Suplementos

Fatiga Crónica

A Tapalpa por la libre

GUADALAJARA, JALISCO (27/AGO/2011).- Cuando uno decide ir de Guadalajara a Tapalpa, el primer problema es el tráfico, inevitable, de López Mateos: aunque sea sábado y la avenida que después se convierte en carretera esté “habilitada” como vía rápida, el ir a vuelta de rueda en el auto es casi seguro. Hasta llegar al Periférico: entonces hay más tráfico, y no es sino hasta después de Bugambilias que ya se siente más desahogada la cosa.

Me llama la atención, a la altura de Santa Anita, que un tipo barre el camellón con una escoba de popotillo. Veo ahora los anuncios espectaculares a uno y otro lado del camino, arriba y más arriba. Añoro la época en que no había tantos espectaculares en el camino. Es como leer el periódico y encontrar sólo anuncio tras anuncio, página tras página (¡ups!, perdón si hiero susceptibilidades). Avanzando sobre lo que ya no sé si es aún López Mateos o ya la carretera (¿A Morelia? ¿A Colima? ¿A Manila?), me doy cuenta que hay una oferta voraz de moteles: grandes mantas anuncian precios que van desde los 160 a los 250 pesos. Pasamos luego Las Plazas Outlet (¿por qué les dicen “las” Plazas Outlet? ¿Son muchas plazas? ¿O cómo?) y luego San Martín de Las Flores, mejor conocido como San Martín “de los brujos”. Más adelante nos toparemos con el letrero que anuncia la desviación hacia Colima por la libre y en ese entronque una camioneta de la que cuelgan decenas de sombreros “de a 30 pesos”. Luego llegamos a otro crucero: dice Villa Corona y Colima. Hay que agarrar para Colima.

Antes de llegar a Acatlán de Juárez, primera población importante luego de dejar Guadalajara, se ve una especie de obelisco a mano derecha: parece ser de una fábrica abandonada. Más adelante, Zacoalco de Torres, cuna del equipal.

Viajando por las carreteras del Estado se encuentra uno algunas cosas que, inevitablemente, remiten a la idiosincrasia local y a las paradojas inevitables de la realidad: en este tramo hay un letrero que dice “Rancho Escondido” y unos metros adelante está el rancho al pie de la carretera, más que expuesto a la vista de quien vaya o venga. Unos kilómetros después, otro letrero anuncia el “Rancho Vistahermosa” y ahí mismo un pequeño caserío abandonado, en ruinas, ramas secas, vestigios de que ahí hubo algo. Y quizá, sí, con vista hermosa.

Llegamos a un crucero que indica que a la derecha se va a Atemajac de Brizuela. Le preguntamos a un vendedor de fruta picada si por ahí se llega a Tapalpa y su respuesta es: “Por ésta; no la suelte”, frase que en lugar de reconfortarnos al saber con seguridad que vamos por donde debemos, nos coloca ante la posible condicional de que si la soltamos (cualquier cosa que esto signifique), podemos perderla.

Un vistoso puesto al pie de la carretera anuncia la venta de “frutas exóticas: rambután, pitahaya y mamey”. Convengo en que el rambután (¿qué no era el nombre de una medicina para los nervios?) y la pitahaya (que no pitaya) sean consideradas frutas exóticas, pero, ¿el mamey?

Conforme avanzamos, la carretera está de subida y los hoyos-baches-pozos cada vez son más frecuentes y más profundos, se requiere más que maestría para esquivarlos. Observo que muchos de ellos están circundados por pintura blanca, con lo cual puede uno verlos con mayor anticipación y entonces o esquivarlos o maldecir y mentar con más tiempo y por ende con más ganas. No habrá presupuesto para rellenarlos, pero sí para dibujarlos. Antes y no les ponen lucecitas intermitentes.

Un gran letrero anuncia: “Bienvenidos a Atemajac de Brizuela. Aroma a pino y ocote”, pero la palabra ocote está tachada (¿se lo habrán acabado o simplemente dejó de oler?). Un letrero, en la entrada de San Miguel, anuncia “pajaretes”, junto a una carita feliz y la frase “hum! qué rico”. Luego sigue Juanacatlán y adelantito está Tapalpa.
Síguenos en

Temas

Sigue navegando