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Fatiga crónica

¿De veras se acaba el mundo si no contestan?

GUADALAJARA, JALISCO (21/MAY/2011).- 
1.Un auto espera, sobre Avenida La Paz, a que el semáforo se ponga en verde para que los carros que están antes avancen y luego arrancar también. Cuando finalmente cambia a verde, la fila de su derecha avanza fluida y rápidamente, pero la suya lo hace muy lentamente. Muy. Hasta que el conductor, después de una cuadra de ir casi a ritmo de carrosa fúnebre, decide que ya fue mucho y rebasa al auto que tiene enfrente. Cuando pasa al lado observa que el conductor va manejando al tiempo que habla por su celular. El tipo que habla por teléfono y conduce ni siquiera se ha percatado que circula a 20 kilómetros por hora y que una caravana de automovilistas desesperados lo sigue.

2. El primo de un amigo toma un midibús de la ruta 629, cerca de la Minerva. Son las 10 de la mañana, el tráfico ha disminuido un poco, el camión va casi vacío. Como la mayoría de los midibuseros de la ciudad, éste también cree que transporta no seres humanos con columnas vertebrales o coxis que se lastiman, sino calabazas, de manera que no le importa circular a 60 kilómetros por hora sobre calles con baches que parecen topes y hoyos que parecen auténticos pozos. De repente, de súbito, el midibusero baja la velocidad, a tal grado que circula sobre la calle Morelos a vuelta de rueda. El primo de mi amigo, extrañado (iba agarrado de todos lados, levantando su traserito cada que intuía que el brinco era inminente), observa hacia el parabrisas y cuando espera ver una fila de autos estorbándole la carrera al midibusero, no ve absolutamente nada. Voltea adonde el conductor y lo ve, muy orondo, hablando por su celular, a grito profundo. Todos se enteran del chisme de su relevo y de la bronca que se aventaron ayer en la base. Cuando después de unas cuadras todo parce volverá a la normalidad, el midibusero marca un número de su celular y le llama ¡al midibusero de la misma ruta que va unas cuadras delante de él!, sólo para decirle que le apure, porque le va dejando muy poco pasaje (pasaje que le urge subir a su midibús para torturarlo con su bipolar conducción: a 60 por los baches y a vuelta de rueda cuando habla por celular).

3.Otro primo de otro amigo va a la tienda de conveniencia a comprar pan y a ponerle tiempo aire a su celular. Cuando se acerca a la caja, a la cajerita le suena su teléfono (casi se pone a bailar: el tono era la cumbia: “Cómo te voy a olvidar”, con esa pieza, cómo evitarlo). La muchachita contesta, al tiempo que voltea a ver al otro primo de otro amigo, como buscando su aprobación cómplice que le permita, que le regale, que le tolere unos segundos en los que ella –piensa el incauto– le diga a quien le llama que está trabajando, que tiene que cobrar, que el cliente es primero, que cuelgue ya. Pero no, la cajerita platica con una amiga sobre un baile en Santa María Tequepexpan al que fueron el sábado ella y su novio y luego le relata, con lujo de detalle, una comida dominguera –con su novio y unos amigos, entre los que estaba “El Mandril”– en San José del Quince. Y mientras ella hablaba, como que sus neuronitas no le permitían también ir cobrando, hasta que la fila fue creciendo y se vio presionada por las miradas insistentes y dos que tres chiflidos intimidantes. Hasta que colgó.

4.A una señora copetona le suena su celular a media función en el Teatro Diana, ¡y contesta! A un estudiante del Tec de Monterrey, a media clase le suena su celular ¡y contesta!... ¿De veras se acaba el mundo si no contestan?
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