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Fatiga Crónica

Banda contra banda

GUADALAJARA, JALISCO (02/JUL/2011).- Son pasadas las siete de la noche, es jueves y como sucede todas las semanas en el kiosco de la Plaza de Armas en el centro de nuestra ciudad, la Banda de Música del Gobierno del Estado toca algunas piezas para deleite de las decenas de personas que ya sea sentadas en las pocas bancas verdes, paradas o incluso en el suelo escuchan atentamente. Nada parece impedir que la gente disfrute del concierto gratuito: ni el paso constante e incesante de los camiones a unos cuantos metros de ahí, ni el Sol.

Si ponemos atención, sí hay una mayoría de público mayor de edad: los pocos jóvenes tienen pinta de ser más bien turistas. También hay muchos niños, correteando, jugando con balones de plástico o haciendo burbujas de jabón. De un lado parecen haberse juntado los boleadores de zapatos, quienes ahora platican, sentados sobre sus instrumentos de trabajo.

Y la música suena, mientras un señor, en una de las bancas de metal, parece inclinarse junto a otro demasiado. Y es que se está quedando dormido. Pasan algunos vendedores de dulces, la señora de las papas y uno que pide monedas para su camión, pero esta tarde, según parece, nadie trae ánimos de sacar algunas monedas. O están muy concentrados en la música. O las dos cosas.

Por uno de los lados, de manera sorpresiva, entra patinando un señor canoso (¡sí!, patinando y con esos patines de una sola línea), delgado, al que le pondremos que tiene más de 60 años y está muy conservado o menos de cincuenta y la vida lo ha tratado medio mal, lo que usted prefiera. Pantalones de terlenka café, con una barba rala y suéter morado, parece un chiquillo de quince, cuando para hábilmente frente a un niño de unos seis años que lo observa con una combinación de miedo y curiosidad. El patinador saca de su mochila que trae colgada en la espalda un Elmo miniatura, se lo coloca en un par de sus dedos de la mano derecha y comienza a hablar con el niño. No pasan más de diez segundos y el niño se da la vuelta. Entonces aquel hombre se quita al Elmo de sus dedos, se limpia el sudor de la frente con él y continúa su camino a sabrá Dios qué destino.

En eso, cuando todo parecía transcurrir en calma, un estruendoso y rítmico sonido de banda se apodera del ambiente, a mitad de la pieza que aún no termina de tocar la banda en el kiosco. Muchos son los que denotan una molestia a la interrupción, muchos quienes tratan de mirar hacia el lado de donde viene el sonido, pero nada se ve pues un camión del Ayuntamiento de Guadalajara (juzgados móviles, dice) estorba a la vista.

La banda del kiosco se muestra desconcertada, terminan de tocar y se marchan (pocos saben si es que ya se tenían que ir o si se indignaron) y entonces comienza la desbandada de gente que va a asomarse al lugar de donde viene la otra música.

Son seis niños de entre siete y 12 años que tocan con instrumentos que ellos mismos han fabricado: botes, mangueras, garrafones de agua cortados. Y no tocan mal para hacerlo con lo que lo hacen. En pocos minutos han logrado reunir al menos al doble de gente que escuchaba a la otra banda, en el kiosco. La gente se divierte, se emociona, les grita, les aplaude: les dan dinero. Mucho. Mientras tocan y cuando terminan. Una señora se acerca a preguntarles si tocan en fiestas. Dicen que sí y que cobran mil pesos la hora. Antes de seguir tocando y bailando, pasan a ofrecer su disco (se llaman “Resicleychon”) a treinta pesos. Muchos lo compran. Les toman fotos y película. En Youtube hay cientos de videos de ellos. Al final, el más chiquillo, le firma a una admiradora que le ha pedido su autógrafo.
david.izazaga@gmail.com
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