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El sueño americano
Una historia de Martin Scorsese en la que el diálogo con el espectador es básico
La diferencia ahora, parece estar en el tono divertido y superficial que adopta para transmitir la existencia de un personaje despreciable. Jordan Belfort es, en sentido figurado, una rata carismática que estafa a sus clientes con una sonrisa en la boca. Sus empleados y socios son de la misma calaña. Su Casa de Bolsa, correduría o como se llame ese negocio, genera millones de dólares vendiendo a los clientes acciones sin valor, sacando provecho del sueño generalizado de ganar mucho dinero de forma rápida. Tanto el guionista como el realizador se interesan muy poco en las técnicas de defraudación y los mecanismos financieros, y mucho en las extravagancias y los reventones. A la menor provocación hay mujeres desnudas, champañas y licores, cocaína, anfetaminas, y gente comportándose de manera desenfrenada. Puede ocurrir que jueguen competencias de tiro al blanco sustituyendo los dardos por unos enanos, que alguien se masturbe en público, que copulen en las oficinas, que aspiren cocaína en el trasero desnudo de una prostituta, que como parte de una relación sadomasoquista al protagonista le metan una vela en el ano, y, ya lo de menos, es que todo el tiempo hablen a gritos y diciendo cualquier cantidad de vulgaridades.
Para atraer la atención y sostenerla por tres horas, pues tal es la duración de la película, Scorsese establece de modo explícito el vínculo entre el personaje central y el espectador. Además de escuchar su voz como narrador, el actor con regularidad voltea hacia la cámara y comenta las escenas en las que está participando. Es algo equivalente a lo que se hacía en el teatro antiguo cuando el personaje se dirigía a la orilla del proscenio para decir al público un secreto. Ese mismo recurso lo utiliza la serie House of Cards (2013) para involucrar al televidente en la trama. Sin embargo, esa complicidad tiene efectos muy especiales, ya que lo que se ve corresponde exclusivamente a la perspectiva, a veces distorsionada, del protagonista. Así se logran algunas buenas sorpresas con el contraste entre lo que vive el personaje cuando está drogado, y después, cuando descubre lo que en realidad pasó. Aunque el carácter sagaz e inventivo del director incurre en pirotecnias narrativas, también es capaz de montar escenas sobrias, sin golpes orquestales ni trucajes fotográficos, y muy efectivas; como el rompimiento con la primera esposa, o quizá, la mejor, cuando recibe en su yate al agente del FBI que lo está investigando.
• El lobo de Wall Street (The Wolf of Wall Street), EUA, 2013; Dirección: Martín Scorsese; Guión: Terence Winter; Actuación: Leonardo DiCaprio, Jonah Hill.
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