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Hoy toca salchichas con col

A un costado de la Catedral de Guadalajara hay una puerta a partir de la cual se forma la fila para comer que es, dicen, cada vez más grande; decenas de personas necesitadas reciben ahí su ración diaria

GUADALAJARA, JALISCO (16/SEP/2012).- La puerta del paraíso se encuentra debajo de un balcón de cantera de donde cuelgan unas hiedras y una palma pide agua. Es la del número 339 de la avenida Hidalgo, en el centro de Guadalajara, en uno de los costados de la catedral. La puerta marrón, de madera muy gruesa, se abre a las dos de la tarde en punto. Nadie puede cruzarla. Más bien el cielo emerge desde adentro, humeante y perfumado, para decenas hombres y algunas pocas mujeres que entre ellos comparten ese sustantivo que se llama hambre.

Cualquiera con hambre puede llegar a la puerta, de martes a viernes —los lunes los famélicos se las arreglan solos—. Es mejor si se llega a la una de la tarde y es mejor si se reza con las Hermanas Evangelizadoras Eucarísticas de los Pobres, que le hacen mucho honor al nombre de su orden. El tema es que además de evangelizadoras las hermanas son perspicaces y notan cuando alguien quiere evitarse el trámite del rezo. “¡Tú ya sabes muy bien que a la una empieza la reflexión!”, regaña una monja añosa a un hombre que, recién llegado a las dos con 15 minutos, ni se ha molestado en hacer fila para recibir el sagrado alimento.

Este viernes, para unas cien personas, el paraíso sabe a guisado de salchichas y col, frijoles negros y tortillas de maíz.

La fila para alcanzarlo podría ser un capítulo de La divina comedia, del anuario económico del Inegi o de Oliver Twist.

Entre los que “reflexionan” católicamente a la una de la tarde están un hombre con sus dos hijos pequeños, dos hombres con sus perros flacos, un gato con su dueño y el limpiaparabrisas Ricardo Morales, que hoy se ha ocupado en entrenar a su amigo Martín en el asunto de la limpieza de los parabrisas y la supervivencia alimentaria en las calles, dice él. También hay un payaso urbano de peluca naranja, cinco polizontes del tren muy desconfiados, un indigente y un apache.

El apache es Guillermo Mejía y anda rondando los 60 de vida. Está colorado a fuerza de maquillaje, lleva un antifaz de pintura negra alrededor de los ojos, una pañoleta roja envuelta en la cabeza, los oídos perforados con aros metálicos de llavero, una docena de collares en el cuello, un mantel de cocina con cuadros alrededor de la cadera y, por supuesto, un arco y una flecha.

Es un apache tímido y agradecido con la hermana jovencita que, ataviada de con hábito azul cielo, un delantal azul cielo a cuadros y un velo azul cielo liso, se encarga de repartir la comida en silencio absoluto y se niega a responder preguntas sobre su trabajo, con excepción de que la mayoría de la semana las viandas alcanzan para “pasadito de 250” hambrientos.

Hay que decir que no todos los que se congregan en los alrededores la puerta del paraíso van a comer.

Para ponerlo en términos gráficos: los que comen ocupan unas gradas que huelen a orín, a la izquierda, justo donde fray Pedro Ayala puso la primera piedra de la catedral, en 1568. Los que no comen, pero acuden todos los días, se entretienen dando vueltas alrededor de la catedral o se sientan a la derecha de la puerta 339, junto a una pared que también huele a orín.

“Bravo! ¡Hasta que hacen algo por la causa! ¡Hasta que reparten algo!”, grita por quinta vez en diez minutos uno del segundo grupo cuando pasa, por quinta vez,  junto a la hermana que reparte los platos, quien parece acostumbrada a su detractor. “¡No queremos sus limosnas, queremos trabajo!”, reniega otro, que permanece sin comer, tirado al lado de un amigo menos exigente, que no dejará ni medio frijol en el plato. “No crea en todo lo que ve”, recomienda un tercero del mismo equipo: “estas monjas reciben mucho dinero disque para la comida, pero hacen de comer con desperdicios del mercado de Abastos”, farfulla.

Los que comen están sentados alrededor del payaso. Uno con acento salvadoreño dice que es de Pachuca y no encuentra trabajo, los otros guardan silencio y chupan el caldo de la col que quedó en el plato. La única mujer del día, una vendedora, de chicles del barrio, suelta un “¡Sea por Dios! El payaso se hace el chistoso, cuando se le pregunta qué otros platillos sirven ahí. “Pavo… ¡Pavorosos frijoles negros”.

Entre los lumpen del centro hay un tercer frente, los comen y reniegan. “¡A ver cuándo nos dan algo mejor: algo de pescado, pollo camarón, un filete”, refunfuña en la cara de la monja jovencita un hombre que cojo de la pierna izquierda y desnudo del torso.

Son casi las dos y media de la tarde. La hermana añosa sigue regañando a los que llegaron de última hora, se evitaron el rezo y de pilón exigen tortillas para llenar el estómago. La hermana joven intenta quitarse encima a un hombre joven, muy blanco de ojos desorbitados, que cada minuto le pide otro plato. “¡Ya se acabó!”, lo reprende como a un niño pequeño.

A las 2:35 las hermanas desaparecen tras haber hecho su labor, como sombras en el interior oscuro de la Catedral y la puerta al cielo se cierra con llave. Los que hacían sobremesa alrededor del payaso se despiden. “¡Nos vemos el martes!”. “Dios quiera”. “¡Dios quiera que llegue pronto!”.

PARA COMER

Albergue tapatío

El servicio de comedor en el Centro de Atención y Desarrollo Integral para Personas en Situación de Indigencia, del Ayuntamiento de Guadalajara  “se le otorga a toda persona que ingrese al albergue y se encuentre en situación de indigencia.”

Centro de Atención y Desarrollo Integral para Personas en Situación de Indigencia o de Calle (CADIPSI). Av. Las Palmas no. 76 Zona Centro Tel. 35623572.
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