a publicarse la desbordada novela El Señor de los Anillos. En ambos casos la respuesta popular fue casi inmediata. Por eso no asombra que hoy haya miles de fans esperando con ansiedad el estreno, este 13 de diciembre, de la segunda película que el director neocelandés Peter Jackson hace sobre El Hobbit: La Desolación de Smaug, una nueva entrega de sus producciones que espera gran éxito en taquilla. Máxime luego de críticas como las de las revistas Empire o Time, que afirman que se trata de uno de los estrenos del año.
No todo es belleza. “A lo mejor esto es lo que mucha gente querría ver en el cine, pero quizá Tolkien no estaría entre ellos”, dijo, por ejemplo, el crítico Robbie Collin, de The Telegraph de Inglaterra. Porque hay un bando de observadores que advierte que, con El Hobbit, Jackson ha dado pasos cada vez más lejos respecto de la obra original, algo que contrasta con su cauteloso apego al libro en El Señor de los Anillos.
La Tierra Media parece buen negocio. Las cintas de 2001 a 2003 recaudaron un promedio de mil millones de dólares cada una, rescataron a la productora New Line Cinema, conquistaron a los premios Oscar, redefinieron el turismo de Nueva Zelanda y crearon toda una franquicia que incluyó hasta un fracasado musical. Pero además concitaron un favorable consenso: críticos generosos y exigentes llegaron a llamarlas “la fantasía definitiva para el cine”, el trabajo “no de un plagiario sino de un visionario” o la “coronación de los efectos especiales al servicio de la fantasía”.
El Hobbit no es, para nada, El Señor de los Anillos: no sólo es un relato mucho más corto sino también menos ambicioso. Y sin embargo la adaptación se retrasó por años en medio de toda clase de dificultades; el mexicano Guillermo del Toro dejó la dirección y pasó a apoyar a Peter Jackson quien, originalmente, no quería hacer las cintas; luego se entusiasmó al grado de que, apenas unas semanas antes de estrenar, decidió volver a filmar y a editar para hacer tres películas de 160 minutos cada una, en lugar de dos.
Porque hay mucho que contar en torno al cuento, y Jackson y compañía parecen decididos a ofrecer miradas más profundas a la vasta Tierra Media. Pero, precisamente por eso, la recepción crítica a Un viaje inesperado fue mucho menos amable que con El Señor de los Anillos: críticos y fans la vieron como una película “larga”, más “infantil”, “lenta” de arranque y, para los más impacientes, hasta con demasiadas canciones. Según los más duros, una precuela, pero no mucho más.
¿El resultado? Un viaje inesperado fue un nuevo campanazo para la industria. Su recaudación superó los mil 100 millones de dólares. No ganó premios Oscar y, aunque dejó a algunos fans con las cejas alzadas de escepticismo, también dejó al mundo preparado para dos películas más. Y este 13 de diciembre es la prueba de fuego.
Desde ya se esperan muchas sorpresas, pues La Desolación de Smaug concentra algunos de los momentos más memorables del libro: el encuentro con Beorn, un poderoso aliado que por las noches es una amenaza extraordinaria; el Bosque Negro de los elfos silvanos y su rencoroso rey Thranduil, padre del príncipe Legolas; la amenaza de las arañas gigantes; y por supuesto al magnífico dragón Smaug, el último de su especie en el mundo de Tolkien, y una bestia de maldad y codicia suficientes para superar a cualquier rival.
Pero el guión se toma numerosas licencias respecto al texto —hay incluso una elfa soldado involucrada en algo así como un triángulo amoroso interracial— y podría significar la ruptura definitiva con los fans más exigentes o un exceso difícil de tragar para los críticos. La esperanza es que Jackson y compañía hayan sido fieles a su estilo, su talento para combinar espectáculo y épica, y su preocupación por aprovechar los efectos especiales en lugar de que éstos se aprovechen de la historia.
Si esto ocurre, La Desolación de Smaug podría ser la confirmación de que las obras originales no pudieron haberse encontrado mejores adaptaciones y de que la fantasía se ha hecho un espacio en el cine moderno a fuerza de madurez. Seguramente el profesor Tolkien no habría visto estas películas, celoso como fue de su trabajo, y sólo los fans y los críticos podrán decir si la temeridad de Jackson valió la pena. O si esta franquicia de gran éxito comercial sólo sirve para que, de tanto a tanto, un grupo de científicos ociosos determine cosas tan irrelevantes como el clima de la Comarca.
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