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Hasta setenta veces siete

Esta es época de perdonar, de amar y de vivir en paz... ¿Perdonar?, ¿en qué consiste?

     Escuchamos en la radio que esta es época de perdonar, de amar y de vivir en paz. Y se nos viene a la mente, ¿perdonar?, ¿en qué consiste? Dos ejemplos de vida nos los dan primero, Juan Pablo II, quien en 1983 visitó en la cárcel al terrorista turco Alí Agca, que dos años antes había intentado asesinarle. El Papa lo perdonó y le dio el perdón apostólico a su agresor. El segundo, lo encontramos en el caso de Ana María Suárez , quien en 2006 perdonó al asesino de su hijo, Fabián Chávez de 25 años de edad. La madre en público afirmó dirigiéndose a Fabián: “solamente la oración calma cada día mi dolor. Ayer  cuando fui a la iglesia de San Cayetano, le oraba a la Virgen y pensaba que mi hijo está con Dios. Pero también pensaba en vos, que sos tan joven. No te voy a hacer daño. Sólo quiero darte esto”. Entonces le entregó un rosario. Vemos casos extremos de dos personajes extremos, el Santo Padre y una mujer como tú y como yo, pero tan santa como Juan Pablo II. Perdonar es, entonces, de santos y como todos los bautizados estamos llamados a la santidad, según nos los recuerda Benedicto XVI (Noticias Eclesiales, 2 de Noviembre de 2006).

     El deseo de perdonar y ser perdonados lo expresamos y repetimos todos los días en el Padre Nuestro, siempre que lo recemos en espíritu y en verdad y no solamente como una fórmula establecida que verbalizamos de manera mecánica. En la oración afirmamos que si queremos alcanzar perdón, también debemos perdonar. Y no solamente en el Evangelio lo encontramos, ya que se nos dice también desde el Antiguo Testamento que tengamos compasión de nuestros semejantes, no les guardemos rencor ni les odiemos más; sólo así Dios nos dará la salud y nos perdonará los pecados cuando se lo pidamos, pues del vengativo se vengará el Señor (Cfr. Eclo 28, 1-7).

     La palabra perdonar (griego afiemi) significa, entre otras cosas, dejar ir o abandonar y en un sentido más profundo se refiere a la remisión de una ofensa, lo que implica la extinción completa de la culpa y la consiguiente reconciliación con Dios. Dejar ir la ofensa trae consigo la paz interior y la paz con el prójimo, de la cual san Pablo nos advierte que procuremos “estar en paz con todos y llevar una vida santa; pues sin la santidad nadie podrá ver al Señor” (Heb 12, 14). Asimismo, el perdón es requisito para la oración y el acercamiento al altar como Jesús mismo nos dice: “Así que, si al llevar tu ofrenda al altar te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí mismo delante del altar y ve primero a ponerte en paz con tu hermano. Entonces podrás volver al altar y presentar tu ofrenda” (Mt 5, 23-24).

     Desde un punto de vista más humano el perdón no es un acto sino un proceso. Cada día perdonamos un poco más y así nos vamos liberando poco a poco del pasado. En algunos casos, este proceso puede hacerse de una sola vez pero, en la mayoría, el perdón requiere tiempo. Sin embargo, para iniciar el proceso de perdón es importante que haya cesado la ofensa para que pueda haber libertad. Asimismo es de notarse que perdonar no es igual a olvidar y que ante una ofensa aunque yo perdone, las relaciones no se restablecen automáticamente. Por otra parte, el perdón no es igual a impunidad. Cuando se ha cometido una ofensa debe repararse pues perdonar exige que se haga justicia ante el ofendido; simplemente a lo que nos ayuda perdonar es a no sentir deseos de venganza. Hemos de tener en cuenta que muchas veces no son los hechos los que nos causan sufrimiento sino el significado que le damos al acontecimiento. Es el cómo cada quien percibe, ve, oye y siente la experiencia y cómo lo graba en su memoria, junto con sus reacciones corporales y de conducta que acompañan a esas emociones. Así, podemos siempre comenzar el proceso de perdón dentro de nosotros mismos para después acercarnos como Pedro a preguntar: “Señor, ¿cuántas veces deberé perdonar a mi hermano si me hace algo malo? ¿Hasta siete? Jesús le contestó: “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete” (Mt. 18, 21-22) Que el Señor nos bendiga y nos guarde.

Antonio Lara Barragán Gómez OFS
Escuela de Ingeniería Industrial
Universidad Panamericana
Campus Guadalajara
alara@up.edu.mx   
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