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Fatiga Crónica

En Santa Ana Tepetitlán también hay Tastoanes

GUADALAJARA, JALISCO (24/SEP/2011).- Nunca había estado antes ahí, en Santa Ana Tepetitlán, en el mero pueblo. La única manera segura de llegar que recuerdo, me dijeron es agarrando López Mateos y al pasar el Periférico, con premeditación, alevosía y ventaja, (y con mucho cuidado, por supuesto –pero gandallamente– si no, no hay manera), dar vuelta a la derecha. Y luego derecho, cuadras y cuadras.

Como en julio, cuando iba a San Juan de Ocotán, supongo que los cohetes me guiarán hasta donde andan Los Tastoanes; pero no, aquí no escucho nada de cohetes. Y de repente, en una esquina, aparecen bailando y agitando su cabeza para que la cabellera se dé vuelo. Estaciono el carro en el primer espacio que encuentro y voy tras ellos.

Es viernes, primer día oficial de la fiesta. Supongo que hoy ningún chiquillo ha ido a clases, porque parece que están aquí todos, viendo Tastoanes, en la calle. Luego de haber estado en las primeras dos esquinas (mojoneras a cargo de los Tastoanes Herodes y Pilato), los Tastoanes hacen fila para entrar en una casa. ¿Cómo caben tantos en tan pequeño espacio? Aprovechan para quitarse la máscara, la cual se ponen encima de un paliacate, para que no les moleste: digamos que el paliacate con la máscara tiene la función parecida a la del calcetín con el zapato. Ninguna máscara es igual a otra y las de Santa Ana Tepetitlán son muy distintas a las de las otras comunidades. Mientras los veo ahí, sentados tomando aire, bebiendo agua de jamaica y yendo al baño, observo que la mayoría de las espadas son de madera y que han convertido en un verdadero arte el hecho de adornarlas, de dibujar sobre ellas, de “intervenirlas”, dirían los artistas. Hay de todo, desde aquellas que parecen pintadas a mano por un niño, hasta las que, de verdad, merecerían estar en un museo. Me llama la atención también la uniformidad en el calzado: todos traen calcetines y encima de los calcetines medias, de esas que se ponen las abuelitas. Así como entre los espectadores que acompañan al grupo, entre los Tastoanes desenmascarados descubro muchos niños.

Alguien me dice que debo acercarme a un cuarto, al fondo. Parece que los Tastoanes mayores y el Serenero (en San Juan de Ocotán le dicen Cirinero) se encuentran acordando las acciones a seguir. Entro y el que al parecer lleva el mando y control es precisamente el Serenero. Los demás Tastoanes se dirigen a él para cualquier movimiento que realizan. Uno de ellos le dice que yo estaré los días de la fiesta con ellos, siguiéndolos, y entonces me pregunta que para qué. Le digo que para ver, para observar, para entender la fiesta. Luego de darle algunos tragos a su bebida, les pide su parecer a cada uno de los Tastoanes presentes y cuando aceptan, me dan una cerveza. En este cuarto se bebe alcohol, afuera no. Al menos no de manera evidente.

Esa es, quizá, una de las más claras diferencias de la fiesta entre San Juan de Ocotán y Santa Ana: en San Juan el alcohol corre como agua de uso los días de la fiesta. Aquí no, al menos –advierto– no de manera tan evidente. Lo curioso es que me tocó ver en Santa Ana más hechos violentos (sobre todo pleitos entre pandillas) que en San Juan.

La otra diferencia notoria es la cantidad de la gente que participa: aquí en Santa Ana no hay ni la quinta parte de gente que me tocó ver hace unos meses en San Juan de Ocotán. Eso sí, aquí la población infantil es abrumadoramente mayor, quizá porque los días de la fiesta fueron en fin de semana.

Es hora de salir de nuevo a la calle: los Tastoanes se colocan la máscara; la chirimía y el tambor marca la hora de partir. En el cuarto ha quedado sellado el pacto en esa lengua que el arquitecto De Regil me asegura es náhuatl pervertido, por llamarlo de algún modo.

Veo al Santiago montado en su caballo, a lo lejos. Así andará, de bajo perfil, al menos hasta el sábado que le toque protagonizar su muerte. Ahora marchamos a la plaza y escucho decir a unos niños que en un rato los Tastoanes se van a ir a acostar. Y sí, a fin de representar su muerte, los Tastoanes se acuestan, muy acomodaditos, uno tras otro a lo largo de toda la plaza. Y ahí se quedan durante más de una hora. El calor, incluso a la sombra, es insoportable, pero ellos permanecen ahí, bien muertos. Luego se levantan (reviven, pues) y emprenden una lucha contra el Serenero. Después hay una pausa para comer.

Lo más destacado ocurre el sábado, pues es cuando matan al Santo Santiago y los Tastoanes vuelven a acostarse en la plaza.

El último día, que en esta ocasión fue lunes, la comitiva va llevando por todo el pueblo “la bailada”, a la casa de cada uno de los cofrades.

Si quieres ver en vivo esta fiesta no tendrás que esperar hasta el próximo año. El Ayuntamiento de Zapopan ha organizado la Semana de los Tastoanes, del lunes 17 al viernes 21 de octubre, de seis a ocho de la noche, en la Plaza Bicentenario (Periférico y Parres Arias, frente a Calle 2). Cada día corresponderá a una comunidad representar lo que hacen en sus pueblos. Yo que tú no me lo perdía. ¡Y es gratis!

david.izazaga@gmail.com
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