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Fatiga Crónica

Caminando por Chapultepec

GUADALAJARA, JALISCO (10/SEP/2011).- En donde comienza la Avenida Chapultepc (o acaba, según), hay una plazoletita circundada por las calles Juan Manuel, San Felipe y Andrés Terán. Ahí, desde hace ya varios meses, fue colocado un puesto de periódicos: un armatoste de acero, grande y estorboso, pero que no le estorba a nadie porque casi nadie pasa por ahí. Para colmo, ni los carros pueden estacionarse, de manera que el puesto estaba, digámoslo así, en una isla desierta. Y ahí está: podría incluso convertirse en el monumento al puesto de periódicos fácilmente. En la contra esquina (Avenida México y Chapultepec), está otro puesto de periódicos, viejo y todo, también medio estorboso, pero ese sí abre y vende.

Sigo caminando por la acera poniente de Chapultepec, con rumbo al sur. Voy sorteando carros que están estacionados sobre la banqueta y también a algunos ciclistas que van sorteando carros estacionados en la banqueta y peatones que sortean todo lo que se deja venir. Porque sí, me siento como Mario Bros, en ese juego donde va caminando y se le vienen pozos, tortugas y honguitos que le harán perder vidas.

Voy pensando en eso, cuando un motociclista se me empareja. Ahora pienso que, en ese momento, debió habérseme hecho raro el hecho no sólo de que un motociclista fuera por la banqueta cual orondo peatón, sino que caminara a mi ritmo, como si se tratara de un amigo que conversa de las cosas de la vida. Pero en ese momento lo vi normal. Por eso no me sorprendió cuando me habló como si hubiéramos cursado la primaria y secundaria juntos.

Así, sin mediar introducción, me dijo: “mira, la vengo grabando desde hace como dos cuadras”. Entonces, me percaté de que mientras con su mano derecha conducía, con la izquierda sostenía su teléfono celular e iba grabando a una muchacha que caminaba algunos pasos delante de nosotros. La muchacha, que iba en compañía de –supuse– su hermano pequeño y su madre, vestía una minifalda de mezclilla muy muy corta y dejaba ver, por ese efecto del roce al caminar, una buena parte de su ropa interior negra.

Ella caminaba y muy seguramente ni se daba cuenta de lo que a sus espaldas sucedía: la grababan en vídeo y “al rato lo voy a subir a Youtube”, me dijo el de la moto, que seguía grabando, como si al que fuera filmando hubiera sido a Carol Wojtyla. Yo seguía caminando, sin querer ignorarlo, pero sin que tampoco sintiera que yo era su cómplice.

Pronto llegamos a una parte en la que no cupo su moto: varios negocios que están en el tramo entre Avenida México y Justo Sierra, han convertido la mayor parte de la banqueta en cajones de estacionamiento y, generosos, han dejado un “chorizo” para que le gente circule. Y no sólo eso, hay más obstáculos qué sortear (ya dije: agujeros, tortugas y honguitos): muy ingeniosamente, algunos negocios han colocado unas horribles cajas de aluminio como de un metro de altura, en las que enrollan las cadenas que ponen por la noche para que ningún carro ocupe sus lugares, no vaya a ser que se les ofrezca ir a las tres de la mañana a su negocio a ver si el vestido de tul morado sigue ahí.

También han construido un mecanismo que, mediante un agujero en el suelo, permite que los postes por los que pasarán las cadenas nocturnas, durante el día permanezcan acostados, aparentemente sin causar ningún estropicio. Y digo aparentemente, porque de que pueden causar un buen tropezón, no hay duda, lo puedo asegurar.

Me percato luego que las horribles bancas de metal que pusieron hace ya varios años en la mayoría de las esquinas y en las que nadie se sienta, primero porque están colocadas en los lugares más incómodos y después porque están completamente expuestas al Sol (y en mayo las quemaduras de tercer grado en las sentaderas están de a gratis), han sido pintadas de rojo. ¡Sí, de rojo bandera!

Sigo caminando y llego a la esquina de Hidalgo: otra vez a sortear autos, pues gracias a un banco, no hay más que bajarse a la calle.

Llego a la esquina de Pedro Moreno, donde está una de las cuatro neverías nuevas que han abierto los últimos días y que al parecer son la gran moda en la ciudad, porque están apareciendo por donde quiera. No entro, porque ya lo hice una vez y pagué por la nieve más cara de mi vida. Quién me manda haberle puesto tantos “toppings” (así le dicen a la madre y media que se le puede echar encima y que al final pesa. Y lo que pesa, así se paga).

Casi frente a la “Joseluisa” un auto promocional de una bebida energética que tiene nombre de toro rojo en inglés, está regalándole latas y latas a todos los chavitos que se ponen todas las tardes sobre el camellón a brincar, hacer piruetas, andar en patineta y hasta girar en aros, como si lo que quisieran fuera vomitarse. A ellos, pienso, no les falta energía, al contrario: por eso vienen aquí a bajársela, a quemarla. Al rato no los van a aguantar en sus casas y sus madres sin saber por qué.
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