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Europa, en manos de la canciller

El centro-derecha alemán que comanda Angela Merkel tuvo su mejor resultado electoral desde la reunificación y se quedó a cinco escaños de la mayoría absoluta. Ahora, Merkel debe formar Gobierno, su decisión es clave para el futuro de Europa

GUADALAJARA, JALISCO (29/SEP/2013).- El futuro de la Unión Europea (UE) está en manos de una mujer que desata arduas polémicas. Su imagen en los países con problemas económicos se ha degrado profundamente y su imagen fluctúa entre la satanización y la sacralización.

En España, Portugal y Grecia, Merkel significa la austeridad, los recortes y el reto a esa soberanía perdida por los problemas económicos. Partidos nacionalistas y euroescépticos han utilizado la imagen de la canciller alemana, reelecta por segunda ocasión, como el símbolo de la “nueva Alemania hegemónica”. Sin embargo, y en oposición a esto, en Alemania, Merkel bate récords históricos de popularidad y obtuvo el triunfo más holgado para su partido la Unión Democrática Cristiana (CDU, centro-derecha) desde la Reunificación Alemana a finales de la década de los ochenta. ¿Cómo explicar este desfase entre una mujer de hierro y firme en Alemania y el ícono del conservadurismo y el intervencionismo económico asociados a la canciller en Lisboa o en Atenas (o Roma)?

En busca de un aliado

Angela Merkel llegó en 2005 a la Jefatura de Gobierno en Alemania y, aunque ha tenido momentos muy difíciles de manejar, sus resultados le han permitido llevar ocho años ininterrumpidos al frente del Gobierno. Tras la coalición con el Partido Socialdemócrata (SPD) en 2005 y con los Liberales Democráticos en 2009, ahora Merkel obtiene la relección con una votación histórica de 41% y se queda solamente a cinco escaños de no depender de ningún partido de oposición para formar Gobierno. Sin embargo, forzosamente necesita un aliado. Y Merkel tiene cuatro opciones: el Partido Socialdemócrata, segunda fuerza política y de izquierda moderada; Die Linke (la izquierda alemana) herederos de la izquierda socialista de la ex Alemania Oriental; los Verdes, partido ecologista y de izquierda; o el que luce con menos probabilidades, “Alternativa para Alemania”, un partido euroescéptico que quiere disolver la UE. Entre estos partidos, tendrá que salir el compañero de coalición de la CDU.

Merkel ya ha hecho guiños muy claros al SPD, aunque desde la dirección del partido de izquierda no están convencidos de la conveniencia de entrar en una coalición, jugando un papel tan débil tras los magníficos resultados electorales de Merkel. Y es que el último compañero de coalición de Merkel, el partido liberal democrático, tuvo una debacle muy pronunciada al ni siquiera entrar al Parlamento, con una votación menor a 5%. El ministro de Hacienda democristiano Wolfgang Schauble señaló que “no descarta una subida de impuestos”, lo que es un mensaje de entendimiento tanto para los socialdemócratas  como para los Verdes. Ambos partidos de izquierda, insistieron en campaña en que era necesaria una subida de impuestos, particularmente para los alemanes con mayor ingreso. Es un hecho que Merkel tendrá que coaligarse con un partido de izquierda, si lo hace con los Verdes tendrá un Gobierno débil, con una mayoría endeble (8.4% de votación y 63 escaños). Mientras que si apuesta por los SPD, se define por un Gobierno estable que controle prácticamente 80% del Bundestag (el parlamento alemán).

La encrucijada europea

El tema principal para Angela Merkel es Europa. El dilema que hoy por hoy agobia a la Canciller es qué tan factible es avanzar en un proceso de mayor integración europea en un contexto de crisis económica y política. Merkel se enfrenta a decisiones que no son fáciles: la construcción de la unión bancaria, fortalecer las instituciones políticas de la UE y, aún más difícil, definir cómo serán tratados los problemas financieros y de solvencia económica de países como Grecia, España, Portugal e incluso Italia. La crisis económica europea se ha convertido en una crisis política de magnitudes desconocidas hasta hoy. La inestabilidad política afecta a las naciones del Sur de Europa, crece el euroescepticismo, pierde legitimidad la UE y se fortalecen los extremismos políticos. Europa necesita una Merkel menos rígida y más europeísta.

Y es que en distintas ciudades de Europa se alimenta la historia de que Berlín vive en un paraíso económico mientras la mayoría de los europeos enfrenta problemas muy serios de desempleo, déficit, crisis de las finanzas públicas y recortes en educación y salud. Por ejemplo, mientras la mayoría de los países de Europa se encuentran en un balance muy agresivo de sus finanzas públicas, Alemania espera tener este año un superávit presupuestal de 7% y una balanza comercial excepcional en comparación con el resto de los países europeos.

Y ante esta realidad, surge la inevitable narrativa de explotadores y explotados. Mientras en Alemania se señala, con tono autocomplaciente, que la salud de la economía alemana está íntimamente relacionada con los ajustes laborales y las reformas en materia de competitividad impulsadas a inicios de la década pasada, en Madrid o Lisboa se piensa que la estabilidad, por el contrario, viene de la posición hegemónica de Alemania al interior de la UE. Para los alemanes, los europeos del Sur han provocado sus problemas económicos por su adicción al Estado, trabajar poco y los beneficios de la seguridad social desmedidos y sin sustentabilidad financiera a largo plazo. Y algunos españoles, portugueses e irlandeses y griegos, ven a los alemanes como europeos egoístas que se aprovechan de las ventajas comerciales de la UE y que han construido un sistema de dependencia en la UE que les favorece en materia económica.

¿Asume su liderazgo?


Si bien Merkel ha buscado equilibrar esos dos polos, el ala europeísta de la canciller se ha debilitado. Ya en campaña, la candidata de la CDU declaró tajantemente que por ningún motivo avanzaría en la construcción del sistema de eurobonos, una de las peticiones de los países en crisis. Con todo esto, las últimas encuestas ya demuestran que cuatro de cada 10 alemanes están a favor de restarle algo de poder a Bruselas; es decir vuelta atrás en la integración europea. A este reavivamiento del euroescepticismo en Alemania podemos explicar asensos políticos como el de “Alternativa” que se alimenta de los estereotipos y prejuicios que tienen los alemanes de algunos países de la UE. Particularmente, esa idea de que Alemania mantiene y paga la UE ante la irresponsabilidad y el derroche de otros países integrados.

La alianza con un partido de izquierda puede moderar el discurso ortodoxo de Merkel. Los recortes, ajustes en el gasto y reformas en materia laboral, exigidas por Alemania a España, Irlanda, Italia y Portugal para recibir apoyos económicos de corto plazo a tasas preferenciales, ha logrado frenar un poco la ola expansiva de desconfianza entre inversionistas y mejorado la prima de riesgo de estos países, pero no ha tenido efectos en la generación de empleo y menos en crecimiento económico. Para subirse al tren del crecimiento económico, la receta no es ningún misterio: gastar desde el Estado. Decía John Maynard Keynes que en recesión “el Estado debía poner a la gente a abrir hoyos y a taparlos”. La fórmula de la austeridad ha costado empleos, poder adquisitivo y desarrollo económico en estos últimos tres años. ¿No habría que repensar la fórmula? Como dice Fernando Savater, en relación al caso de España: “Es muy difícil justificar que los recortes en salud y educación son por nuestro bienestar”.

Para ello, ahí tiene en Francia a un aliado natural. La UE ha caminado a través del consenso, entre el corazón económico de Europa (Alemania) y el corazón político (Francia). El presidente de francés François Hollande ha reiterado en múltiples ocasiones que Europa debe de dejar de lado esa ortodoxia fiscal. En su país, Hollande ha emprendido profundas reformas al sistema financiero, fiscal y laboral (no con las mismas recetas de Berlín), y el panorama para París es mucho mejor que cuando Sarkozy dejó el Eliseo. Alemania y Francia, ortodoxia y heterodoxia, rigidez fiscal y permisividad, son dos socios complementarios que pueden contribuir al relanzamiento de Europa en los siguientes años.

Alemania, desde la reunificación, siempre ha sido un líder indefinido. Merkel ha negado su intención de construir una “Europa alemana”, y a veces parece que no acepta ese papel protagónico en la Europa del siglo XXI. La única forma de que Merkel logre impulsar la construcción de una Europa en paz, con estabilidad y con proyección de futuro, es a través de la legitimidad perdida. Merkel ya no es simplemente la canciller alemana, es ahora, el líder europeo más importante del siglo XXI. Su nombre seguramente quedará escrito a un costado de símbolos de la UE como Jean Monnet, Konrad Adenauer, Felipe González o el propio Jacques Delors. Sin embargo, para serlo, Merkel debe dejar de ser un poquito menos alemana y convertirse en algo más europea. Es una mujer pragmática, decidida y que transmite calma, estos próximos cuatro años serán claves en el futuro de una Europa que, hoy por hoy, no sabe hacia dónde va.

PARA SABER

Camino hacia una “gran coalición”

> Socialdemócratas y Verdes alemanes, perdedores en los comicios del pasado domingo, advirtieron a la canciller, Angela Merkel, de que no abdican de sus promesas electorales y de que las negociaciones para formar una coalición de gobierno serán duras.

> Tras la cascada de dimisiones en los dos partidos de la oposición a lo largo de la semana, ambos se mostraron dispuestos a iniciar conversaciones exploratorias con la Unión Cristianodemócrata de Merkel (CDU) y su ala bávara de la CSU, que buscan socio para lograr un gobierno estable.

> Está previsto que las primeras negociaciones con el Partido Socialdemócrata (SPD), cuyo candidato electoral, Peer Steinbrück abandonó la primera línea de la política, tengan lugar la próxima semana, aunque las conversaciones podrían prolongarse hasta noviembre.
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