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Fatiga crónica

El día del atole

GUADALAJARA, JALISCO (16/JUL/2011).- Las calles empedradas de San Juan de Ocotán que hasta hace algunas semanas lucían tierra volátil, polvo que iba y venía por los aires ante la menor provocación del viento, están ahora firmes, pues la tierra es lodo, lodo compacto que salvo en contados casos ha hecho charco.

Es domingo 10 de julio, segundo domingo del mes, lo que marca que es el Día del Atole, como la mayoría lo conoce. Se acerca la fiesta de los Tastoanes y ésta es quizá la celebración previa más importante antes de que lleguen los meros días de la celebración grande: el 25, 26 y 27 de este mes.

Por la mañana, mucho antes de que amanezca, ya se empezaron a escuchar los cohetes, ya hubo misa, ya se invitó a la comunidad al desayuno al que han asistido cientos y cientos de personas. Y justo al medio día, de la casa de quien será este año el Santiago a la casa del que lo será el próximo, un grupo como de 50 o 60 mujeres acompañan una gran procesión, para llevar el atole. Van danzando al paso que les marcan los tambores y van con las máscaras de tastoanes. Pero no son tastoanes, son Las Tastoanas. Y bailan. Y gritan. Y las que llevan machete lo chocan contra el piso, lo frotan contra las piedras donde hay. Y da miedo acercarse, porque parece que están enojadas, pero no: detrás de la máscara ríen, gritan y se divierten. Es  su día. Y lo saben.

Llegan todos (y digo todos, porque hoy son cientos y cientos, hasta muy seguramente llegar a miles) a la casa a la que llevan el atole y entran los que pueden. Los que no alcanzan a entrar se quedan afuera esperando. Y adentro está la banda y no dejan de sonar los cohetes, uno por uno o en puño. Y las tastoanas que no pudieron entrar bailan afuera, bajo un toldito de una cervecería que pusieron por si llovía, pero no llueve. Y muchos chiflan y empujan porque quieren entrar, pero ya no se puede, porque no cabe ni un alma más. Y afuera casi todos toman cerveza, tequila o lo que se pueda. Y a lo largo de la calle se ven, si uno voltea al cielo, los miles de adornos de banderitas de plástico rojo y blanco.

De repente comienzan a salir las tastoanas, con sus máscaras y sus largas pelucas de crin de caballo. Y las que no traen machete traen largos cucharones de madera. Y palas, también de madera, que son con las que le estuvieron moviendo en la mañana al atole. Las palas son enormes, como de un metro. Y unas más llevan bastones.

La procesión llega a la casa en donde se ofrecerá la comida. Y todos están invitados. Y son cientos y cientos los que entran, y hay decenas de cazos grandísimos como en los que hacen las carnitas. Y hay carne y hay arroz. Y la bebida no se acaba nunca: agua de fruta, cerveza, mucha cerveza y tequila, muchísimo tequila. Y cuando a uno le ofrecen tequila (porque hay que traer para ofrecer, porque si no puede uno incurrir en una grosería) hay que aceptar, porque si no, también puede considerase una grosería el no hacerlo: dar y beber, beber y dar.

Y la banda empieza a tocar. Y las tastoanas bailan. La comida se sirve una y otra vez. Y son cientos y cientos quienes comen. Al final de la comida comienza a hacerse una fila: son los que van a comprar el atole (y, por supuesto, el pan, que se llama torcido). Y le pregunto a la cocinera cuánto atole han hecho y me dice que son más de 10 casos. Y nos cuesta 30 pesos el jarro como de un litro, con todo y torcido. Y salimos de ahí. Y la fiesta apenas comienza.

david.izazaga@gmail.com
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