Suplementos
Fatiga Crónica
Veinticuatro años deambulando por la FIL
El caso es que había que ir a la FIL y llevarle luego algún “testigo” de que habíamos ido. Seguro lo hice, aunque no recuerdo con mucho entusiasmo esa primera incursión, como sí la segunda, la de 1988, porque entre la terminación de la primera edición y el inicio de la segunda, sucedió que unos amigos y yo habíamos incursionado en la noble tarea de escribir en un periódico que hoy ya no existe: El Jalisciense. Y qué mejor que la FIL para ir a buscar material de qué escribir. En algún lugar al que ahora me da flojera ir a buscar guardo los recortes de aquellas primeras notas que hice para ese periódico de algunos de los personajes a los que entrevisté. Recuerdo que, entre otros, platicamos con Quino, padre de Mafalda, con Rius y con Jis y Trino. También viene a mi memoria una charla entre José Carreño Carlón y Miguel Ángel Granados Chapa. Y una monumental e imperdible entre Emmanuel Carballo y Juan José Arreola.
Por supuesto que en aquellos años la Expo no era el monstruo que es hoy. Y los salones de conferencias estaban en la misma zona de exposiciones, sólo separados con tablaroca, por lo que era muy difícil escuchar lo que los ponentes decían, pues el ruido del ambiente se colaba irremediablemente por todos lados. No había actividades simultáneas, así que la posibilidad de que tuvieras que escoger entre una u otra actividad era casi nula. Los cocteles al final de las presentaciones se hacían afuerita, en los pasillos, donde se colocaban unas mesas de melanina ponderosa, traídas desde la hermana República de Los Belenes, sobre las que se colocaban los envases de refrescos familiares y los vasitos desechables. No había alfombra en los pisos, sino cemento crudo. Y así tumultos, pues tampoco.
De la tercera edición, en 1989, recuerdo la cercanía que tuvimos con Don Edmundo Valadez, quien siempre se portó afable y generoso, recordándonos cada que podía aquella máxima de “hay que ir lentamente aprisa”.
Qué decir de aquellas inolvidables noches en la explanada: de las veces que cantó El Personal, La Maldita y Café Tacuba. Quizá a muchos les guste el espacio cerrado que hay hoy; yo siento que muy al contrario de lo que se hubiera pensado al construirlo, resultó mucho más frío de lo planeado.
Hoy, 24 años después, es casi imposible recorrerla toda completa. Y mucho menos alcanzar a estar en todas las conferencias y presentaciones. Ya venden buen café y no hay que salir a Plaza del Sol a comer como antes. Hay suficientes baños (había suficiente estacionamiento, pero gracias a los Panamericanos una buena parte del estacionamiento de arriba quedó inutilizable), cajeros automáticos de casi todos los bancos y sistemas de seguridad casi infalibles, con lo cual robarse un libro resulta imposible.
Antes, hace más de veinte años, la FIL era la única posibilidad de encontrar libros que no verías a menos que fueras a la Ciudad de México o esperaras a que llegara de nuevo la FIL. Hoy es muy posible que encuentres cosas extrañas: por ejemplo, ¿cómo se explican que el nuevo libro de Antonio Ortuño, Ánima, cueste más barato en Sanborns que en la misma FIL? Misterio.
Con todo, con la evidente locura que puede resultar, recorrer al azar los pasillos de la FIL para dejar que te encuentren los libros que quieran que lleves a casa o el fortuito mágico y único encadenamiento de azares que tienen que darse para que encuentres –o no- a alguien que no has visto desde la otra FIL, aparte del constante olor a chocolate en el ambiente, son cosas que no se cambian tan fácilmente.
Los que sí deseo de todo corazón que desaparezcan para el próximo año son esos policías (o no sé cómo nombrarlos para que no se nos vayan a ofender) que deambulan por la Expo con la metralleta entre sus manos y el dedo en el gatillo. O que cambien la metralleta por un María Moliner, siquiera.
david.izazaga@gmail.com
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