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Fatiga crónica

Siempre al último

GUADALAJARA, JALISCO (04/JUN/2011).-  Son las 3:00 de la tarde cuando has terminado de sacar copias, engargolar y meter en sobres todos los papeles. Piensas que una hora es más que suficiente para poder llegar al lugar en el que tienes que entregar los documentos. Sería más que suficiente media hora, pero en las condiciones en las que se encuentra la ciudad, con desviaciones por todas partes, con calles abiertas hasta sus entrañas, con un inusual tráfico que día a día te sorprende más, quizá lo mejor es no pensar en que el tiempo está de más.

Y, efectivamente, el camino hacia la zona del parque Alcalde te ha llevado casi 45 minutos. Te estacionas y observas que el lugar está como siempre que lo has visitado: sombrío, con una apariencia de descuido casi natural. Del calor ya ni te asombras, cuando sales del auto, en donde te encontrabas fresco, al pisar apenas el pavimento sientes cómo el bochorno te logra casi ahogar, cómo en sólo unos cuantos pasos comienzas a sudar como si hubieras corrido tres cuadras. Y cuando entras a donde vas, un salón a la sombra, muy fresco, piensas que no te vino mal la pasteurizada.

Echas un vistazo a lo que parece un caos, pero no lo es. Descubres que sí hay un orden, que lo debes seguir, que hay que armarse de paciencia, pues la espera, la fila y la incomodidad de no poder salir de ahí pronto tienen como origen el que hayas dejado todo para el último día; qué va, para la última hora.

Hay que pasar un filtro antes de llegar al registro de tus documentos y son unas 20 personas las que están antes que tú. Observas y escuchas cómo algunos de los solicitantes en la fila comienzan a platicar, a preguntarse entre ellos de qué se trata su proyecto, a mostrar un interés fingido por conocer los motivos por los que alguien se anima a solicitar una beca. Te levantas de tu asiento, temeroso de que la señora que te antecede vaya a querer socializar. Y lo hace, pues le pregunta a un chavo que en qué disciplina participa. Tú miras hacia el techo, pero aunque no pareciera que lo haces pones atención a la charla. Él es cineasta y va a presentar un proyecto para hacer un cortometraje y ella, la señora, es poeta. Luego ella dice que se le ocurren muchas ideas, que todos los días le surgen, que no sabe qué hacer con ellas y que por eso hace poesía.
De pronto sabes que dan las 4:00, la hora límite estipulada en la convocatoria, pues le dan la orden al guardia de que cierre la puerta y que no permita la entrada a nadie más, a nada... ni al aire. Un minuto después, aparece a la vista de todos (puertas y ventanas son de cristal) el primer solicitante que llega tarde. Y luego el segundo y el tercero… hasta que son al menos 10 los que brotan cual honguitos tras las lluvias, desesperados, sudados, con la cara de espantados e intentando convencer al guardia para que les abra. El guardia mueve la cabeza en forma negativa y no abre. Hasta que alguien tiene que salir y entonces los solicitantes que han llegado tarde –sólo un poco tarde–, se apilan como abejas sobre el guardia. Le suplican, le ruegan y una muchacha se mete, como fingiendo demencia. Pero el guardia la saca y les dice que él sólo recibe órdenes.
Observas las caras de este lado del cristal: tranquilas, expectantes quizá, pero serenas. En cambio, las de los que están afuera se ven desencajadas, azoradas, frustradas. Unos minutos –tres, siete, nueve– los separaron de la posibilidad de una beca. Tuvieron semanas y semanas para llegar, y escogieron el último minuto. Y éste los dejó solos, afuera. Es así.
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