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Fatiga Crónica

Arenales Tapatíos

GUADALAJARA, JALISCO (28/MAY/2011).-  Don José Guadalupe Rivera Rentería era habitante de la colonia Arenales Tapatíos de Zapopan. Como muchas personas de su edad, cuando despertaba, solía no quedarse a retozar en su cama. A las 5:30 de la mañana ya estaba en la calle, con rumbo al único espacio público de la colonia: un terreno del tamaño de dos canchas de futbol, ubicado entre las calles Paseo de la Primavera, Diamante, Mercurio y Francisco I. Madero. Por voluntad propia, porque así le placía, don José se apropió de la tarea de sembrar y cuidar una serie de árboles ubicados la mayoría al borde del terreno, sobre Paseo de la Primavera. Todos, absolutamente todos los días, desde antes que amaneciera, se le podía ver ahí, regando, podando, enderezando con palitos y en fin, cuidando que aquellos árboles echaran raíces lo suficientemente fuertes como para poder quedarse ahí por años.

Cualquiera que pase hoy por ahí podrá constatar que la labor de don José Guadalupe Rivera no fue en vano: hay sombra gracias a las docenas de árboles de distintas variedades de las que hoy disfrutan miles de habitantes de la colonia: señoras que se sientan en la banca, niños que juegan en la tierra, taxistas que estacionan ahí su auto para estar al cobijo de la sombrita, incluso hay un hombre de botas picudas y bigote negro tupido que ha llegado en su bicicleta, ha sacado una hamaca y la ha amarrado de un árbol a otro para luego trepar a echarse un sueñito en pleno sábado a las 17:00 horas. Sueño que han venido a interrumpirle un grupo de apenas unas 10  o 15 personas, que cuentan las historias de su colonia, sus personajes –como don José- sus anécdotas, sus vivencias, en esta colonia que apenas va a llegar a los 30 años de constituida. Gracias a una iniciativa del Ayuntamiento de Zapopan, se está intentando que sean los propios habitantes de la colonia los que hagan la crónica del lugar en el que han vivido y nos la cuenten. Y se está logrando.
En Arenales Tapatíos viven unos 20 mil habitantes. No hay una sola biblioteca, ni un centro cultural. Algunas de las historias que sus habitantes cuentan tienen que ver con la instalación de la primera escuela, hace más de 20 años: se abrió en unos camiones de transporte urbano que estaban inservibles. “La escuela de los camioncitos”, le llamaban. Los primeros habitantes que llegaron cuentan que había puros arenales y que los camiones de volteo llegaban todo el día, todos los días, por arena. Hasta que se acabó. Hubo que rellenar con escombro casi toda la colonia, para poder hacerla habitable. Alguien platica que ahí, cerca de donde está la cancha de futbol, había un gran hoyo que se rellenó con todo. Hasta con Fruti Quekos echados a perder que iban diario a tirar en camiones que venían de la planta que está cercana. También hablan de cuando no había agua potable. Había que ir a corretear a la pipa para que llegara o bien acarrear baldes de agua desde Santa Ana Tepetitlán, la colonia vecina.

Y un día llegó el agua. Una señora cuenta que fue Salinas de Gortari el encargado de abrir la llave que por fin llevaría agua a los habitantes de Arenales: “pavimentaron unos días antes, sólo por donde iba a pasar el Presidente; abrió la llave de la bomba, se subió a su carro y se fue. Nomás arrancando, se comenzó a levantar el pavimento que habían puesto”.

Y hay muchas historias más que, afortunadamente, serán contadas. La de don José Guadalupe la está escribiendo su hija, Araceli. Gracias a personas como don José –anónimas la mayoría, que trabajan por el bien común– es que tenemos un mejor lugar para vivir. Y gracias a personas como Araceli es que nos enteramos de ello.
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